Estudio en la universidad donde vendieron a mi tatarabuelo
Georgetown se deshizo en 1838 de 272 esclavos negros para evitar su bancarrota. Ahora facilita los estudios a sus descendientes
En el escritorio de su habitación en la Universidad de Georgetown, Mélisande Short-Colomb tiene una fotografía de Frederick Douglass, el líder abolicionista negro que logró escapar del horror de la esclavitud en 1838. Ese mismo año, la vida de la familia de Short-Colomb dio un giro traumático en la dirección opuesta. Todavía reverbera. Acechados por una deuda que amenazaba el futuro del centro educativo, los líderes jesuitas de Georgetown, en Washington, decidieron vender 272 esclavos de su propiedad y que vivían en una plantación en Maryland. La deplorable transacción les reportó el equivalente a 3,3 millones de dólares actuales, claves para que Georgetown sea hoy una de las universidades más prestigiosas de EE UU. Entre los esclavos negros vendidos estaban antepasados de Short-Colomb. Seis y cinco generaciones hacia atrás por parte de su madre, incluido un niño de solo un año.
La mujer nació en Nueva Orleans en 1954. No conoció, sin embargo, hasta 2016 la verdad sobre sus orígenes. A raíz de un artículo periodístico, una experta la contactó preguntándole sobre su antepasada Mary Ellen Queen. Short-Colomb le repitió lo que le había contado su familia: Queen era una esclava en Maryland pero sus amos la liberaron antes de la Guerra de Secesión (1861-1865) junto a sus siete hermanos y su madre, y todos se trasladaron a Luisiana en busca de terrenos a trabajar.
Sin embargo, una prueba de ADN y numerosos documentos revelaron que los antecesores de Short-Colomb fueron vendidos por Georgetown. Nunca dejaron de ser esclavos, solo cambiaron de propietario. Su vida se convirtió todavía más en un infierno. Fueron maltratados en un viaje dramático en el que se separaron para siempre a niños de sus padres y se arrastró a esclavos por la fuerza a buques que zarparon de Washington rumbo a Luisiana. Todos tenían menos de 45 años. La mayoría eran adolescentes y niños.
Más de siglo y medio después, Short-Colomb es, a sus 64 años, una estudiante de segundo curso en la universidad que evitó su colapso gracias a la venta de sus antepasados. “Sentí que debía estar aquí”, dice en una entrevista en el campus. “Soy una representante de la gente que consideraron prescindible y que no importaba”.
El mensaje hace dos años de la experta en genealogía le cambió la vida. Desató una introspección sobre el significado de ser estadounidense. De cómo el tráfico de esclavos, iniciado en 1619, fue clave en el desarrollo del país y es origen de las enquistadas disparidades entre blancos y negros. “Veo la historia de Georgetown y los jesuitas como un microcosmos de esta sociedad, de la dificultad que tenemos de abordar nuestro nacimiento como una sociedad esclavista”, subraya.
Georgetown reconoció en 2016 sus negocios con la trata de personas, se disculpó e impulsó varias iniciativas, como facilitar la matriculación de familiares de los 272 esclavos vendidos y renombrar edificios. “Georgetown ha trabajado para afrontar su relación histórica con la esclavitud y lo seguirá haciendo”, explica un portavoz. Otras universidades como Harvard y Columbia, han admitido sus lazos con la esclavitud, pero la venta de Georgetown sobresale por su magnitud.
Short-Colomb es una de las cinco estudiantes cuyos antepasados fueron esclavos vendidos por la universidad. Tras una vida como chef en Luisiana, abandonados sus estudios universitarios y criada una familia, sintió la responsabilidad de conectar con sus incómodos orígenes. Le gustan Washington y sus compañeros de clase, aunque reconoce ser una presencia anómala en el campus por su edad y procedencia. La mujer, que es agnóstica, acusa a Georgetown de “no hacer suficiente” en educar sobre la esclavitud y ser incoherente con el catolicismo por haber comerciado con seres humanos. “Los valores jesuitas se promocionan en todas partes y cada vez que habla el presidente nos recuerda que son hombres y mujeres que viven para el otro. Y siempre me hago la misma pregunta: ¿De quién están hablando realmente?”.
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