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Un pene de cristal de murano, un corsé de metal y los anillos de Isabel I y Kim Kardashian para contar la historia de las mujeres

La periodista Annabelle Hirsch ha recopilado en un libro 100 objetos que recorren la memoria femenina, una que “no es solo una historia triste, de víctimas, sumisión o exclusión”

Historia de las mujeres Annabelle Hirsch
La escritora alemana Annabelle Hirsch posa en el Instituto Goethe en Madrid, el 29 de noviembre de 2024.Andrea Comas
Isabel Valdés

El amor por la historia puede ser a veces solo amor por el pasado, o nostalgia, o melancolía, pero otras tiene que ver, también, con cómo atraviesa el presente, con entenderlo. Este último es el de Annabelle Hirsch por la historia de las mujeres: “Creo profundamente que el pasado nos informa sobre el futuro y hace que el presente sea más grande y rico. Saber lo que ha sido refuerza lo que es ahora, al menos así lo siento”. Ella, 38 años, creció entre Francia y Alemania, es periodista cultural para el Frankfurter Allgemeine Zeitung y se niega a la versión “triste” de la memoria: “No es solo una historia triste, de víctimas, sumisión o exclusión. No lo es, creo que no lo fue y que es bastante peligroso y reduccionista verlo así”. Lo dice después de haber estado hurgando desde siglos atrás y hasta el presente para escribir Cosas de mujeres. Una historia en 100 objetos, que ha publicado Debate este otoño.

El cajón es enorme. Un anillo que esconde dos retratos y que habla de la penalización histórica sobre las que tienen poder —el anillo de Chequers, de Isabel I—; un pene de cristal de Murano que cuenta el cacao social en torno a la sexualidad femenina a lo largo de las épocas y la “vergüenza, el miedo” y los “muchos mitos” en torno a ella; los guantes perfumados de Catalina de Médici con los que se rumoreó que había asesinado a Juana de Albret, la reina de Navarra que iba a ser su suegra, y a través de los que puede explicarse el estereotipo de la mujer perversa; o una factura de Au Bon Marché de mediados del XIX, el primer centro comercial de París, un lugar dedicado al consumo, sobre todo, de mujeres, sobre el que Hirsch escribe que, “hasta entonces, la única institución que se había molestado en dirigirse (y en manipular) a las mujeres era la Iglesia”.

El dildo de cristal del que habla Annabelle Hirsch en su libro.
El dildo de cristal del que habla Annabelle Hirsch en su libro.Penguin Random House

La historia de ellas, dice, “es compleja, ha tenido sus altibajos, momentos donde jugaron un papel más importante y trataron de ocupar espacio y otros donde de hecho quedaron reducidas a un papel de espectadora de la historia y de la vida”. Pero tiende a subrayar lo primero: “Me parece muy importante decir y hacer entender que también tenían un lugar y participaban. A su manera, quizás en un espacio más pequeño, pero de todos modos”. Es una cocina con lo que arranca la introducción.

Ahí, Hirsch recuerda su visita hace unos años a la casa de Karen Blixen, la escritora a la que casi cualquiera conoce aunque sea de forma tangencial por ser la autora del libro que luego fue adaptado para uno de los títulos más famosos del cine, Memorias de África. En esa casa en la costa danesa a la periodista no le atrajo tanto “el lugar en sí, ni su escritorio o los cuadros pintados por ella”, sino “un detalle supuesta irrelevante: las numerosas ollas de cobre que había apiladas en un rincón de su cocina”. Se preguntó si podrían “revelar algo sobre ella, sobre su vida cotidiana, sobre su existencia como mujer, como danesa y como europea de su tiempo”.

Annabelle Hirsch en Madrid, el 29 de noviembre de 2024.
Annabelle Hirsch en Madrid, el 29 de noviembre de 2024.Andrea Comas

Objetos “contrarios” a los monumentos, “que no pertenecen a la llamada gran historia sino a la esfera íntima. A lo silencioso, a lo ignorado. Al ámbito que durante mucho tiempo se consideró femenino y, por tanto, insignificante”. Y sin embargo era la vida, la diaria, no solo de las mujeres sino de todos aquellos que estaban cerca, de una forma u otra. Ese imán por lo aparentemente pequeño no nació ahí. Cuenta por mail que leyó las memorias de Simone de Beauvoir cuando era una adolescente: “Y tuvo un gran impacto en mí. Me apasionaba leer cómo vivía, cómo encaraba la vida, qué dificultades encontraba, los placeres, los éxitos y los dramas. Desde entonces me encantan las biografías, los diarios, la correspondencia porque dan una idea de la vida cotidiana”. Y “contar la historia de las mujeres a través de objetos es adentrarse un poco más” en esa cotidianidad.

