Uno de los pocos hospitales públicos con terapia de grupo para embarazadas: “No podía conectar emocionalmente con mi bebé”
El Hospital Universitario Puerta de Hierro puso en marcha en 2018 un programa para asistir a gestantes con problemas emocionales y de salud mental, por el que pasan una media de 70 mujeres al año
Beatriz Fernández (37) llegó al embarazo de su hija después de seis intentos de inseminación artificial, una operación de urgencia por una fuerte hemorragia interna después de que le extrajeran 25 ovocitos, y varios intentos de fecundación in vitro. En mitad de ese duro proceso, tomó una pausa para recuperarse anímicamente con ayuda de una terapeuta y de medicación. Una vez embarazada, todo para ella era miedo. “No tuve náuseas, dormía del tirón, me encontraba bien, pero me resultaba difícil mantener los pensamientos a raya, sentía angustia por si algo se torcía”, explica. Era 2020 y estalló la pandemia. El protocolo sanitario la obligaba a acudir sola a las citas para el seguimiento y ahí empezaron sus picos de ansiedad. “Los momentos en la sala de espera y luego dentro con el monitor se me hacían un mundo, no podía gestionar los nervios”. Desde ginecología del Hospital Universitario Puerta de Hierro, en Majadahonda (Madrid), le hablaron del servicio de salud mental para gestantes y unos días después empezó las sesiones grupales con otras siete mujeres. Una hora y media a la semana. Fue su salvación.
Ese tipo de terapias de grupo para gestantes no están disponibles en todos los hospitales. En el Puerta de Hierro se puso en marcha en 2018 gracias al empeño de una psiquiatra y una psicóloga clínica, que decidieron abrir una nueva vía y reservar una hora y media a la semana para dar una sesión a un grupo de unas ocho mujeres dentro de su Programa de Psiquiatría y Salud Mental Perinatal, que lanzaron en 2009 como uno de los centros pioneros —solo el Hospital Cliníc y la Clínica Dexeus, en Barcelona, contaban con un servicio similar—. Ese proyecto ya contaba antes de 2018 con terapia para familias con bebés prematuros, para las que debían enfrentarse a duelos perinatales por haber perdido al feto durante la gestación, y para mujeres durante el posparto. Pero para las embarazadas solo había terapia individual.
“El embarazo se vive de forma muy solitaria y está muy idealizado. No se habla explícitamente de los procesos complicados que se pueden vivir en esa etapa y encontrarte con un grupo de mujeres que están pasándolo mal en una época de la vida donde teóricamente deberían estar superfelices genera alivio, sienten que no están solas”, explica Mónica Díaz de Neira, la psicóloga clínica que está al frente de las sesiones. “Hay un imperativo social de que no deberías sentirte así, y eso genera angustia, culpa, y dudas sobre cómo vas a ser como madre… el formato grupal desactiva esa parte”, añade. En su hospital decidieron hacer grupos por el volumen de pacientes que tenían, era una forma de atenderlas con más frecuencia y de evitar atascos. De las 70 mujeres que atienden al año, un 60% se decantan por la terapia grupal. La media de edad es de 35 años.
El perfil mayoritario de las mujeres que acuden a esta terapia es el de aquellas que por su situación física presentan riesgo de aborto, de parto prematuro o malformaciones en el bebé; aquellas que presentan una psicopatología durante el embarazo —en algunos casos, se reactivan síntomas relacionados con experiencias previas, como haber sido víctima de abuso sexual—, o mujeres que han sufrido duelos perinatales previos. Diferentes estudios señalan que la prevalencia de depresión en gestantes oscila del 5 al 20%, mientras que la de la ansiedad va del 15 al 20%.
La terapia de grupo, cuenta la psicóloga Díaz de Neira, permite profundizar más con las pacientes. “Las veo cada semana, en lugar de una vez al mes, así las puedo conocer mejor, se genera más confianza y complicidad, puedo usar más el humor... el vínculo en la psicoterapia es fundamental para que haya cambios”, indica. La mayoría suelen quedarse hasta el final del embarazado, hay un alto grado de adherencia. Otra de las ventajas es que al escuchar el testimonio de otras mujeres se toma distancia con lo que le pasa a una. “Salir de tu perspectiva y ver otros casos más complicados te da perspectiva”.
Laura Gamella (33 años) cuenta que la muerte del que iba a ser su segundo hijo en el segundo trimestre del embarazo por malformaciones fetales le hizo perder la inocencia. “Te vuelves a quedar preñada y vives con miedo, en alerta constante porque sabes que los bebés se mueren”. En su tercer embarazo le hablaron del grupo y no dudó. “Deseaba que llegara el viernes para desahogarme en la terapia, la importancia de verbalizar las cosas para no sentirte una loca, me costaba mucho vincularme emocionalmente con el bebé, pasaban las semanas y no sentía nada”. Una complicación la obligó a mantenerse en reposo absoluto durante más de cinco meses. Seguía la terapia por zoom y le enseñaron técnicas para vincularse con la niña que le funcionaron. “Ejercicios en los que tenías que imaginar cómo sería el bebé, hablarle, hacer meditaciones con los movimientos fetales o escribirle una carta contándole tu ilusión por verla... cuando estás así necesitas la ayuda de un profesional”.
