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El rápido cierre de fronteras ralentiza el contagio en África

Los expertos coinciden en que el continente ha ganado tiempo, pero insisten en su incapacidad para gestionar una explosión de casos graves

José Naranjo
Un soldado marca la distancia en la cola de los 'sin techo' que aguardan por raciones de comida, este jueves en Johanesburgo (Sudáfrica).
Un soldado marca la distancia en la cola de los 'sin techo' que aguardan por raciones de comida, este jueves en Johanesburgo (Sudáfrica).MARCO LONGARI (AFP)

La pandemia del coronavirus se extiende más despacio por África que por el resto del mundo. Con unos 12.000 contagiados y casi 600 muertos en todo el continente, dos meses después del primer positivo, la principal explicación en la que coinciden los expertos es que la premura en el cierre de fronteras, limitando la llegada de casos importados, ha aplanado la curva. Sin embargo, los investigadores están lejos de mostrar optimismo y recuerdan que la falta de recursos en los sistemas públicos de salud, con serias limitaciones en camas de cuidados intensivos y respiradores, podría llevarlos al colapso a poco que se incrementen los casos graves.

El primer contagio declarado en el continente africano fue el 14 de febrero en Egipto, 20 días más tarde que en Europa. Sin embargo, tuvo que pasar nada menos que un mes más, hasta el 15 de marzo, para que se llegara al centenar de casos. Para ese entonces los contagiados se contaban por cientos de miles en el mundo. La menor conectividad de África con otros continentes le dio un tiempo precioso, una ventana de oportunidad para tomar decisiones.

El 22 de febrero, con aún un solo caso declarado en todo el continente, la Unión Africana convocó a los ministros de Sanidad a una reunión en Adis Abeba. De allí salieron con dos ideas claras: que África no tenía los recursos suficientes para enfrentarse a lo que estaba viviendo China y que, por tanto, había que adoptar medidas enérgicas. A mediados de marzo, con Italia y España ya en plena tormenta, comenzó una vertiginosa cascada de controles en puertos y aeropuertos, cierre de fronteras, prohibición de actos públicos, toques de queda, declaración de estados de emergencia e, incluso, confinamientos.

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“La rápida adopción de medidas drásticas ha logrado aplanar la curva”, asegura la epidemióloga Anna Roca, que cuenta con una amplia experiencia en África occidental y austral. El técnico en gestión sanitaria Pape Makhtar Ndiaye, que trabaja en la respuesta a la Covid-19 en Senegal, coincide con la investigadora. “La eficacia del cierre de fronteras y la prohibición de transporte interurbano se está viendo ahora, tres semanas después. Los casos importados han bajado mucho y tan sólo nos llegan a través de los países limítrofes porque son fronteras muy porosas”, asegura.

Todos los expertos consultados aseguran que en África hay más contagios de los que revelan las cifras oficiales. Sin embargo, esto también ocurre en Europa, China o EEUU, donde miles de personas pasan la enfermedad asintomáticos o con señales muy leves sin que se les realice la prueba. En África, donde prácticamente todos los países cuentan con laboratorios habilitados para llevar a cabo los análisis, según asegura el director de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades africanos (CDC), John Nkengasong, está el elemento añadido de la falta de recursos. “Los tests diagnósticos son carísimos, la mayoría no está en condiciones de hacer pruebas masivamente”, asegura Basilio Valladares, catedrático de Parasitología y especialista en análisis clínicos.

Por otra parte, la mitad de los africanos tiene menos de 20 años y solo el 5,4% de la población ha superado los 60. Esto presenta dos ventajas enormes frente al coronavirus. En primer lugar, reduce el porcentaje de población en riesgo de complicaciones graves y, en segundo lugar, si muchas personas jóvenes superan la enfermedad sin síntomas y se vuelven inmunes, tal y como ocurre con otros virus, se podría limitar la capacidad de circulación y por tanto de transmisión comunitaria.

Desde el comienzo de la pandemia han ido surgiendo una serie de razones que pretenden explicar la menor tasa de incidencia del virus en la población africana. La primera de ellas es el calor. Sin embargo, la epidemióloga Anna Roca considera que la evolución de la pandemia no es compatible con la hipótesis de que las temperaturas jugarán un papel decisivo. “Con la inmunidad pasa un poco lo mismo, no hay suficientes datos en África. Es cierto que la población está en contacto con diferentes tipos de coronavirus, pero este es diferente, su origen no es humano”, asegura. Pese al uso generalizado de antipalúdicos, como la cloroquina, y su uso bajo control médico para tratar la Covid-19, lo cierto es que no existe certeza científica respecto a su eficacia.

El gran desafío sigue siendo la falta de recursos. La mayoría de países africanos cuentan con una capacidad muy limitada para atender los casos graves de coronavirus, aquellos que requieran hospitalización, monitorización y respiración mecánica. Sí, la población es joven, pero también hay una mayor incidencia de patologías como tuberculosis o VIH. Incluso con una curva plana, el incremento de casos es fuente de preocupación. “Vemos una progresión preocupante de la transmisión comunitaria”, indica Ndiaye, mientras que Roca recuerda que la evolución diferente de la curva no significa que no pueda haber una explosión de casos en las próximas semanas. “Si eso ocurre, los sistemas de salud pueden colapsar fácilmente y habrá una alta letalidad”, apunta la científica.

Sudáfrica sigue siendo el país con más casos en África, 1.845, pero también es una de las economías más sólidas y cuenta con uno de los mejores sistemas de salud. Al mismo tiempo, su capacidad de hacer tests es bastante superior a la media. Solo cuatro países concentran más de la mitad de positivos del continente, la propia Sudáfrica, Argelia, Egipto y Marruecos. En África subsahariana los estados con más contagios son Camerún (730), Burkina Faso (414), Costa de Marfil (384), Níger (342) y Ghana (313).

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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