Quizás también tuvo que ver la suya, mientras crecía, en su interés por el feminismo. Ese vaivén geográfico entre la Alemania y la Francia de finales del siglo pasado “tuvo impacto”. “Incluso más en mi curiosidad por las diferentes formas de ser mujer. Las mujeres de Múnich en los años 80 y 90 eran muy diferentes a las mujeres que veía en Francia cuando iba a ver a mis abuelos o a mi familia en París. Siempre me ha fascinado, me sentí más cercana a las francesas, hoy me pregunto mucho sobre esta idea de la francesa liberada, al final me parece bastante ambivalente. Quizás me impactó el hecho de que la región de donde viene mi abuela, Bretaña, sea una región con una cultura bastante matriarcal”, dice.

El corsé de metal que aparece en el libro.
El corsé de metal que aparece en el libro.Penguin Random House

Una genealogía propia que importa tanto a veces como la colectiva: “Es muy importante, en parte por eso escribí este libro quizás, para reflejar el vínculo que existe entre nosotras y las mujeres del pasado, mujeres que vivieron una realidad completamente diferente, pero que muchas veces buscamos lo mismo que nosotros, la libertad, el amor, para tener un impacto (aunque sea mínimo) en el mundo. Me encantó sentir esa conexión mientras investigaba y escribía este libro. Había una forma de diálogo con el pasado”.

Lo hay en el objeto de la página 129, el grupo de figuras de porcelana La buena madre, con el que Hirsch habla de la cuestión de la lactancia; o el de la 221, el juego Round the world with Nellie Bly para contar la capacidad de movimiento geográfico de las mujeres, la salida de sus casas, el deambular por el mundo; o el Tupperware, en la 349, como “elemento emancipador muy discreto”; o la portada del Malleus Maleficarum [El martillo de las brujas], de la 69, que explica parte de la “propagación masiva del pánico que se apoderó de todos los estamentos de la sociedad” de la mano del autor, Heinrich Kramer, “un monje dominicano alemán e inquisidor que ofrecía una versión simplificada y distorsionada de la teoría de santo Tomás de Aquino, San Agustín y otros”, y que “salpicó todo el asunto con unas cuantas verdades misóginas”.

El anillo de Isabel I, uno de los objetos que aparecen en el libro de Annabelle Hirsch sobre la historia de las mujeres.
El anillo de Isabel I, uno de los objetos que aparecen en el libro de Annabelle Hirsch sobre la historia de las mujeres.Penguin Random House

Después de buscar, investigar y escribir sobre todos esos objetos, su percepción del mundo cambió “un poco” porque se dio cuenta de algo que cree que probablemente ya sabía pero que notó realmente en ese momento: “Cuánto en nuestra vida diaria tendemos a simplificar las cosas, a presentarlas de manera caricaturizada hasta el punto de sofocar su esencia. La forma en que se cuenta la historia de las mujeres, por ejemplo (fuera de las universidades, etc.), suele estar terriblemente simplificada”.

Pero lo que le dejó el libro fue, en cualquier caso, positivo. “Creo que me enseñó a ver los pequeños avances (porque mi libro habla mucho de eso) y no sólo los grandes, a ver también que la Historia muchas veces sucede donde no lo esperamos, que hay mil maneras de tener influencia y que no es necesariamente la declaración más obvia, la más llamativa, la que tendrá un mayor impacto, más perdurable. Y sobre todo sentir una presencia femenina, una presencia que no es víctima sino combativa, orgullosa y fuerte, consciente de su contribución al mundo en todos los niveles, ya sea social, tecnológico, filosófico, artístico. Las mujeres siempre han participado y siempre han influido en el curso de las cosas”. De una u otra manera. Hirsch también se pregunta con algunos de esos objetos qué hubiese pasado si la forma en la que lo hicieron hubiese sido distinta.

Aunque no tiene un objeto favorito entre los 100, le gusta mucho la estatuilla de Isis que está en el Museo Metropolitano. Con ella cuenta “la influencia que tuvo la diosa Isis no sólo en Egipto sino también en el mundo occidental. En Roma fue adorada y venerada. Algunos dicen que en cierto momento asistimos a una especie de cara a cara entre el pensamiento cristiano, Jesús y el culto a Isis. Al fin y al cabo ambas tienen muchos elementos en común, la única diferencia es que una gira en torno a un hombre y la otra en torno a una mujer”. Y ahí, en la página 39, acaba ese objeto preguntándose “cómo sería el mundo hoy si no hubiera sido Jesús sino Isis quien hubiera ganado la batalla espiritual”.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.
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