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La crisis del coronavirus
Tribuna
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La hipótesis telemática

Fingir que es posible improvisar una programación y una agenda virtuales de la noche a la mañana es un grave error

Dos niños estudian en casa por medio de un ordenador
Dos niños estudian en casa por medio de un ordenadorEuropa Press

Cierran las escuelas y los institutos. Es tan evidente que la enseñanza no se puede evaporar de repente como que no estábamos del todo preparados para afrontarla continuidad de la fase obligatoria por vía telemática. Empiezan a ponerse problemas sobre el tapete: la más señalada, la llamada brecha digital, porque dejaba de lado, una vez más, al alumnado más vulnerable, el que no tiene acceso a los contenidos digitales por una razón económica. En algunos lugares, se quiere dar una imagen ficticia de normalidad: los alumnos se encuentran con montañas de deberes o actividades que no saben cómo resolver. En las redes, varios docentes destacados por sus reflexiones cotidianas (Toni Solano, Cristian Olivé, Alberto Royo) piden contención. Y tenían razón, porque algunos de nuestros alumnos tienen doce o trece asignaturas simultáneas. Hasta la ministra se hizo eco del problema y pidió también moderación, y después exigió un seguimiento del alumnado que había resultado inalcanzable para los profesores. Porque lo que habitualmente era un auxiliar para las clases, la educación en línea, de repente había pasado al plano central.

Sin embargo, fingir que es posible improvisar una programación y una agenda virtuales de la noche a la mañana es un grave error. El resultado ha sido una continuidad confusa y muy desigual, aunque no se ha dado una interrupción indeseable. Mientras algunos alumnos realizan tareas durante diez horas, en otros centros el control ha sido mucho más laxo. Sin embargo, ¿es control lo que necesitamos? ¿O más bien un acompañamiento emocional acompañado de tareas no evaluables, que es lo que se ha recomendado en Cataluña? Hay quien ve en esta situación una ocasión oportuna para impulsar el cambio pedagógico, que prescinda de las notas y del vector disciplinario. La clave de todo era mantener la comunicación directa con el alumnado, y diseñar actividades creativas que ni causaran sensación de rutina ni se convirtieran en un simulacro: la continuidad es imposible cuando la cadena presencial se ha roto.

Casualmente, desde hace algún tiempo voy ejerciendo de profesor consultor en la Universitat Oberta de Catalunya, siempre bajo la coordinación del historiador Jaume Claret. Por esta circunstancia fortuita he pensado que no sería del todo inadecuado indicar qué acostumbra a funcionar mal o bien en las modalidades de educación a distancia.Lo primero que hay que decir es que UOC nació ya como una institución vanguardista, con el objetivo expreso de ser líder en educación telemática. Por lo tanto, no puede caer en la intentona de buscar la cuadratura del círculo: no se encontró con una nueva situación de sopetón, no tuvo que improvisar.

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Cuando se educa a distancia, hay que tener en cuenta tres factores fundamentales: en primer lugar, las actividades a distancia deben incorporar un cronograma de entrega muy claro, porque es el alumnado el que se organiza en su casa para preparar las tareas o pruebas. Este cronograma aparece en todo momento sobre el aula virtual. En segundo lugar, puede resultar estresante para el alumno que no exista un horario establecido. No existe, en general, la libertad dorada de las multinacionales cognitivas: la sociedad del rendimiento virtual es tan dura o incluso más que la modalidad presencial, máxime cuando tanto los alumnos como los docentes están conviviendo con hermanos, con hijos o incluso con familiares dependientes, no sabemos en qué condiciones. Digamos que la distancia requiere un extra de autodisciplina.

En tercer lugar, la modalidad a distancia no arregla per se el problema del ausentismo o el abandono. De hecho, resulta más fácil ausentarse de un aula virtual que de un centro presencial. Para que sea eficiente necesita una fuerte inversión en plataformas potentes y eficaces, útiles, de uso instintivo para los usuarios, y todos los contenidos han de tener un plus de explicación que evite ambigüedades y malentendidos. ¿Quién evita actualmente que dos profesores convoquen una videoconferencia a la misma hora? ¿Quién se preocupó de organizar el teletrabajo, o de perfilar cómo se evaluaría, o cómo se ha de entregar la teletarea?A todos nos ha pillado esta crisis por sorpresa. La ausencia de papel no puede ir acompañada de desorden.

Como ocurre con frecuencia en el sector, se habla de la actividad docente con mucha ligereza sin tener en cuenta sus complejidades. Porque continuar un curso no significa, ni mucho menos, “poner deberes”. Desde el primer día los departamentos han seguido reuniéndose por vía digital, pero por iniciativa de los docentes. Mi pregunta, ante la hipótesis telemática, es: ¿disponemos de aulas virtuales centralizadas por alguien (no vale entregar todos nuestros datos a una empresa) y dotadas de los contenidos apropiados? ¿Cómo los homologamos? ¿Caería esa carga sobre el docente de a pie? ¿Alguien ha reflexionado sobre estas dificultades, o seguimos creyendo en el milagro repentino? En las universidades a distancia, cuyas aulas son graduadas y mejoradas semestre tras semestre, la creación de contenidos se paga con sumas elevadas, y se paga aparte. Digámoslo claro: la educación virtual precisa de tanta infraestructura como la presencial, y hasta ahora solo contábamos con experiencias sólidas en la universidad. Lo cual es una oportunidad para la autonomía de centro y la iniciativa espontánea, que es la que ha funcionado.

Dos niños estudian en su casa de Madrid durante la cuarentena educativa impuesta por el coronavirus.
Dos niños estudian en su casa de Madrid durante la cuarentena educativa impuesta por el coronavirus.SANTI BURGOS (EL PAÍS)

También ejerzo en secundaria. Propuse a algunos de mis grupos de Lengua una tarea tan sencilla como compleja: realizar un diario del confinamiento. Lo que viene a demostrar que el teletrabajo no tiene por qué olvidarse del factor humanístico ni convertirse en una ristra de actividades frívolas o banales. Los diarios escritos por las alumnas y alumnos son una radiografía intrahistórica de lo que sucede y continúa sucediendo en multitud de hogares.

Tenemos alumnado que no ha sido posible localizar, pero la mayoría desea estudiar y se desespera si no puede seguir las videoconferencias del profesorado. Parte de nuestra juventud quiere permanecer informada a toda costa y busca la representatividad pública. Conviene no olvidar el ejemplo (o contraejemplo) que dan nuestros políticos. Nuestra imagen tiene que ser la de la responsabilidad. Digámoslo claro: el sistema ha aguantado gracias al voluntarismo de los equipos directivos de los centros, de los profesores y del alumnado. En el caso concreto de mis grupos de lengua, he quedado gratamente sorprendido de la calidad de los trabajos que he recibido.

La responsabilidad, ahora, consiste en imaginar (y supongo que tendrán que hacerlo desde las autonomías) cómo serán nuestras aulas virtuales del futuro, en el caso de que, como todo apunta, la hipótesis telemática vaya tomando cuerpo y protagonismo, y en alejar el peligro de los recortes. La espontaneidad ha funcionado pero también se han producido demasiadas situaciones de precariedad o desorientación.

Andreu Navarra es profesor de secundaria y autor de Devaluación continua (Tusquets).

Andreu Navarra es profesor de educación secundaria

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