El CSIC y el oráculo de Delfos
Las respuestas oraculares de estos días son tan difíciles de verificar como las délficas
La eficaz maquinaria de propaganda del cristianismo primitivo en contra la antigua religión griega, creó una especie de axiomas que han sobrevivido sin ser cuestionados hasta nuestros días. Uno de ellos es que los oráculos emitidos en Delfos por las pitonisas eran un elemental engañabobos que mediante enunciados ambiguos hacían creer cualquier cosa al incauto demandante y cuando no se cumplían los deseos de este, el templo nunca quedaba mal, porque la ambigüedad del enunciado permitía una interpretación y la contraria.
No parece razonable pensar, sin embargo, que pueda subsistir durante siglos un negocio prestigioso y relativamente saneado, si está basado solo en el camelo: entre los antiguos había aproximadamente la misma proporción de personas inteligentes y necias que en la actualidad, y no puedo imaginar cómo tanta gente acudía a un lugar de difícil acceso dispuesta a pagar por unos servicios, o cómo algunos benefactores acaudalados hacían donaciones al santuario, si este no ofrecía más que simples y burdas supercherías.
Tengo para mí que el grado de acierto o error del oráculo de Delfos era, en realidad, similar al de sus colegas actuales y, como ellos, se manifestaba a través de metáforas y enunciados poco concretos porque, como bien decía Nils Bohr, prospective is risky business, specially about the future,“la prospectiva es un asunto peliagudo, especialmente la del futuro”.
Respuestas oraculares de estos días como “se vislumbra una luz al final del tunel”, “las reformas emprendidas comienzan a dar sus frutos”, “hoy estamos mejor que hace un año por estas fechas, pero dentro de otro año estaremos aún mejor”, “avanzamos paso a paso por la senda de la recuperación y el empleo” y otras similares, son tan difíciles de verificar como los antiguos oráculos délficos y , como ellos, persiguen ofrecer tranquilidad y legitimar decisiones políticas adoptadas en relación con asuntos complejos.
Imagínense ustedes, en efecto, que una determinada polis decidiese enviar una expedición a occidente para fundar una colonia, sin la consulta preceptiva al oráculo; imagínese que al poco de salir los colonos, se desatase una tormenta, naufragase la nave y se muriesen todos; pues bien el coste para el gobernante sería en tal caso intolerable y lo menos que le podía pasar era una condena, quizá de por vida, al ostracismo.
En estas circunstancias, la consulta al oráculo era imperativa para cubrir así las falibles espaldas gobernantes y, por lo tanto, el correspondiente coste del servicio oracular se abonaba besado, debido a su impagable poder legitimador.
El tempo de Apolo délfico no utilizaba complicados modelos matemáticos, como presumen utilizar hoy sus colegas, ni podía recurrir a las tan socorridas tablas excel, porque no se habían inventado todavía, pero ello no significa que su porcentaje de aciertos no fuera muy similar al de las agencias de rating y otros notorios think tanks, cuyas generosas minutas se asumen con alegría, porque la legitimación que los expertos ofrecen a los políticos, simplemente no tiene precio.
Cambiemos ahora de tercio. En España, durante años, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y las universidades estaban adscritos al mismo ministerio que, consecuentemente, diseñaba la política científica y financiaba mayoritariamente las actividades de I+D del sector público.
Luego se optó por divorciar ministerialmente al CSIC de las universidades y se situó al primero en improvisados ministerios ad hoc de escasa relevancia política y limitado poder dentro del gobierno. En el CSIC añorábamos entonces depender de algún ministerio realmente poderoso, como Economía y Hacienda, o Presidencia, creyendo que así estaríamos mejor amparados y financiados.
Por fin hemos llegado a depender del Ministerio de Economía y Competitividad (que he de reconocerles que a mí me suena algo así como “ministerio de ergonomía y originalidad”), pero no crean ustedes que nuestra situación es ahora mejor que antes, sino peor. Para empezar, el antiguo Ministerio de Economía y Hacienda se desdobló en dos por criterios lingüísticos: aquí el titular que habla inglés, allí el que lo sigue estudiando, pero lo malo del asunto es que la caja se quedó en el otro ministerio, es decir, en el de quien sigue estudiando inglés.
Es como si en el templo de Apolo en Delfos se hubiese procedido a una reforma administrativa en la que una parte cobrara las minutas y donaciones, y la otra se encargara solo de emitir oráculos.
Ya es mala suerte que después de tantos años aspirando a una dirección política y administrativa clara, el CSIC se vea hoy situado en una especie de templo del oráculo de Delfos al que hubieran quitado la caja recaudadora.
Lo malo es que tras ese garrafal error administrativo, que quizá se podía haber evitado con unas clases intensivas de inglés en una escuela de idiomas, el CSIC va a quedar como doña Inés tras su encuentro con don Juan: imposible la hais dejado para vos y para mí.
Javier López Facal es profesor de investigación del CSIC.
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