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ARTE
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Un minuto de tregua a las mujeres poderosas, por favor

La trampa para los estudios de género es que todavía cuesta admitir que figuras como Gala Dalí o Mariana de Austria ejercieron el poder sin culpa y no fueron “malas” por esa razón

Gala Dalí posando para 'Vogue' en 1943.
Gala Dalí posando para 'Vogue' en 1943.Getty
Estrella de Diego

Dentro de pocas semanas, este 7 de septiembre, se van a cumplir 130 años del nacimiento de Elena Ivanovna Diakonova. Casi seguro, este nombre no dirá nada a la mayoría, aunque si la llamáramos por su otro nombre, el que la hizo famosa, Gala Dalí, la reconocerán de inmediato. Y la juzgarán: la mujer que vivió a la sombra del gran Salvador Dalí, el “genio”; la que controló su vida y su arte y le obligó a ser cada vez más comercial, guardiana de una vida opulenta, vestida con los modelos exclusivos que se exponen ahora en Púbol, su casa, a la cual Dalí podía acudir por invitación. Algunos llegarán a insinuar que el apodo despectivo con el cual llamaba Breton —padre del surrealismo— a Dalí tras sus desavenencias, AVIDA DOLLARS —compuesto con las letras de SALVADOR DALI—, estaba dirigido a Gala. Ella era la culpable de las supuestas concesiones burguesas del catalán que Breton no aprobaba —sucede a menudo con las parejas de los hombres célebres—. A veces creo que la antipatía que despierta Dalí no se debe a sus filiaciones políticas, ni siquiera a sus puestas en escena mediáticas, sino a la presencia de Gala en cada una de sus propuestas.

Un par de años antes del apodo, Breton y Dalí no pasaban por su mejor momento y, en 1939, Breton expulsaba definitivamente a Dalí del grupo, si bien al catalán pareció importarle lo justo. “El surrealismo soy yo”, fue su respuesta. ¿De qué preocuparse? En 1939 Dalí y Gala eran socios en un extraordinario proyecto, la construcción de algo más radical y contemporáneo que el surrealismo de Breton, gesto de una época pasada. El artista reconocía por escrito dicha alianza: desde 1929 —año de su encuentro con Gala— pasaría a firmar sus mejores obras Gala Salvador Dalí, la marca que concedía a la mujer su muy merecida participación en el plan. Era el reconocimiento de la colaboración creativa de ambos; dos cabezas prodigiosas, una visible y otra en la penumbra, complementarias.

Gala había apostado fuerte para formar parte del proyecto Gala Salvador Dalí. Sus apuestas eran siempre altas, las de una mujer decidida, sin miedo a sentirse —y ser— poderosa. Había apostado al cruzar la Europa en guerra y llegar desde Moscú a París para instalarse en casa de su futura suegra, la señora Grindel, madre del gran poeta Eluard, a quien había conocido en Suiza y al cual había cambiado el nombre. Mejor Eluard que Grindel para ser poeta. Y Eluard fue poeta. Después, en 1929, siendo la glamurosa señora Eluard, llegaba a Cadaqués con el marido y un grupo de amigos y decidía no volver con ellos. Dejaba su vida elegante parisina por un tipo que no era nadie —Dalí—, leyendo el futuro entre líneas, dispuesta a construir una iniciativa deslumbrante con él.

Gala y Dalí, en Nueva York, en 1950, en una fotografía de Marvin Koner.
Gala y Dalí, en Nueva York, en 1950, en una fotografía de Marvin Koner.Marçal Folch-Fotogasull SL

Uno tras otro, Gala iba arrebatando a Breton su ascendencia férrea sobre los surrealistas más inteligentes, porque a Gala le gustaba el control —una forma codificada de poder— tanto como a Breton. No eran distintos, solo que para la historia Breton sería el pope del Surrealismo y Gala otra “bruja” manipuladora, las que se aprovechan del talento y las debilidades de sus maridos para su propio beneficio. Esta vez, además, no era una mujer más joven que se aprovecha del esposo anciano. Casi peor. Gala, mayor que Dalí, anatema histórico entre las relaciones desiguales que pinta Cranach, era la mujer de mundo que seducía a un joven inexperto. Sin embargo, ¿qué pasa si admitimos que Gala era, sencillamente, tan manipuladora como Breton y que aspiraba como Breton a tener poder, lo conseguía, lo ejercía y disfrutaba ejerciéndolo? ¿Por qué nos cuesta admitir que hay mujeres en la historia que han sido poderosas sin culpa, sin disimulos y no son “malas” por esa razón?

