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Cuando ni los dioses predicen la lluvia

El cambio climático ha sacudido la vida rural de Camboya, llevando a la ruina a agricultores y pescadores y obligando a millones de personas a desplazarse

Una vecina de Ou Ta Prok (Camboya) contempla los arrozales cultivados frente a su pueblo a principios de noviembre de 2019.
Una vecina de Ou Ta Prok (Camboya) contempla los arrozales cultivados frente a su pueblo a principios de noviembre de 2019.Paloma Almoguera
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En el mes de marzo de cada año, poco antes de que expire la temporada seca que da paso a las esperadas lluvias, llega el día en el que Keo Siem se viste de blanco y espera la llamada de los tambores y los cánticos ancestrales de sus vecinos para invocar al espíritu de Yeay Keo. Es él, cuenta la chamán de 68 años, quien durante ese trance le dirá cómo serán las precipitaciones en los próximos meses, imprescindibles para planificar las cosechas de arroz de las que dependen tanto su aldea como buena parte del resto de Camboya, uno de los países más vulnerables del mundo a los efectos del cambio climático.

Pero el espíritu protector del poblado lleva tiempo sin dar buenas noticias. “Este año me comunicó que las inundaciones no llegarían al pueblo ni a muchas de las plantaciones, que solo cubrirían el bosque”, asegura la mujer, enjuta y rapada, desde su casa en Ou Ta Prok, aldea de unos 200 habitantes de la provincia camboyana de Pursat, al oeste del país. Como anunció la chamán, una figura muy habitual en la Camboya rural, donde las prácticas budistas conviven con las supersticiones y el esoterismo, la temporada de lluvias —tradicionalmente entre mayo y noviembre— ha sido descorazonadora. Si hace unos años las tormentas provocaban que el río Tonlé Sap, un afluente del Mekong, se desbordara y anegara al menos una vez al año el municipio, nutriendo a su vez los omnipresentes arrozales, ahora o no suceden o llegan de forma inesperada y con excesiva virulencia.

TAILANDIA

LAOS

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Ou Ta Prok

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La crisis climática está causando cambios en los patrones meteorológicos que afectan profundamente a Camboya. Lo que vemos es la cantidad de agua equivocada, en el lugar equivocado, en el momento equivocado”, apunta Nick Beresford, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de Camboya.

Este país, uno de los más pobres del sureste asiático, ha padecido de todo en los últimos años: desde severas inundaciones en 2013 hasta una aguda sequía en 2015 por los efectos de El Niño, repetida este año con menor intensidad. Es una volatilidad que afecta especialmente a esta nación “por su geografía y poca capacidad de adaptación, ya que la gente carece de los medios o el capital para mitigar los efectos del cambio climático”, añade Beresford. Cerca del 80% de la población en Camboya vive en zonas rurales y alrededor de la mitad trabaja en el sector agrícola, cuya producción depende aún en un 80% de la irrigación por lluvia, según el PNUD. Solo el cultivo de arroz, el principal en el país, supone cerca del 26% del PIB y emplea a más de tres millones de personas de un total de 16 millones, de acuerdo a su Ministerio de Agricultura.

Dos mujeres limpian pescado en el lago Tonlé Sap.
Dos mujeres limpian pescado en el lago Tonlé Sap.Paloma Almoguera

Ante estas y otras dificultades, “más de cuatro millones de personas han tenido que desplazarse internamente en Camboya y 1,1 millones se han marchado al extranjero” en la pasada década, afirma Laurie Parsons, investigador de Royal Holloway, Universidad de Londres. Lo han hecho, añade, por una serie de causas en las que “las presiones medioambientales han jugado, directa o indirectamente, un papel importante”.

Nhem Khun, con un cargo similar al de alcalde de Ou Ta Prok, lleva el recuento de los que se han ido del poblado. Desde las inundaciones de 2013, enumera de memoria y con pesar el hombre de 67 años, “cinco personas se han marchado a Tailandia, cinco a Japón, unos 30 a Phnom Penh, la capital camboyana, y 85 a trabajar a fábricas de todo el país”. Muchas casas, modestas viviendas elevadas sobre pilares de varios metros para evitar las inundaciones, aprovechaban ese espacio como establo, almacén o lugar en el que echar la siesta a la sombra. Ahora han quedado prácticamente desocupadas, custodiadas sobre todo por los ancianos y sus nietos, mientras los padres de los pequeños se marchan a probar suerte a otra parte. El propio Nhem tiene un hijo en Phnom Penh que envía remesas de dinero desde allí para compensar por las malogradas cosechas. “La estación seca ahora es mucho más larga, eterna. Muchos vecinos sufren pérdidas económicas y ellos o sus familias tienen que marcharse para subsistir”, lamenta el anciano.

