Una estrategia que agrava la confusión
Que la evidencia científica tarde y sea cambiante no se puede evitar en una situación como esta. Pero las dudas que genera deben combatirse con información rigurosa y pedagogía
La evidencia científica requiere tiempo, pero la situación de excepcionalidad que vivimos genera mucha angustia y poca espera. El conocimiento avanza a trompicones en un mar de incertidumbre y quienes más lo sufren son los científicos y los expertos que asesoran a los gobiernos, que han de hacerse un criterio y tomar decisiones que afectan a la vida de la gente con datos parciales y a veces cambiantes. Eso es lo que ha ocurrido con la vacuna de AstraZeneca. Se han tenido que tomar decisiones con una evidencia científica débil y eso ha llevado a aplicar criterios divergentes y a sucesivos bandazos en la estrategia de vacunación que han provocado perplejidad y desconfianza.
La vacuna entró ya con mal pie por la muy deficiente estrategia de comunicación de la propia compañía. Los ensayos clínicos no aportaban datos sobre su efecto en las personas mayores de 65 años, de modo que cuando se aprobó, muchos países, entre ellos España, decidieron no inyectarla a partir de esa edad. Pero otros siguieron las directrices de la Agencia Europea del Medicamento, que recomendaba administrarla a toda la población. Esa fue la primera gran divergencia. Cuando la experiencia de países como Reino Unido o Israel indicaba que la vacuna era segura y efectiva también en las personas mayores surgieron las primeras alertas sobre su posible relación con algunos casos de trombosis graves. Ahí se planteó la segunda gran disyuntiva: mientras unos países paralizaban la vacunación, otros la mantenían a la espera de datos concluyentes sobre los efectos adversos. Ambas posiciones eran defendibles.
Finalmente, tras la revisión de los casos, la agencia concluyó que había una posible relación entre la vacuna y las trombosis, pero que el beneficio seguía siendo infinitamente superior al riesgo, de modo que aconsejaba continuar con la vacunación. Pero entonces surgió la tercera disyuntiva: cómo minimizar ese riesgo a la luz de los datos disponibles, que eran de nuevo escasos y parciales. No se conoce el mecanismo implicado ni los factores que precipitan esas trombosis, pero la mayoría de los casos observados afectan a mujeres de menos de 60 años. Eso ha llevado a muchos países a cambiar radicalmente el criterio de vacunación y no administrarla por debajo de esa edad, justo lo contrario del criterio que se venía aplicando.
Que la evidencia científica tarde en llegar y sea cambiante es algo que no se puede evitar en una situación como esta. En todo caso, las dudas que genera pueden y deben combatirse con información rigurosa y mucha pedagogía. Lo que no es inevitable es la utilización dolosa de esta dificultad objetiva como arma para desgastar al adversario y obtener réditos políticos y electorales. Una estrategia deliberada de cuestionamiento permanente de las decisiones que se toman por consenso, como la que sigue Isabel Díaz Ayuso, agrava la confusión y genera más desconfianza. Ningún otro dato diferencial, salvo esa confusión deliberada, permite explicar que en Madrid el rechazo a la vacuna de AstraZeneca sea muy superior al del resto de España.
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