Estudios de género

La trampa para los estudios de género está servida y hasta cierto punto ha conformado —al menos hasta épocas recientes— algo que se podría llamar “la retórica de la vulnerabilidad”, aplicada al enfrentarse con las mujeres que han ejercido el poder y lo han disfrutado. Si hay que elegir entre víctima y verdugo, mejor optar por la primera opción. Las mujeres poderosas, con las aristas que el poder acarrea, dificultan cierto discurso desde la empatía al que aspiran —a veces— los mencionados estudios de género. No quiere esto ni mucho menos decir que las mujeres no hayan sufrido exclusiones, borraduras y malentendidos, a menudo propiciados por el XIX por cierto, del cual somos herederos y que se ha encargado de escribir una historia de las mujeres plagada de víctimas —es el caso Juana de Castilla, la reina histérica que interpretaba Aurora Bautista en Locura de amor de Juan Orduña, heredera de esos relatos caducos en 1948—.

No obstante, hubo mujeres en el pasado que tuvieron el mundo en sus manos —y su firma, compartida con el marido—. Ocurrió con Mariana de Austria, a la que podemos victimizar y enfatizar el matrimonio de una joven de 14 años con un tío —Felipe IV— mucho mayor que ella y sus maternidades frustradas —algo usual entonces—; o subrayar a la mujer “empoderada” avant la lettre que traza Silvia Mitchell de Mariana de Austria en su libro Reina, madre y estadista. Mariana de Austria y el gobierno de España (Centro de Estudios de Europa Hispánica, 2023). Otra reina fuerte de nuestra historia, igual que las diferentes mecenas rescatadas por Noelia García Pérez.

Frida Kahlo
Un retrato de Frida Kahlo usado para el documental 'Frida'.CORTESÍA (AMAZON MGM)

La victimizada Frida Kahlo, “la patrona” para los muy tempranos estudios de género, se canonizó como mártir por las infidelidades del marido, Diego Rivera, y, de nuevo, por su maternidad frustrada. Hoy sabemos que ella tampoco se quedó corta en sus aventuras queer Salma Hayek lo explicita en Frida— y al hablar del mito de su maternidad frustrada es clarificadora la carta a su médico en México, el doctor Eloesser, el 26 de mayo de 1932 desde Estados Unidos. Leída entre líneas, la embarazada Frida muestra poca alegría y muchas dudas y no solo por su salud quebradiza, sino por la reticencia a tener que dejar solo al marido: “No creo que Diego esté muy interesado en un hijo.”

La propia Suzanne Valadon —de la cual se ha podido ver una de las muestras más increíbles de la temporada en el MNAC, que la desvela como una excelente pintora— se ha leído como una desdichada madre soltera, eclipsada por el hijo pintor, trapecista frustrada, modelo. Una historia perfecta para construir las desdichas y los olvidos. La realidad podría ser otra: fue modelo sí, pero los amigos artistas apreciaron su trabajo; vivió un excitante triángulo amoroso con su amante millonario y Erik Satie —precioso el retrato expuesto en la muestra—, esperando ambos el “sí” de Suzanne que no terminaba de llegar. Algo semejante ocurrió con la escultora brasileña María Martins: dio calabazas a Duchamp para casarse con un diplomático.

Suzanne Valadon pinta en su estudio un retrato de Marie Coca, en 1927.
Suzanne Valadon pinta en su estudio un retrato de Marie Coca, en 1927. Fine Art Images / Album / MNAC Barcelona

De modo que la próxima vez que oigan el nombre Elena Ivanovna Diakonova —o Gala Dalí— no tengan miedo de aceptarla como una mujer poderosa, que ganó a pulso ese poder que quiso ejercer. Si fue vulnerable —y lo fue— ocurrió en su intimidad, una elección de preservar lo privado. Sobre todo, vale la pena recordar cómo las mujeres poderosas —incluso muy poderosas— no esperan de nosotros un atenuante para ese poder a partir de sus fragilidades. ¿Por qué, si no lo hacemos con los hombres, tampoco en esta época de cuidados?

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