Paolo Giordano: “Escribir es una forma de decir la verdad a través de la reinvención de la realidad”
El escritor italiano publica ‘Tasmania’, una novela que fusiona crisis colectivas y personales con la historia reciente, el cambio climático, el terrorismo y el viaje a la memoria de la bomba atómica
Entre la Conferencia del Clima de París de 2015, que se celebró poco después del atentado yihadista en la sala Bataclan, y la cumbre que se desarrolla estos días en Dubái apenas han pasado ocho años. Paolo Giordano (Turín, 40 años) mira a ese pasado reciente con un ojo de historiador y otro de narrador intimista que relata una sucesión de crisis, colectivas y personales, y las fusiona para terminar buceando en la huella de la bomba atómica. Por el camino, los personajes y las tramas de Tasmania (Tusquets) van hilando una novela sobre un mundo que está a punto de terminar y otro completamente nuevo, que ya está detrás de la esquina con todas sus amenazas. Giordano, autor de La soledad de los números primos, un fenómeno editorial que publicó a los 26 años, conversa con EL PAÍS por videoconferencia. Es físico teórico, cuenta que tiene una relación fundacional con la imagen del hongo nuclear y con eso, con una idea de apocalipsis de fondo, arranca su historia.
Pregunta. ¿Por qué recurrió a ese resorte narrativo?
Respuesta. Mi propósito inicial era el de burlarme de esta idea de crisis permanente, porque ya se ha convertido en una regla pasar de una crisis a otra. Caer en una crisis tras otra tiene mucho que ver con la percepción de la crisis, que es el hecho de estar muy conectados a lo que pasa en el mundo a través de la tecnología. Siempre hay una crisis que nos marca y este es un tema de la percepción de los últimos años. Algunos saben gestionar muy bien este tipo de bombardeo mediático, pero yo lo gestiono muy mal, porque mi mente es así, pasa de un fin del mundo a otro. Así que en un momento dado me dije ‘vale, podemos encontrar una manera de burlarnos de este momento’. Y es una de las razones por las que la primera parte del libro se llama En caso de apocalipsis.
P. Al comienzo hay dos eventos que marcan la narración: la COP de París y el atentado en la sala Bataclan. Forman parte de nuestro pasado reciente, pero en esta percepción de la crisis permanente parecen recuerdos remotos.
R. Al escribir Tasmania, que se remonta a hace seis, siete u ocho años, tenía la impresión muy clara de escribir una especie de novela histórica y, de hecho, utilicé técnicas propias de una novela histórica. Revisé mis archivos personales, mis fotos, los correos, los chats para entender cómo éramos en ese momento, que era anteayer... Y así cambia también la percepción del paso del tiempo, todo parece más lejano y más remoto. Mientras escribía, partiendo de la Conferencia del Clima de París y avanzando mes tras mes, creía que en algún momento aparecería Greta Thunberg. Y no, nunca llegaba, porque llega en 2018. Muy reciente, claro, pero según nuestra percepción está allí desde hace 10 años por lo menos.
P. Ha dicho que siguió una técnica de novela histórica, pero al mismo tiempo Tasmania es una novela íntima. ¿Qué quería interpelar?
R. Me interesa este equilibrio dinámico. O desequilibrio dinámico. Es algo que va en dos direcciones. Por un lado, el mundo global se hace íntimo por momentos. Y quizá no hayamos entendido todavía que cada vez somos más globales en nuestras inquietudes y angustias, no solo en el consumo. Hemos analizado mucho la sociedad globalizada en lo económico, en el consumo, en la cultura, pero no hemos razonado mucho sobre el hecho de que somos una humanidad globalizada en las preocupaciones y la forma en la que esto se filtra en las manifestaciones más íntimas de nuestra vida. La pandemia modificó la manera en la que hacíamos el amor. Y el Bataclan cambió la forma de ir a un concierto.
P. ¿Y la otra dirección?
R. La dirección opuesta es cómo nuestra historia íntima, nuestra esfera personal, nuestra vida que avanza modifica las que considerábamos nuestras opiniones objetivas en torno al mundo.
