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Los alemanes dejan de beber cerveza

A comienzos de los años noventa cada alemán bebía en promedio 140 litros de cerveza al año. Dos décadas después, el consumo no supera los 100 litros anuales

Jóvenes alemanes beben cerveza durante la Fiesta de Octubre en Múnich.
Jóvenes alemanes beben cerveza durante la Fiesta de Octubre en Múnich.AP

Los estereotipos alemanes señalan que la población de la primera potencia económica de Europa luce con orgullo el título de ser campeona mundial en la placentera costumbre de consumir cerveza, sigue devorando salchichas, que las comen tanto en el desayuno como en la comida y en la cena y son poco chauvinistas a la hora de proclamar con satisfacción que su bocado preferido lo creó un joven turco de 16 años en 1971, el famoso döner kebab, que no es otra cosa que un trozo de pan de pita, untado con una salsa picante y relleno con carne asada de cordero y ensalada verde, cebolla y tomate.

También es famosa la gran devoción que los alemanes sienten por el automóvil, que aumenta en directa proporción al número de caballos del motor. Todas las encuestas que intentan desentrañar las debilidades de la población revelan con una precisión matemática que los alemanes consideran el coche como el mejor producto que se fabrica en su país y que si fuera posible, pedirían ser enterrados con su Audis, BMW o Mercedes, sus fieles y entrañables corceles de cuatro ruedas.

La semilla del amor que profesan los alemanes por el automóvil fue sembrada, ironías de la historia, por Adolf Hitler, el hombre más odiado del país. El Führer dio la orden de fabricar el legendario Escarabajo de VW y de construir una moderna red de autopistas. En la posguerra la pasión recibió un nuevo aliciente: la generación de derrotados redescubrió en el automóvil, una parte de la autoconfianza perdida y la ausencia de controles de velocidad en las autopistas se convirtió en el símbolo del arrollador crecimiento económico germano.

Pero las costumbres cambian y, ahora, las fábricas de cerveza, unas 1300 cervecerías repartidas a lo largo y ancho del país, han tenido que admitir con horror que la ancestral costumbre de los alemanes, de beber cerveza a cualquier hora del dia, ha comenzado a descender de manera preocupante.

Las estadísticas no mienten. A comienzos de los años noventa cada alemán bebía en promedio 140 litros de cerveza al año. Dos décadas después, el consumo no supera los 100 litros anuales, una realidad que obligó a las cervecerías a poner en marcha una feroz lucha por vender sus cervezas mediante millonarias campañas de publicidad y ofertas populares en los supermercados.

Todo en vano. Los estudios que ha realizado la Asociación de Cervecerías alemanas, dejó al descubierto que el consumo del alcohol en el país dejó de estar moda y que la salud cada día cobra más importancia en los hábitos de la población germana. Peor aún, los alemanes han desarrollado una sana costumbre mediterránea: descubrieron el placer de beber vino.

El gremio también descubrió que las nuevas generaciones beben mucho menos cerveza que sus padres y, algo raro en la capital mundial de la cerveza, prefieren beber vodka en las discotecas. “En los próximos 10 o 15 años dejaremos de producir unos 20 millones de hectólitros”, admitió Chris Cools, representante en Alemania de la mayor compañía de cerveza del mundo, AnheuserBush-Invev, que es dueña de la cervecerias germanas BECKS, Franziskaner y Löwenbräu, un panorama desolador para un país, que está orgulloso de su Reinheitsgebot o ley de pureza de la cerveza, un edicto implantado en 1516 por el rey bávaro Guillermo IV que sigue en vigor en la actualidad y especifica que la cerveza sólo puede llevar agua, malta y lúpulo; nada más.

"Es gracias a esa norma que Alemania sigue siendo hasta hoy sin discusiones el país de la cerveza", señaló al diario BILD, Hans-Georg Eils, jefe de la unión de productores de cerveza, que dejó saber que el gremio había presentado una solicitud para que la popular bebida sea declarada patrimonio inmaterial de la humanidad por la Unesco. La unión de cerveceras alemanas confirmó que entregó la solicitud ante el Ministerio de Cultura de Baviera la semana pasada, antes de que venciera el plazo de admisión a fines de noviembre.

La crisis, por suerte, todavía no afecta a la famosa Oktoberfest, que cada año el alcalde turno de Múnich, ataviado con los pantalones de cuero típicos de Baviera, inaugura la gran fiesta bajo el grito "O'zapft is" ("¡ya está abierto!"), tras abrir un barril de cerveza con dos golpes de martillo. En la última edición de la mayor fiesta pagana de la capital de Baviera, los visitantes consumieron cerca de 6,9 millones de litros de cerveza, que acompañaron con 116 bueyes, 508.958 pollos asados, 115.015 salchichas, 58.697 patas de cerdo, 85 terneros y 3,8 toneladas de pescado.

A pesar del éxito de la Oktoberfest, las fábricas de cerveza bávaras, entre las que se encuentran marcas tan conocidas como Löwenbräu y Franziskaner están haciendo un esfuerzo por encontrar formas de conseguir más clientes alemanes. Algunas cervecerías bávaras han experimentado con la 'ecocerveza', fabricada íntegramente con ingredientes naturales; otras centran sus energías en la expansión de las Feinmild, marcas menos amargas destinadas a las mujeres. Pero sobre todo, las cervecerías alemanas están intentando extender el mensaje de que el consumo de cerveza no implica necesariamente acabar con una barriga enorme y pasada de moda. Incluso indican que puede ser bueno para la salud.

"Intentamos presionar contra el prejuicio de que la cerveza no es saludable; hay muchos estudios que demuestran que la cerveza puede prevenir los infartos y reducir el colesterol", declaró Walter König, portavoz de la asociación de cerveceros bávaros. Los folletos de la mencionada asociación muestran a seductoras y esbeltas parejas de jóvenes que sostienen grandes jarras de cerveza y llevan, lo que resulta bastante más improbable, patines.

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