Los astilleros ilegales amenazan la pesca en Perú
En 2015, el país estableció el cese de la construcción de barcos artesanales. Pero se sigue haciendo de manera informal, lo que impacta el riquísimo mar peruano
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“Ya no tengo recursos, ni hay recurso”, sentencia con preocupación Jacinto Galán, dirigente de la Asociación de Armadores y Pescadores Artesanales de San José, una caleta ubicada en el departamento de Lambayeque, a más de 700 kilómetros al norte de Lima. Su voz parece perderse entre la brisa ventosa y en medio de un muelle larguísimo, de cerca de un kilómetro de longitud.
Galán es propietario de tres embarcaciones de pesca artesanal, que pueden cargar hasta 30 toneladas de pescados o mariscos. Acaba de regresar de una jornada de trabajo de 15 días en una de ellas mar adentro, a varias millas de la costa, y apenas trajo dos toneladas. “No salió ni para mis gastos”, dice, mientras el mar se encrespa y parece querer inundar la conversación.
El mar en su laberinto
El drama de este hombre curtido, que en el pasado se perdió hasta dos veces en el mar de altura, es compartido por numerosos pescadores en este país, donde los productos marinos son los ingredientes más preciosos de su arte culinario.
Y tiene origen en un problema bastante serio: los barcos artesanales son multitud y la biomasa se va encogiendo. Cada vez hay que ir más lejos para faenar, a veces con escasos resultados.
Peor aún: a pesar de que las autoridades peruanas determinaron en el año 2015 que debía detenerse la construcción de embarcaciones artesanales (las que no usan aparejos mecanizados) para que no desaparezcan especies como la pota o calamar gigante (dosidicus giga), los astilleros ilegales han crecido como cardúmenes de madera en varias partes del litoral.
América Futura hizo un recorrido por las caletas La Tortuga, Parachique y La Islilla, ubicadas en el norte del país, y comprobó que se construyen barcos en patios, corralones, o en pampas polvorientas. Hay pueblos que son casi como astilleros con casas alrededor.
En el año 2015, el Estado peruano estableció el cese de la construcción de barcos artesanales. Ya eran muchos, y la pesca corría el riesgo de convertirse en un mal negocio que no pasaría a las posteriores generaciones. Sin embargo, en los más de siete años que han pasado desde entonces, las embarcaciones sin autorización siguen construyéndose, o incluso navegando.
Actualmente, la flota artesanal peruana se estima en más de 18.000 embarcaciones. En 2018, como se sabía de la abundante ilegalidad e informalidad, el Ministerio de la Producción creó un Sistema de Formalización Pesquera Artesanal (Siforpa), al que se presentaron 4.854 embarcaciones.
Al terminar el plazo, en julio del 2023, sólo 2.490 pasaron el proceso de verificación. Más de 2.000 expedientes presentados se quedaron, lo que revela el nivel de informalidad que navega en estas aguas antes dispendiosas. Al que se añaden otros males, como la colocación sibilina de matrículas de barcos grandes en barcos más pequeños. En suma, un desorden supremo.
Lo que las olas esconden
“Antes salíamos a pescar a las 4 de la tarde de un día y estábamos de vuelta a las 12 de la noche, con 12 o 13 toneladas de pesca. Ahora nos demoramos días. O tenemos que desplazarnos hacia otras partes de la costa, porque aquí ya es difícil”, cuenta Carlos Yenque, gerente de la Sociedad Nacional de Pesca Artesanal y propietario de algunas embarcaciones.
Su relato parece desplazarse entre las olas del puerto de Paita, mientras navega entre numerosos barcos artesanales anclados. “Ese, por ejemplo, tiene una matrícula que comienza con BM, y que corresponde a un barco pequeño, que carga hasta siete toneladas, pero tú estás viendo que es bastante más grande, debería decir CM”, afirma con cierta indignación.
Se trata de un viejo truco que forma parte del paquete fuera de las normas. No sólo se construyen nuevos barcos, que aumentarán la presión sobre las especies marinas que capturan estas embarcaciones, y que además de la pota incluyen al pez llamado por estos lares ‘perico’ (Coryphaena hippurus); también se altera la matrícula de las ya existentes sin rubor.
Un barco pequeño tiene, según Yenque, una eslora (largo) de 9 metros, una manga (ancho) de 3,20 metros y puede cargar unas siete toneladas. A ese le corresponde una matrícula BM. En uno grande, son unos 14 metros de eslora, una manga de cinco metros y carga hasta 32 toneladas. Ante nuestros ojos, empero, desfilan varias embarcaciones grandes, que se ve a simple vista que no son BM aunque lo lleven en la matrícula.
La consecuencia infeliz es que, aunque sea una embarcación formal, su tamaño registrado no es el verdadero. Ergo, pesca más de la cuenta porque se hace pasar por un barco más pequeño. Por si no bastara, también se clonan matrículas. Galán recuerda que un amigo suyo le contaba que, mientras él estaba descargando su pesca en Paita se enteró que otro barco, con la misma matrícula, lo estaba haciendo en Chimbote, a unos 600 kilómetros más al sur.
Por supuesto, toda esta saga de tácticas para evadir las restricciones no fluye en medio de un mar transparente. Se presume que hay prácticas corruptas, ojos leves o una clamorosa falta de supervisión. En la zona de Paita, de acuerdo con Yenque, hay dos supervisores del Ministerio de la Producción para 14 muelles de descarga. En otras partes de la costa, la coladera es similar.
¿Adiós biomasa?
Grandes normas, pero escaso cumplimiento; falta de control estatal y descontrol en tierra y mar; muchos barcos, poca pesca. Todo esto, a pesar de que el Instituto del Mar del Perú (Imarpe) informó, en noviembre pasado, que los desembarques de pota decrecen en los últimos años. Ya antes ha alertado sobre cómo el cambio climático altera la productividad de este mar.
Aun así, desde el año 2022 el congresista José Pazo -que es armador pesquero- viene promoviendo una ley que ampliaría el plazo de formalización de embarcaciones por un año, con lo que autorizarían a unas 1.000 más, como si el mar y sus profundidades lo aguantaran. La propuesta no ha sido aprobada todavía.
Por otra parte, un proyecto de ley de la congresista Norma Yarrow que propone tipificar en el Código Penal del país como delito la construcción de embarcaciones ilegales ha sido ya aprobado en el Congreso de la República. Pero está por verse cuáles serán los efectos de esta norma, mientras otros problemas de la pesca ilegal continúan. Por ejemplo: aún no se proclama el reglamento de la Ley 31749, que reconoce la Pesca Tradicional Ancestral y la Pesca Tradicional Artesanal, y que preserva para esta actividad las cinco millas de mar que van desde la costa a fin de evitar, entre otros males, la pesca de arrastre, generalmente ejercida por barcos industriales que penetran en esta zona.
Esto favorecería a pescadores como Félix Panta, que en el mismo Paita pesca cerca de la costa especies como la cachema (Cynoscion analis) o el suco (Palonchorus peruanus), que van directamente a los mercados locales (la pota va a centros de procesamiento y se exporta). En Perú. la regulación de la pesca es como un barco a la deriva.
Una investigación del 2020, titulada Growing Into Poverty: Reconstructing Peruvian Small-Scale Fishing Effort Between 1950 and 2018 concluyó que el mar peruano está tan explotado, por el crecimiento de la flota pesquera, que ha llevado a muchos pescadores a la pobreza. Y cada vez es peor. La pota se va lejos, escasea, o se profundiza por el clima; los peces ya no están a la vuelta de una isla, o de unos acantilados. Y acaso hasta el cebiche un día termine afectado.
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