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Carolina Meloni, filósofa: “La teoría feminista aún está muy relacionada con una manera de pensar muy fálica”

La académica lleva años estudiando las genealogías feministas. Teórica de las sexualidades, le preocupan las violencias verbales que están entrando en la propia casa del feminismo

Carolina Meloni en el barrio madrileño de Lavapiés, el 6 de mayo de 2024.
Carolina Meloni en el barrio madrileño de Lavapiés, el 6 de mayo de 2024.Álvaro García
Isabel Valdés

Nació en 1975 en la Maternidad de Tucumán, donde llevaron a su madre para parir desde Jefatura de Policía, un centro clandestino de detención, uno de los cientos que puso en marcha la dictadura argentina. Luego ambas volvieron a ese centro y Carolina Meloni pasó su primer año y medio de vida con los hijos e hijas de las presas de las cárceles por las que trasladaron a su madre. Aunque no tiene recuerdos propios, ella le contó cómo todas las decisiones llegaban de manera asamblearia, tras discutir y debatir. Ahora cree que, quizás, gran parte de su pensamiento sobre una causa común del feminismo tenga que ver con haber pasado su primer año de vida en pabellones de presas, políticas y comunes. También con los exilios, dos, ambos a España: cuando su madre fue liberada, y otro a principios de los noventa, en la primera gran crisis neoliberal tras la dictadura. Del segundo ya no regresaron. Por eso esta filósofa no tiene acento tucumano y habla de ser un “sujeto híbrido”. Su pensamiento también lo es: no hay blancos y negros ni dicotomías ni generalización posible en una conversación con ella.

En este momento de polarización política y social —casi extrema a veces y que ha atravesado también al feminismo—, el marco teórico de esta especialista en política contemporánea, feminismo y género desde la filosofía es una especie de habitación en calma donde cualquiera tiene permitido pasar si es dejando la puerta abierta para quien venga detrás. Su último libro, de 2021, se tituló Feminismos fronterizos. Mestizas, abyectas y perras (Kaótica), un recorrido por el último siglo para analizar el presente; en Enciclopedia crítica del género (Arpa, 2023), un mastodonte con más de 50 autoras que repasa la actual configuración del género, ella coordina el capítulo de Sexualidades. Quiere empezar “afinando” la palabra “feminismo”.

Pregunta. Porque no hacerlo, ha dicho antes, es “brocha gorda”.

Respuesta. Sí, hay que hacer una distinción entre un feminismo de corte europeo, académico, y los feminismos interseccionales, de movimientos sociales de base que están teniendo lugar por ejemplo en América Latina. Sin ellos no podríamos entender muchas de las realidades. Pienso en Argentina, en Milei, toda esa reacción de una ola ultraconservadora, conectada precisamente con la lucha antisistémica, anticapitalista y ecologista de los feminismos comunitarios.

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P. ¿Son los más conectados a la calle?

R. De lleno. Es lo que [la psicóloga y activista] María Galindo llama el feminismo intuitivo, un concepto brutal, fuera de la academia y los libros. Y luego está el feminismo con mayúsculas, que puede ser ese que lamentablemente reproducimos, el que podemos llamar blanco, europeo y hegemónico y que está perdiendo contacto con la realidad, ese pulso con las luchas sociales, políticas, que están fuera de ese ámbito tan cerrado que a veces es la academia.

P. ¿Cree que ese feminismo, el blanco, europeo y hegemónico, ha fallado en llevar la teoría a la práctica?

R. Siempre me acuerdo de bell hooks y su pedagogía. En El feminismo es para todo el mundo hace una crítica brutal a las propias académicas, escritoras o activistas feministas sobre cómo se habían quedado encerradas en una jerga que no era comprensible para muchas personas que por ejemplo proceden de luchas sociales. Ahí también se construye conocimiento, fuera de todo ese ámbito de monopolio epistémico que es la academia, y que le da mil vueltas.

“Tenemos que hacer un proceso de democratización del conocimiento feminista”

P. Usted da clase en la Universidad de Alcalá, pero lo ha hecho en la de Zaragoza, en la Blaise Pascal en Francia o en la de Buenos Aires, ¿también ahí ve ese desfase?

R. Está presente. Por ejemplo, se dice que para leer a Judith Butler tienes que haber leído antes a 30 filósofos. Y no todo el mundo tiene esas herramientas. Tenemos que hacer un proceso, como señalan en el movimiento feminista Mujeres Creando, en Bolivia, de democratización del conocimiento feminista. La academia se tiene que abrir a la calle y la calle tiene que tomar la academia. No tenemos que tener miedo a la teoría, tenemos que reapropiarnos de ella. Está muy relacionada con una manera concreta de pensar y de escribir, muy masculina, muy fálica. Hay que pensar que el conocimiento no es patrimonio masculino, hay que despatriarcalizar los conocimientos, la lengua, la teoría y nuestras propias luchas.