Más de cuatro millones de personas han tenido que desplazarse internamente en Camboya y 1,1 millones se han marchado al extranjero

Es el caso de Yor Sam, quien guadaña en mano escarda los hierbajos y analiza el estado de la cosecha bajo el ardiente sol del mediodía. “No es buena, el arroz es demasiado pequeño… Hace 10 años podía sembrar varias veces al año y producir hasta 10 bolsas de 50 kilos cada una. Ahora solo planto una vez y apenas llego a cinco bolsas, porque no llueve suficiente”. De sus cinco hijos, una ya se ha marchado a trabajar a una fábrica textil, industria clave en Camboya, y el resto está a punto de hacer lo mismo. “Tendrá que ser así, y nosotros cuidaremos de sus hijos. Con este tiempo, cada año es una lotería”, dice la mujer, casi sin resuello.

De momento, la situación no parece que irá a mejor. La Comisión del Río Mekong pronostica que una sequía entre severa y extrema, causada por lluvias insuficientes durante un periodo húmedo más corto de lo habitual, así como temperaturas inusualmente altas provocadas por El Niño, afecte a los países de la cuenca baja de este río hasta comienzos de 2020. Tailandia y Camboya, advierte, serán los más perjudicados, en contraste con Laos y Vietnam.

El río Mekong, añade dicha comisión, registra actualmente su nivel de agua más bajo de los pasados 60 años, generando efectos en cascada también en la pesca, otra actividad económica esencial en la Camboya rural. La sequía se percibe claramente al llegar al lago Tonlé Sap, que atraviesa cinco provincias de Camboya, entre ellas Pursat. Siendo el final de la época de lluvias, el que es el mayor lago de agua dulce del sureste asiático debería presentarse en su máximo esplendor. Pero el lago, que se llena y vacía a través del río homónimo, el cual fluye en la época seca hacia el Mekong y en la húmeda en dirección contraria, no luce como es de esperar. La falta de lluvias ha dejado algunas casas de uno de sus característicos y pintorescos “pueblos flotantes” aparatosamente ancladas sobre tierra, reduciendo los miles de millones de peces de más de cien especies que migran hacia el lago desde el Mekong durante las precipitaciones.

El lago Tonle Sap ha bajado el nivel de agua afectado por la sequía de este año.
El lago Tonle Sap ha bajado el nivel de agua afectado por la sequía de este año.Paloma Almoguera

“La cantidad de peces está disminuyendo, y son muy pequeños”, se queja Lao Vy mientras limpia unos cuantos pescados en su casa flotante del poblado de Kampong Luong para venderlos después en el mercado. “Hace una década, metíamos un cubo en el agua y sacábamos suficiente comida para la cena”, lamenta la mujer, que utiliza su barcaza como “taxi acuático” para sacar un dinero extra.

Aunque la escasez de peces también es consecuencia de la pesca ilegal o la construcción de numerosas presas en los alrededores, el cambio climático desempeña un papel clave. “Crea un cambio en los patrones migratorios, y las altas temperaturas destruyen los hábitats en los que normalmente se ponían las huevas”, advierte Beresford.

Un cambio de patrones, en general, que pone a prueba los rigurosos pronósticos científicos, y también los divinos. “Cada vez es más difícil predecir la lluvia”, lamenta la chamán de Ou Ta Prok, a pocos kilómetros de Tonlé Sap, quien no sabe durante cuánto más tiempo sus conexiones celestiales le garantizarán un presagio certero. “No me he equivocado jamás en dos décadas, ni antes mi abuela, pero ahora… Ya no sabemos cuándo empieza y cuándo acaba la temporada seca. Ahora —previene— ya nada es lo mismo”.

Posibles remedios

La instalación de un sistema público de irrigación es clave para mitigar los efectos del cambio climático en la agricultura camboyana, aconseja Parsons. “Ahora está en manos privadas y es muy cara”, advierte, lo que lleva a muchos agricultores a endeudarse con instituciones de microcréditos. “Estas también tienen que regularse, los intereses están fuera de control y muchos no pueden pagar su deuda”, añade. Beresford, del PNUD, considera que otra medida efectiva para estas comunidades sería la diversificación de cultivos hacia otros más resistentes al clima. “La urbanización y un cambio estructural del modelo de empleo de la agricultura al sector industrial y de servicios es bienvenido siempre y cuando aumente el crecimiento económico y la productividad y reduzca la pobreza. Pero es improbable que las migraciones forzosas debido al cambio climático hagan que esa transición sea exitosa”, agrega. Según el PNUD, el cambio climático podría suponer pérdidas de casi el 10% del PIB de Camboya en 2050. La agencia de la ONU sostiene que dos tercios de esas pérdidas se pueden evitar si se invierte en infraestructura adecuada.

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