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Fernando Simón, el médico que no se alarma ante el coronavirus

El doctor zaragozano lleva el timón de las emergencias sanitarias en el país. Cada día da explicaciones a los medios sobre una epidemia imprevisible

Fernando Simón durante una rueda de prensa. En vídeo, España mantiene el nivel 1 de alerta sanitaria.Foto: Victor J Blanco | Atlas
Pablo Linde

Cada mañana, un médico de voz roncamente aflautada, pelo alborotado y ojeras crecientes bajo unos ojos clarísimos se pone delante de una veintena de periodistas para responder todas sus preguntas sobre el coronavirus. Fernando Simón, un zaragozano de 57 años, está al mando del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias desde hace ocho. Es la voz oficial que pone orden cada día en una epidemia imprevisible. Su tarea es asesorar para que los políticos tomen decisiones, pero sus argumentos suenan demasiado convincentes como para que le lleven la contraria a la ligera.

Él no es político. Se ve a la legua. No lleva discursos preparados ni utiliza frases hechas. Responde a todo lo que se pregunta sin rodeos. Con frecuencia afirma que en todos estos años nunca le han dado consignas de lo que tiene decir. A veces cuenta más incluso de lo que debería. Pero le cuesta dejar cuestiones en el aire o desatender a periodistas que tienen la mano levantada. Cada rueda de prensa —concede una diaria desde hace semanas— termina con las responsables de comunicación del Ministerio de Sanidad intentando cerrar el turno de preguntas y con Simón respondiendo atropelladamente para no dejar ninguna sin contestar.

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Una de esas ocasiones en las que reveló más de lo que tenía previsto fue cuando anunció que el brote de coronavirus de Madrid se produjo en el seno de una iglesia Evangélica, lo que le valió la reprimenda del colectivo religioso por sentirse señalado. Al día siguiente pidió perdón. “Uno no es de hierro, está cansado y, ante las preguntas, a veces dice lo que no debe”, se excusó.

Es complicado encontrar a alguien que conozca a Fernando Simón y hable mal de él. Muchos profesionales sanitarios han alabado su gestión de la crisis. Ya que hay coronavirus, al menos estamos en sus manos, han venido a decir sus colegas. Estar bajo los focos no es nuevo para él. Ya fue quien dio la cara para explicar la crisis del ébola en 2014, cuando el miedo a una epidemia mortal sobrevoló España tras la repatriación de Miguel Pajares, el primer español infectado. Poco después falleció, llegó el contagio de la enfermera Teresa Rodríguez, el sacrificio de su perro Excalibur, otra repatriación, la cuarentena de 10 personas... Simón también se ponía entonces casi a diario delante de las cámaras. Es algo que no le pesa. Dice tener poco sentido del ridículo y no ponerse nervioso cuando habla de lo que sabe. No le gusta la palabra preocupación. “Analizo las situaciones y busco las medidas que se pueden tomar ante ellas”, ha resumido en más de una ocasión.

Transmite sosiego. Tanto, que la mayoría de las críticas que se le hacen sobre la gestión de la crisis es que quita demasiada importancia a sus consecuencias y, en opinión de algunos, las medidas que recomienda son insuficientes. Estas voces rara vez provienen de expertos: la gran mayoría de epidemiólogos y virólogos que consulta este periódico aseguran que son las adecuadas. Circulan memes y vídeos que caricaturizan su personalidad; con doblaje falso, en un escenario apocalíptico le ve el lado bueno a que cuando muramos todos el virus ya no será motivo de preocupación.

Quienes lo conocen en privado aseguran que es exactamente como se muestra ante los medios. “Es muy agradable en el trato, muy trasparente y muy didáctico. Es humilde. Un tipo fantástico”, resume una persona que trabaja codo con codo con él.

Su carrera es la que siguen los médicos aventureros, los que no quieren quedarse en una consulta o un hospital. Hijo de un psiquiatra, estudió en un colegio cristiano solamente de varones en su ciudad natal. Siguió los pasos de su padre y se licenció en Medicina en Zaragoza. Empezó haciendo sustituciones y urgencias domiciliarias, pero pronto se marchó a África. Ha estado en Burundi, Somalia, Tanzania, Togo y Mozambique, donde fue director del Centro de Investigação em Saúde de Manhiça, un proyecto puesto en marcha de la mano de la cooperación española. Allí no encajó, duró menos de un año. Siguió su periplo por Latinoamérica: Guatemala y Ecuador. Todos estos viajes le ocuparon la década de los noventa, con dos años en Londres para estudiar en la prestigiosa London School of Hygiene and Tropical Medicine. En 2001 se marchó a París como epidemiólogo del Instituto de Vigilancia Sanitaria y en 2003, cuando era ministra Ana Pastor, le propusieron regresar a España para montar la Unidad de Alertas y Emergencias de la Red Nacional de Vigilancia. Llegó con un Gobierno del Partido Popular, pero ha visto pasar desde sus cargos la alternancia política de este país, a 12 ministros de derechas e izquierdas, sin que le muevan de la silla.

Cuando tiene tiempo libre, algo que no sucede desde que el coronavirus de Wuhan comenzó a ocupar las portadas de los diarios a mediados de enero, disfruta escuchando música —un poco de todo, pero especialmente rock: Eric Clapton o Van Morrison—; le gustan los deportes, tanto practicarlos —vela, escalada, baloncesto, windsurf— como verlos, ya sea a sus tres hijos o a los equipos de Zaragoza, tanto de fútbol como de baloncesto —este último, “el mejor de España con diferencia”—. El último libro que ha leído es Memorial del Convento, de José Saramago. Ahora, dice, come y duerme poco, “pero es lo que toca”.

Aunque no faltaron las críticas por traer a España al virus del ébola con la repatriación de dos religiosos, Simón salió airoso de aquella crisis. Desde la evacuación del primero, el 7 de agosto de 2014, hasta que la enfermera Teresa Rodríguez se curó por completo, el 1 de noviembre de ese mismo año, pasaron casi tres meses. Murieron los dos misioneros y hubo un solo contagio en suelo español. La primera vez que Simón compareció ante los medios por la crisis del coronavirus fue el 25 de enero, cuando anunció los dos primeros casos sospechosos en España. Ha pasado un mes y medio. Más de 600 personas se han infectado y 17 han muerto. Y el final de la epidemia no se vislumbra. Simón se enfrenta probablemente ante su mayor reto desde que está al mando de las emergencias sanitarias de España. Si sus colegas siguen hablando bien de él cuando todo pase, será buena señal.


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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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