Los ‘pelodramas’ que trajo el confinamiento
Ir a la peluquería será prioritario para la mitad de los españoles cuando se levante la cuarentena. Los tintes se agotan y los locales tienen listas de espera
Por muy exótico que suene, Pilar, 61 años, alta funcionaria, solo pensó en una cosa al decretarse el aislamiento: su pelo. Siempre rubio. Siempre impecable. “Voy cada tres semanas a la peluquería, no soporto las raíces. Ahora me pongo un espray cubrecanas que, por cierto, está agotado. Con eso voy tirando, también en las videollamadas de trabajo. Cuando me lavo el pelo y se me quita me miro al espejo, ¡y me entra una mala leche!”. Los pelodramas del confinamiento van asomando en videollamadas y balcones que parecen un muestrario de náufragos, y hasta en la comparecencia diaria de Fernando Simón, el director de Emergencias, con la cara cada vez más empequeñecida por la pelambrera.
La escabechina capilar —de la que solo parecen escapar Pablo Casado y Pedro Sánchez— se acrecienta según pasan las semanas. En Twitter un usuario muestra cuatro melenones de Javier Bardem —desde el rubio de Skyfall al castaño de No es país para viejos— y pregunta: “Día 43: ¿Qué pelo de Javier Bardem se te está quedando?” Instagram se llena de señores rapados, qué remedio. Las señoras aparecen con flequillo (Rosalía) o se hacen trasquilones en directo (Chenoa, que, visto el resultado, lo desaconsejó vivamente). En los grupos de WhatsApp se comparten webs de productos de peluquería y tutoriales de corte casero. Amparo, una amiga de Pilar, se lanza y cuenta (pero no manda foto): “Se hace una coleta baja, se pone una goma por donde quieres cortar y con un cortapelos eléctrico ya está”. Surge también el dilema tinte (pánico a descubrir que las canas se han vuelto amarillo pollo) versus espray (apto para cobardes).
Los mejunjes de coloración vuelan de las estanterías del supermercado —solo en Semana Santa creció su venta un 89% respecto a las mismas fechas de 2019, según un estudio de la consultora Nielsen— por encima de la repostería (64% de incremento), y el picoteo y el alcohol (40%). Primera necesidad. Así lo cree el estilista Manu Guillén, propietario de NiM Salón en Madrid junto a Natalia Infantes. “Parece que estando en casa, sin que nadie te vea, las greñas no importan, pero no es así. Nos arreglamos el pelo para nosotros. Te lavas las manos 40 veces al día mientras te miras al espejo y las canas siguen ahí. Necesitamos vernos bien para estar bien”. Hasta él ha sufrido su pelodrama. “Me hice una cresta verde para marcharme de vacaciones antes del confinamiento. Un día no pude más y me rapé. Y claro, fue un horror”.
Hay octogenarias de peluquería semanal que se lavan el pelo en la ducha por primera vez en su vida adulta. Periodistas de moda teñidas de color ceniza sin querer. Niños que dan la tabarra hasta que la madre se apiada y, además del corte, se llevan un hermoso trasquilón. Señoras que acostumbran a llevar el pelo corto y que no muestran piedad capilar: “Pasadas dos semanas de confinamiento y cuando el flequillo me llegaba por el labio superior” —relata con sorna Sagrario— “agarré las tijeras y lo dejé de forma que pudiera ver. Lo mismo hice con los rizos que me salían por detrás. Ni te cuento lo que vi cuando me miré por detrás en el espejo”, añade. Manda una foto. La verdad es que exagera. No es para tanto.
Con los salones cerrados, poco remedio (experto) tiene. El estado de alarma permite el servicio de peluquería a domicilio. Pero el Gobierno ha matizado a los profesionales que solo pueden atender a personas que no puedan apañarse. Aunque eso no figura en el BOE, recuerda Patricia Manso, consejera delegada de Styleprivé, una plataforma de peluquería y estética a domicilio. ¿Y si llamo y digo que no puedo más con las raíces? “Es decisión del peluquero, pero solo estamos atendiendo a gente muy sola y muy mayor, que hay mucha”, explica. “Como la mayoría de los profesionales están con cese de actividad, incluso tuvimos que desplazar a alguien de una provincia a otra para atender a una señora tetrapléjica”, añade Manso.
Una cosa es pedir (una de cada cuatro peluquerías ha recibido solicitudes de arreglos en casa, según una encuesta de la Alianza de Empresarios de Peluquería de España y otra dar. Solo 900 salones (el 1,9%) han prestado estos servicios. Un peluquero de caballeros ha colocado anuncios en las farolas de un barrio de una ciudad del sur de Madrid: “Se pone a su disposición ante la excepcional situación de confinamiento”. Elusivo, al otro lado del teléfono, dice que hace pocas visitas. “Una o dos al día, señores mayores”. La peluquera de confianza de una familia barcelonesa, urgida por la necesidad (su marido tiene otro negocio cerrado) y los mechones del padre, acabó cortando el pelo al matrimonio y a las dos hijas adolescentes. “Lo hicimos con mascarillas y bolsas de basura como batas. Fue raro, intentando hablar lo menos posible para acabar antes”, cuenta la madre.
La estilista María Ruiz, que siempre ejerce a domicilio, ha hecho solo un tinte en seis semanas, y claro, con gran parafernalia antiséptica. “Normal, la gente se siente insegura, no quiere abrirnos sus casas”, dice. Ahora prepara las coloraciones de sus clientas y se las deja en el ascensor. Y aconseja: “Las manos, quietas. Los tutoriales, que sean de automaquillaje y autopeinado, pero de tintes y cortes, nada”. También así se apaña Inés, una bibliotecaria de Vigo: “Mi peluquera, que es muy maja y a la que llevo yendo muchos años, ofreció prepararme el tinte. Bajé a buscarlo y me lo aplicó mi marido”. Manda documento gráfico: ella partiéndose de risa mientras él, con la bata de pintar al óleo, se concentra en la raíz. “Lo hizo bastante bien, por cierto. Eso sí, tardamos mucho más en ir abriendo el pelo”.
Todos los peluqueros consultados acumulan peticiones. Después de salir a caminar o correr, ir a arreglarse los estragos capilares será prioritario para la mitad de los confinados, según una encuesta de Ipsos. Tiene sentido, dice Guillén. “El pelo es más importante que la cara. No tienes nada más que ver como te sientes cuando te haces un cambio radical en el cabello y no te gusta”. En Marco Aldany, la mayor cadena de España, con casi 300 salones, los clientes han comprado bonos. “Es como un compromiso, eso de te pago ya y voy seguro”, dice su presidente, Alejandro Fernández-Luengo. Tere Medrano, dueña de Alte Peluqueros, un salón de Madrid, tiene medio centenar de nombres apuntados a la espera de saber la fecha de apertura. ¿Y Pilar? “Estoy la primera. El primer día”.
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