Las últimas horas de los agentes asesinados en Irak
Los miembros del CNI visitaron el día de su muerte la Embajada, la Administración Provisional y la base del aeropuerto de Bagdad
"Se les veía muy animados, volcados en su trabajo, contentos de estar juntos". Una de las últimas personas que vio con vida a los siete agentes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) muertos el pasado día 29 en Latifiya, a 30 kilómetros al sur de Bagdad, se los encontró aquella misma mañana en Camp Victory, el cuartel general de las fuerzas de la coalición (CJTF) en el aeropuerto de Bagdad.
Los siete fallecidos y el único superviviente, José Manuel Sánchez Riera, salieron a primera hora del sábado desde Base España y Al Andalus, los cuarteles de la Brigada Plus Ultra donde estaban destinados, para reunirse en la capital iraquí con los dos agentes del servicio secreto adscritos a la Embajada española.
Hacía dos días que habían llegado los cuatro sustitutos -José Merino Olivera y José Lucas Egea para Nayaf; y José Carlos Rodríguez Pérez y el propio Sánchez Riera, para Diwaniya- en visita de reconocimiento como parte de su periodo de instrucción. Los nuevos debían regresar a España el lunes 1 de diciembre, ya que el relevo no estaba previsto hasta mediados de enero. El objetivo era que, de la mano de los veteranos, tomaran conocimiento directo de la situación del país en el que debían trabajar.
Las dos primeras jornadas las dedicaron a recorrer An Najaf y Al Qadisiya, las dos provincias donde están desplegados los 1.300 soldados españoles, mientras que el sábado lo reservaron para conocer la capital iraquí, a 180 kilómetros al norte. En Bagdad no mantuvieron entrevistas con fuentes iraquíes, ni con ningún supuesto doble agente que pudiera traicionarles. De hecho, el traductor del equipo de Nayaf, Ahmed, se quedó en el cuartel ayudando a unas negociaciones con contratistas locales.
En Bagdad, los agentes del CNI recorrieron las instituciones donde trabajan funcionarios españoles: la Administración Provisional de la Coalición (CPA), en el antiguo recinto presidencial de Sadam; Camp Victory; la Embajada y la residencia del encargado de negocios, en el barrio de Mansur.
Fue en el aeropuerto donde se encontraron con tres comandantes que habían regresado el día anterior de España y buscaban la forma de llegar a Base Babilonia, cuartel general de la división multinacional bajo mando polaco, donde están destinados. Los miembros del CNI les invitaron a viajar en sus vehículos, ya que Babilonia les quedaba en su camino de regreso hacia Nayaf. "Afortunadamente, encontraron un convoy polaco para llevarles y declinaron la invitación. De otro modo, a estas horas estaríamos probablemente llorando por más muertos", afirma un mando español.
Tras almorzar cerca de la Embajada, los ocho agentes emprendieron el regreso a bordo de sus dos todoterreno blancos, un Nissan y un Toyota. Salieron antes de la hora prevista y tomaron la carretera antigua, que atraviesa varios pueblos y tiene mucho tráfico, en lugar de la autopista, que va casi vacía porque los iraquíes temen los asaltos a mano armada de los bandoleros.
Si no hablaron con nadie que pudiera delatarles, la única posibilidad de una delación es que alguien los "marcara" a la salida de alguno de los centros oficiales que visitaron. En el CNI no se excluye ninguna hipótesis hasta que concluya la investigación, pero gana fuerza la idea de que se convirtieron en un "blanco de oportunidad", un objetivo fácil para sus agresores, a quienes no les importaba, ni sabían, si eran españoles o estadounidenses, y mucho menos espías. En todo caso, se trataba de occidentales sin la capacidad de respuesta que, al menos en apariencia, tiene un convoy militar.
Sus compañeros rechazan las críticas de quienes les imputan exceso de confianza o falta de profesionalidad. "Si iban todos juntos era, precisamente, para tener mayores posibilidades de defenderse en caso de agresión. La única manera de tener una seguridad total es no estar allí", argumentan.