P. Esto aborda el tema de la verdad. En octubre escribió en Il Corriere della Sera, a propósito de Gaza, que la verdad llega siempre un momento tarde y, cuando toca tierra, se evapora.
R. Ahora me parece incluso optimista lo que escribí, porque la verdad ya no llega a menudo.
P. ¿Qué relación tiene usted, como narrador, con la verdad?
R. Es una relación muy clara. Es decir, para mí, la novela, la escritura es una manera de llegar a decir la verdad y a menudo eso pasa a través de la reinvención de la realidad. Eso siempre fue así para mí. El propósito, la vocación verdadera de la literatura es llegar a decir lo que es verdadero. Y hacerlo, necesariamente, reinventando el mundo, al menos en parte. Hoy la crisis de la verdad tiene que ver, paradójicamente, con el mundo de la información. El mundo que asociamos a la verdad factual es, al contrario, el que en este momento parece desorientado ante su transmisión y verificación. En cambio, es como si la novela siempre tuviera abierta esa vía, porque trata de llegar a decir la verdad del estar aquí.
P. Pero esa no es necesariamente una verdad histórica.
R. Sobre todo es una verdad ante la que todos tenemos un instinto que todavía funciona. Mientras tenemos dificultades ante la verdad factual, sentir que una historia es verdadera, en un relato, es una facultad que existe todavía dentro de nosotros.
P. ¿Le preocupa que la realidad factual se convierta en realidad narrada, relato, sobre todo en las redes sociales?
R. Los años de la novela son también años de explosión de las redes sociales, del testimonio directo, Twitter... Mire dónde hemos llegado, pero en ese momento parecía realmente que el testimonio directo podía desplazar al periodismo respetable, como si incluso los enviados especiales fueran algo de otro tiempo. Luego hemos descubierto que no es así. De hecho, hoy existen zonas desde las que no logramos tener noticias. Después de casi dos años de guerra en Ucrania hay toda una parte del conflicto de la que no recibimos señales, no recibimos señales reales desde Irán, apenas recibimos desde Gaza. La época en la que todos pensábamos tener ojos en todos lados ha resultado ser la época de los puntos ciegos del mundo.
P. La bomba atómica representa un antes y un después en la historia y en la cultura contemporánea. ¿Por qué la eligió como uno de los leitmotiv de esta novela?
R. Para empezar yo partía de la agravante de haber estudiado física nuclear. Recientemente, pensé haberlo hecho por la atracción por la bomba. La idea del hongo nuclear para mí siempre fue una imagen fundacional de algo. Yo estaba intentando de verdad escribir un libro sobre la bomba atómica, los físicos que habían trabajado en ella, pero luego empecé a escribir Tasmania y se convirtió en una subtrama. Y escribiendo entendí que lo que más me interesaba era la perspectiva de los sobrevivientes. Para empezar, pensar en todos nosotros como sobrevivientes de algo y luego pensar que los sobrevivientes de la Shoah o de los bombardeos atómicos están a punto de desaparecer. Termina la protección que nos ha dado su testimonio y dentro de poco entraremos en una época completamente nueva. Por eso en Tasmania quería recoger la voz de uno de ellos, en cierto modo, para relatarlos a todos.
P. ¿Cómo cree haber cambiado desde que escribió La soledad de los números primos en 2008?
R. Para dar una respuesta vagamente sensata, con 25 años me sentía muy fascinado por lo que sucedía dentro de mí, todavía tenía que entender muchísimas cosas que sucedían dentro de mí. Hoy, todo lo que es estrictamente personal me interesa menos, de forma accidental. Me siento muy atraído, en cambio, por lo que sucede fuera de mí, a los demás, a nosotros como colectividad.
P. Si nos encontráramos ahora, yo no le conociera y le preguntara: ¿sobre qué escribe usted?
R. Diría que sobre el miedo. O sobre los miedos.
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