El Geppetto del siglo XXI
Un fabricante crea cientos de robots usando tecnología del pasado, como un Lisa Apple de 1984 o uno de los primeros Nokia, mezclada con objetos reciclados
Cada vez que entra en una tienda, pide mesa en un restaurante o se sumerge en un garaje, en la cabeza de Javier Arcos aparece la misma idea: "¿Por qué hay caras y brazos de robots por todas partes?". Lejos de cualquier alucinación, Arcos es un creador, un fabricante nostálgico de autómatas. Los suyos no son inteligentes, ni vienen para hacernos la vida más fácil. "Pero son mucho más guapos que los robots de tecnología", bromea este madrileño de 54 años nacido en Ecuador. Su diseño gusta desde a las grandes empresas hasta a los niños. "¡Y eso que no hacen nada! Son objetos de decoración, tienen la misma función que una pieza artística". En algunos, la cabeza es una bombilla, en otros una Kodak. El cuerpo puede estar dentro de una lata de Pepsi o de una antigua radio. Bolígrafos o llaves inglesas hacen de brazos, uno a cada lado. "Luego, hay que hacer las patas, que es lo más complicado. Tienen que sostener el robot y, claro, necesito dos iguales", detalla este creativo publicitario.
Hace tres años y medio que abandonó su puesto en una agencia, sacó a los robots de su casa y los metió en su puesto de trabajo. Desde que creó Pitarque Robots ha hecho cientos de creaciones, todas únicas. Recibe encargos de empresas —recientemente ha trabajado con El Corte Inglés, creando un robot que ha sido imagen de la pasada infantil de Navidad—, pero también de soñadores. Una mujer llegó un día con un saquito de piezas antiguas, todas pertenecían a su marido, y le dijo: "Hazme un robot para su cumpleaños". Para un amante de las guitarras, la cabeza será un antiguo micrófono; para un periodista, el cuerpo de grabadora, y para un publicista... "Para ellos valen todos. Todos mis robots representan alguna marca, muchas de ellas ya desaparecidas".
Ninguna de las 4.000 piezas del taller es posterior a 1985
De las 4.000 piezas que Arcos almacena en su taller, muy pocas tienen menos de cuatro décadas. "Mi límite es 1980, a partir de ahí ya no suelo coger ninguna pieza. Aunque hay alguna excepción", sostiene mientras mira de refilón el ordenador Lisa 2, que Apple sacó en 1984, colocado a mitad de la escalera, compartiendo escalón con bocetos, despertadores antiguos o lámparas de pie.
Para conseguir todas estas piezas, Arcos recorre mercadillos de todo el mundo. Los de Ámsterdam y Berlín están bien porque tienen muchas latas, los de Nueva York porque Estados Unidos fue la cuna de la publicidad y los de Madrid porque están a mano para recorrerlos todos. "Suelo viajar con la maleta vacía", reconoce. Las ferias de coches clásicos son otra buena oportunidad, aunque las piezas, cuenta, son más caras. Pero, su forma favorita de encontrar piezas es entrando en "cuevas del tesoro". Trasteros de casas antiguas, ferreterías a punto de cerrarse o talleres de coches que sacan la chatarra. "Salgo lleno de polvo, grasa... Pero es donde mejor me lo paso porque es cuando empiezo a imaginar al robot. Además, encuentras piezas increíbles, con diseños antiguos preciosos, porque antes las cosas duraban, tenían valor, ahora ya no".
Latas tan duras que tienen 40 años y se mantienen como nuevas. Carretes de fotos metálicos con los que no pueden competir los selfies. Cámaras de hace más de tres décadas que no han perdido una pieza. "A mí me da pena que estos aparatos con estos diseños terminen rotos o en la basura. Yo los recupero y los convierto en personajes que van a vivir en casa de alguien, con suerte otros 40 años más", explica Arcos que considera que su trabajo va en contra de lo que se lleva ahora: usar y tirar. "Nuestros hijos no encontrarán nada nuestro, ni tu móvil de 600 euros ni nada. Todo lo habremos tirado".
Lo que yo hago va en contra de la costumbre actual de usar y tirar. Son piezas antiguas, pero muy valiosas que quiero conservar
Esta nostalgia por lo antiguo no tiene que ver con una fobia a la tecnología del presente. "Al contrario, hay mucha gente que me pide que los robots se muevan y yo incorporo aspectos nuevos. Pero sí estoy en contra de esta obsolescencia programada". Para luchar contra ella, compone todas sus creaciones de piezas recicladas, en un intento de darles una segunda oportunidad. "Pero, me da mucha pena cuando las vendo. Tengo sentimientos encontrados, me enorgullece que alguien pueda pagar por algo que yo he creado, pero me da pena que se vayan", detalla Arcos que recuerda todas sus obras, desde el primer robot que construyó con una bombilla.
Su afición ha aguantado décadas y océanos. Comenzó en 1969, con siete años, pegado a la televisión de su casa en Guayaquil (Ecuador), donde se alimentaba de los capítulos de Perdidos en el espacio. Uno de los protagonistas de esta serie era B9, un robot que acompaña al joven Robinson en su aventura cósmica mientras repetía sin cesar "¡Danger Will Robinson!". Esta advertencia todavía resuena en el taller de la calle de Santa Hortensia en Madrid, a miles de kilómetros de donde la escuchó por primera vez. "Este juguete fue un regalo. Lo tengo aquí expuesto y lo guardo como un tesoro. Por él empecé", cuenta Arcos mientras hace girar la cabeza de B9, el robot que inspiró al creador.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.