10 sesiones gratis e inmediatas con el psicólogo: el plan de un ayuntamiento catalán para jóvenes que no pueden pagar 50 euros por la terapia
Sant Boi de Llobregat, de unos 80.000 habitantes, destina 160.000 euros al año a un servicio de atención psicológica para menores de 35 años para hacer frente al “colapso” de la atención primaria y los tiempos de espera en salud mental
A veces sucede que la alcaldesa de un pueblo es psicóloga clínica de formación. En Sant Boi de Llobregat, a 11 kilómetros de Barcelona, Lluisa Moret, en mitad de la pandemia puso el foco “en un momento vital que para el resto de administraciones públicas no suele ser prioritario”: la juventud. “Hay un agravio de clase”, cuenta. “Quien tiene dinero se paga un psicólogo privado y quien no, sufre”. Llegó a sus oídos que los chavales no sabían adónde ir, que conseguir una cita con el psiquiatra en el sistema público era casi imposible. En enero de 2021 lanzaron desde el Ayuntamiento que dirige un servicio pionero en Cataluña, sesiones individuales de terapia gratuitas e inmediatas para personas de 16 a 35 años.
Desde el inicio han atendido a 326, y tuvieron claro que no realizarían tratamientos a largo plazo. Ofrecerían un máximo de 10 sesiones, lo que en la privada puede ascender a unos 500 euros. Los problemas psiquiátricos, el riesgo de suicidio, los trastornos de la conducta alimentaria o los casos de violencia de género se derivarían al “organismo competente” después de la primera entrevista. Los casos menos graves, aquellos para los que el sistema sanitario tarda más de tres meses en dar una primera cita con el especialista, eran su objetivo principal. Toma de decisiones, conflictos familiares o de pareja, falta de amigos, dificultades en las relaciones sociales, crisis de ansiedad… problemas que necesitan acompañamiento.
España, con seis psicólogos clínicos en la red pública por cada 100.000 habitantes, está tres veces por debajo de la media europea. Cada año salen unas 200 plazas de psicólogos internos residentes (PIR), y para llegar a estos estándares europeos harían falta más del doble. También escasean los psiquiatras: 11 por cada 100.000 personas, casi cinco veces menos que en Suiza (52) y la mitad que en Francia (23), Alemania (27) o Países Bajos (24). Cataluña también está por debajo de la media europea, pero mejora notablemente los indicadores nacionales: tiene el doble de psicólogos clínicos que la media española, y 13,4 psiquiatras por 100.000 habitantes.
En una antigua fábrica y sin bata
Los dos psicólogos que atienden en las dependencias de juventud de Sant Boi, ubicadas en una antigua fábrica de textiles, no llevan bata blanca. José Manuel Murillo, de 30 años y psicólogo clínico, presume de que su piercing de la ceja derecha le “vincula” mejor con los chavales. Noemí Vilà, de 26, cuenta que usan un lenguaje que nada tiene que ver con el de señores de 50 años. La alcaldesa Lluisa Moret, del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), quiso contratar a especialistas jóvenes del pueblo para, de paso, crear empleo.
Marc Batuecas, de 20 años, lleva tres sesiones. “Vine por problemas familiares y de autoestima”, cuenta. Una de sus obsesiones es su estética. “Sé que es mental, pero no salgo de ahí”. Su pelo se ha convertido en el centro de sus frustraciones. Se lo ha cambiado mil veces, ha llevado tres tipos de rizos con la permanente, se lo ha teñido de gris platino, rapado. No le gusta. Tampoco su frente. “En los cuatro años que duró la ESO me trolearon bastante, los compañeros me hicieron daño”. Lleva tatuado un ojo gigante en el brazo ―“es cómo nos miran o cómo sentimos que nos miran”, dice―. Lo que más le duele es la relación con su madre. En casa, donde también vive su hermana de 22, nunca comen juntos, cada uno se paga lo suyo. “No tengo el amor de mis padres”. Se divorciaron siendo él pequeño.
José Manuel Murillo, que le está atendiendo, explica que hay problemas emocionales que cuesta tanto asumir que se trasladan a aspectos físicos. “Hay una falta de supervisión, de cariño, de atención… puedes apagar eso enfocando tu dolor en otra cosa, en un monstruo que puedas gestionar mejor. Es una lógica en la que piensan que como no le importan a nadie, se van a exigir lo imposible”. En el año y medio que llevan funcionando, lo que más han detectado son conflictos familiares y ansiedad. Un 62% de los que han acudido son chicas y un 37% chicos. Del total, el 69% son estudiantes y el 53% viven con alguno de sus progenitores. La mayoría de ellos reportaron trastornos del estado de ánimo y baja autoestima.
