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El colegio de Babel

Un instituto de Moguer, localidad andaluza con vecinos de 55 nacionalidades, difunde la multiculturalidad de sus alumnos

Javier Martín-Arroyo
Alumnos y profesores del proyecto Mi Gran T en el instituto Juan Ramón Jiménez de Moguer.
Alumnos y profesores del proyecto Mi Gran T en el instituto Juan Ramón Jiménez de Moguer.PACO PUENTES

“Mi madre me ha dicho que nací en el avión, justo cuando aterrizábamos (…) Nuestro grupo de cuatro chicas marroquíes nos comunicamos el 90% en español y el 10% en árabe, cuando queremos contar algo más intenso, depende”. Mariam Yousfi, 17 años, es una de las alumnas de origen extranjero del instituto público Juan Ramón Jiménez, en Moguer (Huelva), un laboratorio rural de convivencia con 55 nacionalidades y donde un tercio de sus 22.000 habitantes es inmigrante.

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Como otros compañeros —en el Juan Ramón Jiménez hay 96 alumnos extranjeros de un total de 730 (el 13%)—, Yousfi se siente a menudo invisibilizada por un cóctel de “ignorancia y clichés”, a los que se suma su propia timidez. Muchos de ellos son españoles de padres extranjeros y nacidos junto a Doñana, en la zona cero de la cosecha de los frutos rojos, donde desde hace tres décadas se han asentado principalmente europeos del Este y magrebíes.

En el centro, los profesores han puesto en marcha una iniciativa para conseguir que esos alumnos alcen su voz, que cuenten sus historias e inquietudes y acaben con los prejuicios a través de un vídeo, Mi Gran T. “Lo más importante del proyecto es generar un espacio de escucha para los alumnos, permitir que puedan decir quiénes son desde su experiencia personal y no ceñirla a un libro de texto. El silencio del profesor en clase es el punto de arranque”, cuenta Manuel Custodio, que imparte educación plástica y audiovisual. Aunque en el clip aparecen 25 chicos, el proyecto atañe a unos 300 alumnos, casi la mitad del centro, que han debatido en clase sobre racismo.

Con un mapamundi y melodías de piano de fondo, los marcados acentos andaluces, a veces atropellados, contrastan con frases más hiladas en otros idiomas. En planos en color y blanco y negro, hay estudiantes como el rumano Catalin Motogna, de 17 años, que da lecciones de sentido común. ¿Alguna clave para derribar prejuicios? “Pensar antes que hablar. Si piensas antes e intentas entender a la persona, entonces puedes opinar. El que siente rechazo es porque no conoce la otra cultura o no quiere conocerla”, responde. “Los vídeos me han enseñado a ser quien soy y a que no me dé vergüenza, porque hay un rechazo a ciertas nacionalidades diferentes de la alemana”, opina este apasionado de los coches que aspira a estudiar ingeniería electrónica y mecánica.

Empoderar a esos alumnos, casi todos de familias humildes y con notas excelentes, buenas y mediocres, es un objetivo fundamental del proyecto, sin fondos de la Administración y grabado en horas no lectivas. Jorge Gil, docente de Historia, ilustra: “Hemos conseguido sensibilizar a una parte del instituto sobre los compañeros que no se ven, que son invisibles. Contaba un alumno que cuando llega un estudiante europeo con beca [habitualmente daneses o alemanes] todo el mundo intenta un acercamiento. En cambio, cuando llega un chico de origen rumano o marroquí nadie los percibe, es etéreo (…) Son estereotipos a nivel local”.

Cuando un nuevo estudiante aterriza con su familia en Moguer y su castellano es deficiente, el primer paso es someterse a una prueba de español para evaluar su nivel. A continuación, se integra en el Aula Temporal de Adaptación Lingüística (ATAL), donde una profesora de lengua mejora el idioma de los recién llegados. ¿Problema? La Junta “no pone recursos” y la docente es compartida con otros dos institutos, por lo que solo da clases 11 horas a la semana. Un tiempo “claramente escaso” para los alumnos del centro, denuncian los profesores. Hoy están en ATAL una veintena de escolares.

