El espía español que sabía que lo de Irak iba a salir mal
La serie ‘Los 8 de Irak’ reivindica a los agentes del CNI asesinados en una emboscada. Alberto Martínez y su equipo conocían bien las mentiras de aquella guerra y lo que iba a venir después. Pero cumplieron su misión
Las hazañas de los espías han sido mejor contadas por la ficción que en los documentales. Una excepción es Los 8 de Irak, miniserie en Movistar Plus+ que reconstruye la historia de los agentes del CNI víctimas de una emboscada en Latifiya en 2003: siete asesinados y un superviviente. Entre los ocho, acapara el protagonismo Alberto Martínez, el que más sabía de aquel país y aquel conflicto, lo más carismático que puede ser alguien obligado a la discreción.
Cuando las mentiras de George W. Bush llevaron a otra guerra en Irak, el equipo de Martínez sabía lo que estaba pasando. Y lo que no: que no había vínculos entre Sadam Husein y Al Qaeda, que no había rastro de armas de destrucción masiva. Anticipaban que el desmoronamiento del régimen iba a arrastrar al país a las guerras sectarias. Así informaron a sus jefes, así informaron sus jefes al Gobierno de Aznar. Pero nada frenó ni la foto de las Azores ni el despliegue de tropas españolas en lo que decían era una “tranquila zona hortofrutícola”.
La directora de la serie, Fátima Lianes, tiene el mérito de haber reunido en estos cuatro capítulos testimonios del más alto nivel en la inteligencia, la diplomacia y el mando militar de España y de EE UU, y hasta en la insurgencia. El entonces director del CNI, Jorge Dezcallar, deja en evidencia, con elegancia diplomática, los falaces argumentos de aquella guerra. Sobresale la visión angular de la periodista Mónica G. Prieto, que dice mucho sobre la relación, tan complementaria, entre corresponsales de guerra y agentes secretos en escenarios así de crudos.
Impacta la entereza del traductor Flayeh al Mayali, acusado sin pruebas de traicionar al CNI y que pasó casi un año en la siniestra prisión de Abu Ghraib, conocida por las atrocidades que tanto sirvieron para reclutar yihadistas. Y sabe a poco, pero estremece, el relato del único superviviente, José Manuel Sánchez Riera, que aún no entiende por qué un ángel inesperado, un hombre iraquí con cierta autoridad sobre la turba, lo ayudó a escapar del linchamiento. Todas estas voces son lo más valioso de la serie, que recurre también a la dramatización de algunas escenas, con gran detalle la de la emboscada fatal, y planos de dron de los escenarios del mayor desastre de la historia reciente del espionaje español.
El viaje en que fueron asaltados los ocho, todos juntos para darse el relevo, en una ruta peligrosa fue una temeridad que no se logra explicar en el documental. Del desastre que derivó de aquella guerra, hasta hoy, no cabe culpar al equipo del CNI. Cumplieron su misión: avisaron de que iba a salir mal. Y asumieron las decisiones políticas que costaron tantas vidas, entre ellas las suyas.
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