Marc Batuecas, al que diagnosticaron TDA (Trastorno por Déficit de Atención) y dislexia a los 15 años y que no ha podido pagar la logopedia, se angustia por el dinero. El año pasado tuvo que dejar sus estudios de FP para trabajar en tres residencias de mayores. Pudo ahorrar unos 5.000 euros. Se paga su comida, su ropa y contribuye con todos los gastos de casa. “No puedo hablar con mi madre, solo grita… no nos entendemos, ojalá pudiera independizarme”.
La otra psicóloga, Noemí Vilà, cree que el confinamiento ha sido el gran drama. “Les ha afectado mucho y les ha generado un déficit en las habilidades sociales”. Las pantallas actúan como máscaras, explica, de forma que los más jóvenes pierden la capacidad de desarrollar el lenguaje no verbal. “En la adolescencia lo van refinando, también la resolución de problemas cara a cara”. La espera para acudir a la primera sesión es como máximo de siete días.
―¿Qué es lo que te produce tristeza?
―No lo sé, por eso estoy aquí.
El que contesta es Shoaib Arshad, de 21 años. “Me daban bajones y se me iban las ganas de todo”. No quiso ir al médico de cabecera porque no quería medicación. “Tengo amigos a los que les han dado pastillas mientras esperan meses hasta tener la primera sesión”. Tampoco podía pagar 50 euros por una hora en la privada. Graduado en FP, trabaja cuatro horas a la semana como monitor en una asociación de personas con discapacidad intelectual y no llega a los 150 euros al mes. Llegó hace 10 años de Pakistán y no se ve en la universidad. “Tengo fotofobia, la luz me daña los ojos y termino con dolor de cabeza”. Se ha alejado de su familia y de sus amigos. “El confinamiento me cambió, intento retomar cómo solía ser antes, era muy sociable, intento volver”. Le agobia ver que todo está en el aire, que tendría que tener 20 trabajos para independizarse. Quiere vivir solo, y los alquileres en Sant Boi están por los 800 euros. La psicóloga le ha recomendado que se vuelva a acercar a alguno de sus cinco hermanos, viven todos juntos.
“La pandemia ha tenido un impacto emocional sin precedentes, la política tiene que adaptarse al momento vital, no podemos acomodarnos en políticas estancas que generen desafección”, señala la alcaldesa Lluisa Moret. Este año han destinado 160.000 euros al servicio de atención psicológica (el presupuesto total del consistorio asciende a 95 millones al año) y prevén contratar a otros dos especialistas antes del verano. “En la adolescencia se dan transiciones que te marcan para el resto de tu vida, sobre todo en las familias más vulnerables, había que hacer algo frente al colapso de la salud mental”. El 37,7% de la población del municipio tiene entre 16 y 35 años (31.670 personas). El pasado octubre, la Generalitat empezó a dotar a los centros de atención primaria de una nueva figura: el referente para el bienestar social y emocional. No son psicólogos clínicos, sino que su propósito es hacer sobre todo prevención. Se ha contratado a 230 profesionales, lo que cubre más de la mitad de los centros de salud de la comunidad.
Murillo y Vilà también dan talleres de educación emocional para grupos donde les enseñan a detectar la sintomatología ligada a la baja autoestima, ansiedad, depresión o el bullying. Les hablan del oso blanco. “Cierra los ojos y no pienses en uno. Cuanto más intentas olvidar algo, más veces te viene a la mente. Por ejemplo, el Richi que te ha dejado... Aquí aprenden técnicas de relajación”, señala Murillo.
Elisabet Navarro, de 29 años, hizo el taller, pero antes reservó una primera sesión individual online desde Holanda, donde estuvo seis meses de Erasmus. “A veces no tienes nada grave, pero necesitas un pequeño mentor”. Había vivido un cambio cultural bestial. “Los holandeses son más de disfrutar de la vida, de vivir más lento. Pensé, ¿por qué corremos tanto en España, a dónde queremos llegar?”. Ya no era la misma, y no sabía si quería volver a Cataluña. Suponía volver a las obligaciones, a su trabajo como entrenadora personal para poder pagar sus estudios universitarios. “Al final me vine y luego necesité otra sesión para aceptar el cambio, nunca hubiese pagado la privada porque no me lo puedo permitir”.
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