Informes de primera mano
Alberto Martínez era el mayor experto del servicio secreto español en Irak. Llegó a Bagdad en el año 2000 y fue, con ayuda del sargento José Antonio Bernal, asesinado en su domicilio de Bagdad el pasado 9 de octubre, el autor de los informes con que contó el Gobierno español antes de la guerra. Aunque estos informes eran enriquecidos en la sede del CNI de Madrid con aportaciones de otras fuentes, sobre todo servicios secretos aliados, Martínez y Bernal aportaban los únicos datos de primera mano de que disponía el centro. Y jamás dieron por sentado que el régimen de Sadam tuviese armas de destrucción masiva.
En agosto pasado, Martínez regresó a España, tras despedirse del personal de la Embajada y de los funcionarios adscritos a la CPA, a los que había ayudado a aterrizar en un entorno ajeno y hostil. Pocas semanas después, sin embargo, el CNI volvió a recurrir a él cuando el Gobierno le ordenó que destacase agentes en la zona asignada a las tropas españolas.
"Un día llegó al cuartel gritando: '¡Nos van a fusilar a todos! ¡Nos van a fusilar a todos! Pero no porque seamos tropas de ocupación, sino porque les habéis dado agua a un barrio y no al de al lado'. Así era Alberto", recuerda un comandante de Nayaf, compañero suyo de promoción.
Su misión no era sólo conocer lo que se cocía en la zona, saber quién ganaba poder y quién estaba en declive, sino orientar la actuación de las tropas para que pudieran adelantarse a cualquier brote de descontento. Con ese objetivo, tejió una red de colaboradores, que le alertaban de la presencia en el pueblo de cualquier extraño o de la actitud sospechosa de algún vecino. "Ellos tenían una libertad para moverse de la que nosotros carecemos. Y por eso estaban más expuestos a cualquier riesgo", agrega.
El Ministerio de Defensa ha pedido al CNI que reemplace cuanto antes a los fallecidos. La Brigada Plus Ultra se ha quedado repentinamente huérfana de un instrumento fundamental para su seguridad. "Sin ellos, estamos ciegos", decía gráficamente el teniente coronel José Luis Gutiérrez Sánchez, jefe del destacamento Al Andalus.
El pasado viernes, desde la mezquita de Kufa, el imán radical Muqtada Al Sadr anunciaba una huelga general en la zona de responsabilidad española si los estadounidenses no liberan antes de 21 días a dos de sus seguidores. Por primera vez desde el final de la guerra, no había allí ningún informador del CNI para poner a las tropas al corriente de sus amenazas.
La comunidad chiíta está en ebullición. El imán Alí Al-Sistani, el de mayor influencia popular, se opone a los planes del administrador estadounidense, Paul Bremer, de nombrar un Gobierno provisional iraquí, en junio próximo, sin elecciones previas.
Los chiíes, que representan el 60% de la población, temen verse relegados por la minoría suní, como ha ocurrido tradicionalmente. Y Muqtada, que no reconoce la legitimidad de la ocupación, aprovecha este malestar para ganar terreno frente a los moderados. Cualquier vuelco en la actitud de los chiíes dejaría a las tropas españoles rodeadas por un mar de hostilidad.
"Nos sobran voluntarios, pero a la mayoría hay que agradecerles el valor y pedirles que continúen con su actual tarea", afirman fuentes del servicio secreto, que aún se está reponiendo del durísimo golpe recibido. "Sabemos que tenemos que acudir cuanto antes, pero no podemos precipitarnos. Después de lo ocurrido, hay que seleccionar cuidadosamente a los agentes, prepararlos lo mejor posible y revisar todos los procedimientos empleados hasta ahora", agregan.
El CNI sabe, sin embargo, que no dispone del plazo de varios meses que habitualmente requiere la preparación de un agente antes de enviarlo a una zona de riesgo. De hecho, el hueco dejado por José Antonio Bernal todavía no se ha cubierto con carácter definitivo y ha debido recurrirse a un sustituto provisional.
Esta vez, sin embargo, habrá que hacerlo en pocas semanas. Y los nuevos agentes deberán partir de cero, ya que no contarán con el valiosísimo consejo de sus antecesores. Cuando lleguen, se encontrarán con los equipos de comunicaciones cifradas abandonados por los fallecidos, un paquete de informes a medio elaborar y una colección de telegramas de pésame enviados por notables locales cuando conocieron su muerte. Esta última constituye la prueba del trabajo que realizaron y el mejor legado que dejan a sus compañeros.
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