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El muy lento y minoritario regreso a las aulas en Francia

A las clases de la escuela Infantil Chanteloup, al sur de París, han vuelto seis de sus 101 alumnos. Son los pioneros de la lenta y minoritaria reapertura escolar en Francia

Un grupo de niños sigue una clase con medidas de distancia social en un colegio de Montreuil, el 25 de mayo.
Un grupo de niños sigue una clase con medidas de distancia social en un colegio de Montreuil, el 25 de mayo.IAN LANGSDON (EL PAÍS)
Marc Bassets

Al principio los niños se sentían raros. El aula había cambiado: ahora había cinta adhesiva en el suelo que separaba el territorio de un niño y de otro. Cada uno debía quedarse en su rincón. Los compañeros de siempre no estaban, eran tres en clase. La maestra iba enmascarada. “Las mascarillas son impresionantes para un niño. Significan que hay un peligro. Todo esto da miedo”, dice Fanny Mallard, una de las maestras de la escuela infantil Chanteloup de Moissy-Cramayel, un municipio de 17.000 habitantes al sur de París.

Las escuelas se han convertido en el campo de pruebas de la desescalada en Francia, después de dos meses de confinamiento para frenar la epidemia de coronavirus. No se trata de retomar los programas escolares, ni recuperar el tiempo perdido, sino de retomar el contacto y dar los primeros pasos en el aprendizaje de un nuevo mundo. Los pequeños son la vanguardia: los pioneros.

El Gobierno francés considera que la educación es la clave de bóveda de la primera fase de la desescalada, que empezó el 11 de mayo. El argumento es social: el riesgo de que dos meses sin salir agravasen, para los más desfavorecidos, la exclusión y las desigualdades. Hay otro motivo: sin escuela, los padres no pueden ir a trabajar y la economía difícilmente se pondría en marcha De ahí que el presidente Emmanuel Macron desoyese en abril la recomendación del Consejo Científico, favorable a mantener cerradas las escuelas hasta septiembre. Y que decretase la apertura de los centros de manera voluntaria y progresiva.

“Cuando los padres me preguntan qué hacer, yo les explico cómo nos organizamos para que tengan toda la información y puedan decidir”, dice Caroline Chatelot, la directora de la escuela infantil Chanteloup. De los 101 alumnos del centro, han vuelto seis. La escuela —un edificio nuevo y luminoso en un apacible pueblo de clase media en los confines del Gran París— tiene estos días un aire fantasmal. Los toboganes y otros juegos están sellados. Las aulas, vacías. En los pasillos reina el silencio.

“Cada niño tiene su casita”, dice Chatelot mientras enseña una de las aulas. La “casita” es un espacio delimitado por un banco, un armario y una mesa en el que el alumno —en Chanteloup, entre tres y seis años— trabaja y juega durante el horario lectivo de seis horas.

“Habrá que hacer rotaciones, no habrá otra opción"

Cuando el Gobierno francés decidió reabrir las escuelas, dio prioridad a la infantil y la primaria, los primeros en retomar los cursos. En la semana del 18, llegó el turno en buena parte del país de las escuelas intermedias o collèges, donde los alumnos tienen entre 11 y 14 años. A partir del 2 junio, cuando arranca la segunda fase de la desescalada, abrirán los institutos.

El balance oficial señala que se han reabierto 40.000 escuelas infantiles y primarias, un 80% del total. Han ido a clase 1,3 millones de alumnos, un 20%, además de 200.000 profesores, un 55%. Cien escuelas han cerrado al detectarse un caso entre el personal o los alumnos, o en el municipio. El pretendido regreso de los alumnos más desfavorecidos —los que durante la clausura desconectaron del sistema escolar— no es fácil. “Querríamos que ciertos niños fuesen a la escuela y no lo logramos”, ha admitido el ministro de Educación, Jean-Michel Blanquer.

En Chanteloup, ningún alumno ha desconectado durante el confinamiento. Todo está milimetrado aquí, cada alumno tiene un lavabo propio y un triciclo, lo que permite evitar una proximidad excesiva en el patio. El aula vieja —la que abandonaron en marzo, con sus mesas, sus dibujos en el muro, sus juguetes— parece congelada. “Si quieren un juguete, se lo traemos y después lo lavamos”, dice la directora.

El día que el ritmo habitual regrese queja lejos. ¿Y qué ocurrirá en septiembre? ¿Cómo se organizarán las aulas para guardar las distancias seguras? “Es el gran interrogante”, responde la maestra Magali Levoir. “Habrá que hacer rotaciones, no habrá otra opción", apunta en a biblioteca de la escuela Hanane Moughamir, inspectora del Ministerio de Educación responsable de Moissy-Cramayel. "Quizá acogiendo medias clases, uno de cada dos días. O quizá los niños vendrán dos días por semana y otros dos días harán clases a distancia”. Como después de los atentados o de catástrofes naturales, la escuela educa para la seguridad. “Cuanto antes se aprenda a protegerse ante cualquier situación, mejor se construirá el ciudadano ilustrado del mañana”, dice Moughamir.

En la clase de Madame Levoir, Jordan, de 4 años, escribe la palabra escargot: caracol. A unos metros, Nassim, de 5, construye un cohete de legos. Thais, de la misma edad, juega con dinosaurios de plástico. “Todo es individualizado”, dice la maestra. Cada uno en su ‘casita’, a lo suyo. Son las 15.00, hora de recreo. Los niños se ponen en fila, un metro el uno del otro, ante la pila para levarse las manos. Metódicamente, sin prisas. Jordan, Nassim, Thais han integrado los gestos, los tienen bien aprendidos. Los guardarán toda la vida.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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