Esos meses, Elena Sánchez (37) también estaba en el grupo. Venía de una pérdida perinatal en la semana 38 de gestación (son un total de 40). “Mi embarazado fue muy traumático, es muy duro porque todo el tiempo estás pensando que te va a pasar lo mismo. Sales de las revisiones, ves que todo está bien, pero el subidón te dura un par de días, y vuelves a tu bucle”. Ella no quería que nadie supiese que estaba embarazada por si lo perdía y pidió trabajar desde casa. “La terapia me ayudó muchísimo, este servicio debería estar en todos los hospitales, nos lo merecemos como mujeres”.
La terapia: enfrentarse a su propia infancia
“En el embarazado estamos especialmente conectadas con nuestra infancia. Cuando ha habido historia de maltrato, de abusos, negligencia o muchos conflictos eso puede brotar y descolocar”, apunta la psicóloga del servicio Mónica Díaz De Neira. El informe La experiencia del programa del Hospital Universitario Puerta de Hierro de Majadahonda, publicado en 2012 por dos psiquiatras de la unidad, señala que si la infancia fue grata, ese recuerdo permite imaginarse cómo será la del bebé en camino. Pero si la infancia fue traumática, marcada por los abusos o el abandono emocional, se pueden reactivar procesos psicológicos no resueltos o duelos pendientes. “La psicoterapia centrada en comprender y asumir la propia historia previa puede ser especialmente eficaz. Revisar la infancia a lo largo del embarazo puede servir para incrementar la consciencia y la empatía con el futuro bebé”, señala el estudio.
Una vez que Beatriz Fernández dio a luz, empezó a tener problemas con sus padres y para entender esas emociones pidió ingresar en la terapia de grupo de posparto. “Siempre han sido muy duros, de castigarte un montón, yo no quería repetir ese patrón, quería tener capacidad para dialogar con mi hija, escucharla, no juzgarla... ese bloqueo me impidió conectar con la bebé durante un tiempo, estaba rara y no sentía el mismo amor que cuando nació mi sobrina”, cuenta. En la terapia revisan los vínculos de cada mujer con su infancia, con cómo la criaron a ella, y se trabaja cómo se ve como madre y cómo se va a conectar con su hijo en ese nuevo rol.
Otros de los temas recurrentes, cuenta Díaz De Neira, son el miedo al parto, o los cambios corporales que conlleva el embarazo. “Lo trabajamos en el marco de esta sociedad, la cultura del patriarcado opresor, de no ser así seguramente ninguna se preocuparía si le crece la barriga o se le descuelgue una teta. Por otro lado, si hay antecedentes en la adolescencia de anorexia nerviosa, un embarazo es un evento muy estresante para esa mujer, aunque desee con toda su alma al bebé”. También es habitual la perspectiva de género. “Pueden aparecer problemas de pareja por los cambios en el estilo de vida de la mujer, que no siempre son entendidos si la pareja es un hombre. Es ella la que se da cuenta de que ya no le vale la ropa, la que tiene que readaptar su dieta para evitar la listeriosis o la toxoplasmosis, la que ve su vida laboral alterada porque ya no llega a hacer las mismas cosas con la misma exigencia”.
Muchas mujeres sienten una gran culpa por sus estados emocionales y por cómo pueden afectar al bebé. “Parece que no pueden ni llorar porque te dicen que el bebé lo va a sentir... en el grupo trabajamos que es normal que haya fluctuaciones, que un día estés estresada y otro día más en calma, y eso no tiene por qué dañar al bebé”, expone la psicóloga. Su colega, la jefa de psiquiatría infantil y del adolescente Maruja Palanca, habla de casos de mujeres que cuando al niño le aparece una enfermedad a los siete años se culpan por cómo llevaron el embarazo. “Hay estudios que nos dicen que niveles de estrés muy altos correlacionan con algunos problemas en el bebé por el cortisol, pero no es un tema matemático de causa-efecto, hay que relativizar”, matiza. “Hay que luchar contra el imperativo social de estar todo el día con una sonrisa y zen, los humanos no somos así”.
Uno de los puntos que más les preocupan a ambas es la falsa creencia de que las embarazadas no pueden tomar ningún tipo de medicación para tratar la ansiedad o la depresión. “Hay mucho desconocimiento, tienen que acudir a un psiquiatra perinatal que conozca bien qué fármacos pueden tomar, incluso algunos médicos de familia lo desconocen o se pueden dar indicaciones mal hechas como decirle que deje de tomar una medicación psiquiátrica que ya estaba tomando”, dice Palanca.
Lucía Peigneux (37), que está embarazada de 36 semanas, está en el grupo y toma antidepresivos y ansiolíticos. “No he faltado ningún viernes, para mi es fundamental”, dice. “La maternidad no es como te la pintan. En estos grupos veo que hay mucha culpa, nos exigimos estar de una determinada manera y eso no es real. Yo tomo medicación desde hace muchos años y aquí me han enseñado a no castigarme por ello. Por mi personalidad lo necesito, igual que quien toma paracetamol para el dolor”.
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