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África suaviza los confinamientos pese al aumento de casos

El impacto económico en la población más vulnerable obliga a rebajar las medidas de encierro en países como Sudáfrica, Ghana y Nigeria

José Naranjo
Un niño y su madre en el suburbio de Makoko, en Lagos, transportan una caja con comida que han recibido de la Cruz Roja nigeriana el pasado domingo.
Un niño y su madre en el suburbio de Makoko, en Lagos, transportan una caja con comida que han recibido de la Cruz Roja nigeriana el pasado domingo.Sunday Alamba

“Ningún país se puede permitir el impacto de un confinamiento total mientras espera por el desarrollo de las vacunas”. Estas palabras de Muhamadu Buhari, presidente de Nigeria, resumen el sentir de la muchos líderes africanos que esta semana han comenzado a dar un giro de timón a la gestión de la crisis del coronavirus. La mayoría de los países que impusieron confinamientos drásticos, como la propia Nigeria, Sudáfrica, Ghana, Argelia y Túnez, están relajando las medidas y permitiendo un paulatino regreso a la actividad económica de sus ciudadanos.

África sigue empeñada en contradecir las previsiones más catastrofistas sobre la pandemia, que anunciaban que, a estas alturas, habría más de 500.000 contagios y que los muertos se contarían por decenas de miles. A día de hoy y con las cifras oficiales en la mano, el continente cuenta unos 35.000 casos positivos y 1.500 muertos. Nadie duda de que la capacidad de hacer test es reducida; el Centro de Control de Enfermedades (CDC) de la Unión Africana calcula que se han hecho menos de 500.000 para 1.300 millones de habitantes, pero también es evidente que, por ahora, no se ha producido la anunciada explosión de casos graves ni el colapso de los sistemas sanitarios.

“No se está haciendo un diagnóstico masivo, pero lo cierto es que sobre los test que hacemos a diario hay muchos más negativos que positivos”, asegura Papa Alassane Diaw, jefe de laboratorio del Instituto de Investigación en Salud, Vigilancia Epidemiológica y Formaciones de Senegal. “La explosión de casos que hubo en Europa no la vemos en África, no sabemos de muertos al margen del sistema o un atasco de enfermos en los hospitales. Quizás la gente contagiada lo esté llevando bien, quizás haya cierta inmunidad. Habrá que hacer más investigación”, añade.

Mientras los científicos discuten acerca de si las altas temperaturas dificultan la transmisión y del efecto de la pirámide poblacional en un continente donde el 50% de sus habitantes es menor de 20 años y solo el 5% tiene más de 60, la mayoría de países que adoptaron el confinamiento total emprenden una marcha atrás en un momento en que se ha pasado de 1.000 a 1.500 contagios diarios en el continente, es decir, cuando la curva se está acelerando. La razón no es médica o científica, sino social y económica: en África el 66% de su población vive al día en la economía informal y obligarles a permanecer en casa durante semanas es condenarlos al hambre y la pobreza.

Esta es la tendencia general, aunque la realidad es diferente en cada país. Sudáfrica es, junto a Egipto, la nación más afectada por la covid-19 con casi 5.000 contagios. El presidente Cyril Ramaphosa ha anunciado ya que a partir del 1 de mayo habrá una “flexibilización progresiva” del confinamiento más restrictivo aplicado en África y en vigor desde el 27 de marzo. Se mantiene, eso sí, un toque de queda nocturno y la obligatoriedad de llevar mascarilla o, ante la imposibilidad de conseguirla, algún elemento de protección en nariz y boca como bufandas o camisetas recortadas.

“En Sudáfrica el confinamiento ha sido muy duro”, asegura Laura Triviño, coordinadora de Médicos Sin Fronteras en este país, “lo que ha permitido aplanar la curva y ganar un tiempo indispensable para que los servicios de salud se prepararan para poder responder a lo que viene. Eso se ha conseguido parcialmente”. A su juicio, “ya se sabía que un bloqueo como este era imposible de mantener, tanto por razones de salud pública como económicas. Ha habido neumáticos quemados y disturbios y hay bolsas de población que lo están pasando realmente mal”.

En Nigeria, con 1.400 positivos y 40 fallecidos, el presidente Buhari ha decidido pasar de un confinamiento total en las ciudades de Lagos, Abuja y Ogun a un toque de queda nocturno a partir del próximo 4 de mayo, lo que permitirá que ciertas oficinas y negocios puedan abrir de 9.00 a 18.00. Las mascarillas también serán obligatorias. “El cierre ha tenido un coste económico muy alto”, aseguraba Buhari este lunes. De igual modo, Nana Akufo-Addo, presidente de Ghana (1.500 casos, 11 muertos) suspendió el confinamiento de varias zonas del país tras tres semanas de bloqueo e impuso la orden de portar protección en nariz y boca. Argelia y Túnez adoptaron medidas similares.

La mayoría de los líderes africanos decidieron, desde el primer momento, adoptar medidas como cierre de fronteras, toques de queda y prohibición de actos públicos, pero no confinar pese a que se vieron sometidos a la presión de sus asesores científicos. Esta es la línea mantenida hasta ahora por Egipto, Costa de Marfil, Guinea o Senegal. El presidente senegalés Macky Sall, consciente de las dificultades que tendría su población para respetar un confinamiento total, ha optado por el toque de queda nocturno y, recientemente, por la obligatoriedad de llevar mascarilla. Sin embargo, esta decisión es objeto de debate y podría variar en función de la evolución de la pandemia. Marruecos, Ruanda y Yibuti sí mantienen el confinamiento total, aunque en este último país su presidente Ismael Omar Guelleh se quejaba amargamente de que la población no lo respetaba.

Un reciente estudio de la Universidad de Yale conducido por los profesores Zachary Barnett-Howell y Ahmed Mushfiq Mobarak asegura que el confinamiento de la población solo se justifica en países de altos ingresos y que, por el contrario, reporta muchos menos beneficios en los más pobres. Los expertos se apoyan en el hecho de que la covid-19 matará a menos personas en estas naciones porque la población es más joven y, sin embargo, el impacto económico en los medios de vida es mayor, sometiendo a la sociedad a un estrés que podría incluso generar inestabilidad. Ante este dilema proponen el uso de mascarillas caseras, el aislamiento de ancianos y enfermos, la mejora del acceso al agua y una fuerte sensibilización.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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