Meloni, en Madrid, a principios de mayo.
Meloni, en Madrid, a principios de mayo.Álvaro García

P. Gabriela Wiener, que le escribió el epílogo en Feminismos fronterizos, ¿puede ser un ejemplo de traductora de teoría al lenguaje comprensible para cualquiera?

R. Totalmente, ella muestra cómo entrelazar periodismo crítico y literatura, poesía, heridas de migración, teoría antirracista. Con mucho. Debemos gran parte de ese trabajo a todas estas autoras mestizas y chicanas, las primeras que empezaron a bajar esa teoría a las entrañas, a nuestros cuerpos.

P. ¿Eso que a veces se ha convertido en una crítica y se ha llamado peyorativamente literatura de mujeres?

R. Bastante simplona y machirula, la crítica. Que hablamos de lo personal, ¿qué autor no lo ha hecho? ¿Qué hace Freud en Más allá del principio del placer, que es toda una teoría sobre la pulsión de muerte, el duelo? Pues se acaba de morir su hija. Se nos acusa a las feministas de hacer teoría encarnada, como si no todo estuviera encarnado. Todo está situado, como nos dice Donna Haraway [la autora expuso en Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza, de 1991, que cualquier cuestión no está aislada de su contexto ni de la subjetividad de quien la hace]. Lo personal es político, y es radical: no hay escritura que no esté atravesada por nuestra condición social, de clase, de género, de todo.

P. Esa crítica al feminismo es algo habitual desde ciertos espacios masculinos, pero desde hace un tiempo hay otros choques, dentro del feminismo. Incluso a veces no constructivos sino violentos verbalmente, mayoritariamente por la cuestión trans.

R. No dejo de pensar en eso. Siempre he defendido que una de las riquezas del movimiento feminista es precisamente su heterogeneidad y su antagonismo. Pero este nivel de violencia no lo habíamos experimentado y lo estamos metiendo en la propia casa del feminismo. Es paradójico.

“¿Cómo es posible que volvamos a lógicas ultrabiologicistas en que la mujer solo se define por cuestiones biológicas?”

P. ¿Por qué cree que ocurre?

R. Una de mis teorías es que cierto feminismo ha tenido una hegemonía de discurso, de sujeto, de clase y de origen. España ha vivido un proceso de porosidad en su sociedad brutal y ese feminismo ya no ostenta la hegemonía. Se ha abierto el sujeto del feminismo hasta el punto de que sean numerosos: racializadas, migrantes, trans, voces tan múltiples y distintas que han generado esa polarización y esa violencia. ¿Puede la subalterna hablar?, que se preguntaba Spivak [la filósofa india Gayatri Chakravorty Spivak]. Pues parece que no. Y cuando habla, el oído hegemónico no quiere escucharla. El feminismo, como todo movimiento político incluyente, sistémico, no queda exento de ser fagocitado por el poder y las lógicas del poder.

P. ¿Y ahora?

R. Aquí estamos, hablando de casi 50 años de luchas que se han atravesado con el feminismo para que ahora la gente se lleve las manos a la cabeza. Pero la realidad es muchísimo más rica que la teoría.

P. ¿La realidad le pasará por encima?

R. Lo está haciendo. ¿Cómo podemos estar volviendo a lógicas ultrabiologicistas en las que ser mujer se define exclusivamente por cuestiones biológicas?

P. Lo hacen tanto feministas como políticos de derecha y ultraderecha.

R. Es algo que deberíamos meditar bastante: esas alianzas del feminismo con fuerzas absolutamente conservadoras son antagónicas al propio feminismo.

P. Imagine que tiene un folio en blanco para plantear una ruta a partir de ahora, ¿cuál sería?

R. Con mapas. Una autora que me gusta muchísimo y que me ha ayudado a pensar es María Lugones, una filósofa argentina que habla de mapas. Dice que puede ser el ejercicio más fuerte de poder, porque traza fronteras, dicotomías, establece dónde está el norte, el sur, dónde cada una. Y eso te obliga a analizar los propios privilegios. Ella dice “pensemos en epistemologías más del cruce que de la fragmentación”, porque hay una serie de dualismos que se nos han ido colando desde los inicios del pensamiento occidental: norte, sur, bueno, malo, blancos, negros. Hagamos un mapa en el que no existan esos dualismos, esas periferias.

P. ¿Tiene algo en mente?

R. La palabra urdimbre, una red prieta, intrincada, un tejido abigarrado. Menos mapas, menos jerarquías. Más urdimbres.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.
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