“Siempre es insuficiente. El fracaso escolar y la marginación están servidos en bandeja. He visto llorar a alumnos que explicaban cómo en Marruecos sacaban ocho, nueve o diez sobre diez y aquí no podían hacer el examen porque no lo entendían. Los recursos de la Administración para adaptar a los extranjeros no son una realidad”, critica Manuel Custodio.

Cuando el alumno no acude a ATAL por falta de profesionales, se integra en una clase correspondiente a su edad, a menudo sin poder atender por su bajo nivel de castellano. “Está en clase cazando moscas”, ironiza Custodio.

Para fomentar la integración de los menores inmigrantes, los expertos abogan por una educación intercultural y combatir la segregación dentro y fuera de los centros escolares. Sin embargo, el apoyo de la Junta andaluza para paliar la desigualdad de oportunidades es “deficiente”. Cuando este curso la mediadora intercultural del Juan Ramón Jiménez se dio de baja por maternidad, no fue sustituida, y las familias que no hablan castellano se quedaron sin traductora oficial en las tutorías y reuniones de seguimiento de sus hijos, denuncian el director del centro, Nicolás Moral, y la orientadora educativa, Carmen Valera.

“Que existan discursos que excluyan a alguien por su diferencia puede provocar conatos de xenofobia. Hay partidos que reparten carnés de españolidad dejando al margen a todos aquellos que no se ajusten a dicho supuestos. Este tipo de discurso excluyente puede derivar en la caza del extranjero”, subraya Gil, que hace 15 años vivió en Francia los violentos disturbios en los suburbios de París. Vox obtuvo 234 votos en Moguer en las últimas elecciones municipales, el 2,85% de las papeletas.

Amina Abdelmalek, profesora de francés del mismo instituto, es una de las impulsoras del proyecto audiovisual y referente intelectual e inspirador para muchos de los estudiantes. “He vivido en primera persona el hecho de no ser visible (…) Algunos chicos no querían salir en los vídeos y ahora están orgullosos, impresionados con sus relatos”, cuenta. Gracias al empeño de los docentes y sus horas extra, el instituto avanza hacia la inclusión. Pero necesitan el apoyo de la Administración.

La convivencia en zonas con temporeros

Dos décadas después del brote xenófobo en El Ejido (Almería) —donde algunos vecinos quemaron casas y locales de inmigrantes después de que un extranjero matara a una vecina—, el racismo asoma a ratos y con más o menos sutileza en zonas de temporeros inmigrantes en Andalucía. Los 6.350 inmigrantes censados en Moguer (6% de paro), a los que cada primavera se suman otros 15.000 para la campaña en invernaderos, son esenciales en una pirámide económica basada en doblar el espinazo a cambio de sueldos pírricos. Una recolecta durísima que casi todos los lugareños rechazan. “La fresa no es solo riqueza económica, sino étnica e intercultural y los niños extranjeros ya no lo son, son autóctonos. Veo casi imposible un brote xenófobo aquí”, dice Paqui Griñolo, concejal de Educación. Adam Hamadou, de 15 años, todavía no se siente integrado. “En mi casa se celebra la Navidad y también el Ramadán, con mi madre cristiana y padre musulmán, la gente se queda alucinada. España me gusta, pero me siento más cómodo en Polonia”, cuenta.

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Sobre la firma

Javier Martín-Arroyo
Es redactor especializado en temas sociales (medio ambiente, educación y sanidad). Comenzó en EL PAÍS en 2006 como corresponsal en Marbella y Granada, y más tarde en Sevilla cubrió información de tribunales. Antes trabajó en Cadena Ser y en la promoción cinematográfica. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y máster de EL PAÍS.

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