Los sobrevivientes de la Shoá
Mañana, martes 25 de abril, Israel y las comunidades judías del mundo entero conmemoramos Yom Hashoá, el día de los Mártires y Héroes del Holocausto. Sabemos quiénes son los mártires, esos seis millones de judíos aniquilados, asesinados, incinerados. ¿Pero quiénes son los héroes?
Fue en los días de abril de 1943, cuando más de 500 judíos acorralados en el gueto de Varsovia iniciaban un heroico levantamiento en armas contra la poderosa maquinaria de guerra nazi. Tanques y armas pesadas y miles de soldados necesitaron 28 días para sofocar la rebelión judía, lográndolo finalmente al incendiar y bombardear implacablemente casa por casa. El gueto judío de Varsovia se convirtió en una fortaleza de combate que resistió el embate implacable del Ejército nazi más tiempo que algunos Estados soberanos de Europa.
Pero no sólo aquellos judíos que se alzaron en armas contra la barbarie nazi son nuestros héroes. Lo son también los miles y miles de judíos que lograron sobrevivir lo indescriptible, aquellos que llevan hasta el fin de sus días el número incrustado en el brazo. Y la Shoá incrustada en el alma, hasta el fin de sus días.
En el acto estatal de la Memoria del Holocausto, el 27 de enero pasado, Su Majestad el Rey Juan Carlos, en emotivas y sensibles palabras, apeló a la tolerancia y a los valores democráticos "para que nunca jamás pueda repetirse infamia semejante".
Más allá de la tolerancia y la democracia, estamos convencidos de que el Estado de Israel es el único garante de que la monstruosa barbarie no vuelva a suceder.
Fue en Israel, además de otros países, en donde miles de sobrevivientes encontraron refugio y hogar, pero también la dignidad perdida, tras haber sufrido humillaciones indescriptibles, abandonados por un mundo indiferente.
Dejando tras de sí padres, hermanos, hijos -carne de su carne-, en cámaras de gas, regresando del infierno cual sombras humanas, puro pellejo y huesos, tratarían de rehacer sus vidas en su nueva patria, Israel.
¿Lo lograrían? Algunos sí, otros no.
Abrumados por un incontrolable sentimiento de culpabilidad, la culpabilidad por haber sobrevivido, hay quienes pondrían fin a sus vidas por manos propias. Primo Levi, entre muchos otros. Sin encontrar respuesta a la penosa pregunta que les torturaba: ¿por qué yo y no ellos?
Otros no cesaban en la estéril búsqueda de sus seres queridos, al haber sido brutalmente separados, seccionados, seleccionados. Continuaban viviendo entre la esperanza y la desesperación.
Después de Auschwitz, debían ahora sobrevivir a la memoria.
En palabras del escritor israelí, Aharon Appelfeld, que regresó de "ahí", en su libro Vía Férrea (siempre los trenes, los vagones, los convoyes): "Mi memoria es mi tragedia; es un pozo secreto que no pierde ni una gota; mi memoria se llena hasta asfixiarme y chorrea sin pausa imágenes diurnas y nocturnas".
Yo ni siquiera puedo imaginarme lo que son las noches de los sobrevivientes.
Hay sobrevivientes que obsesionados, lo cuentan todo, hasta el último detalle como un deber hacia los que quedaron "ahí". Hay quienes regresan a Auschwitz año tras año acompañando a las nuevas generaciones para enseñarles "su" barraca, "su" letrina, "su" crematorio.
Hay quienes callan. Les es imposible arrancar un solo recuerdo.
Así era mi tío Guillermo Schwartzberger, Vili para todos. Judío húngaro, de sonrisa bondadosa, con 26 años fue internado en campos de trabajo forzado. Allí vio a su joven esposa y a su hija de siete años por última vez cuando las "acarreaban" a Auschwitz. Sobrevivió. En Israel volvió a casarse, tuvo hijos, nietos. Fue feliz. Devoraba la vida, pero nunca, nunca jamás, pronunció una sola palabra sobre su infierno personal. Lo había sepultado, encerrado dentro de él para siempre.
Cada sobreviviente y su historia.
Hoy honramos su coraje, dolemos su dolor, compartimos hasta donde somos capaces sus heridos sentimientos, sus permanentes cicatrices. A ellos les pedimos perdón por no haberlos asistido más, y a ellos les juramos solemnemente que recordaremos para nunca olvidar, que Israel nunca permitirá que "aquello" se repita. Nunca más.
Víctor Harel es embajador de Israel.
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