“Falta a la educación el señor Wert, no nosotros con el plante”
Los premios nacionales que negaron el saludo al ministro se explican
Fueron 12, de 126, los brillantes licenciados que negaron el saludo al ministro de Educación, José Ignacio Wert, durante la entrega de los premios nacionales fin de carrera del curso 2009-2010. Nadie pone en duda que había camisetas verdes —como rechazo a los recortes educativos—, pero ahí termina el consenso. Para el ministerio, fue este un comportamiento “minoritario” entre los galardonados (entre 2.200 y 3.300 euros de premio), de los que destaca su “ejemplaridad”. Por eso no entra a valorar el desaire que desencadenó ayer un debate social: ¿fue una descortesía o una forma de protestar más?
Pablo La Parra y Juan Martínez Villegas, premios nacionales de Historia del Arte y Bellas Artes, reprochan que se haya tardado tres años en fallar los premios, el plazo habitual según el ministerio. Este retraso, recuerdan, supone una desventaja a la hora de solicitar una beca y el ser premio nacional cuenta un punto en unas oposiciones. La Parra no saludó como “gesto de reconocimiento a las centenares de asambleas que hay desde hace tiempo en defensa de la educación”, mientras que el artista tendió la mano (“me violentaba no hacerlo”) aunque hizo un alegato en el estrado.
Las pocas plazas las ocupan siempre los mismos
Ambos sostienen que hacía falta una escenificación del descontento como este para que los medios reaccionen ante la “explosión de la burbuja universitaria”. Y aprovechan para denunciar la escasez de becas y su cuantía, los despidos masivos de profesores interinos o la ausencia de nuevos proyectos. “Y sobre todo, no hay en Humanidades. Wert piensa que no somos rentables y las Letras no se pueden cuantificar en cifras”.
“De haberlo sabido me hubiese sumado” o “No me atreví y me arrepiento”, expresan por correo electrónico a EL PAÍS muchos galardonados. Este acto de protesta fue espontáneo, aunque la bióloga leonesa Indira Álvarez intentó sin éxito movilizar en las redes sociales. “No se puede hablar de excelencia académica a la vez que se minan los recursos educativos, tanto materiales como humanos. Quiero defender que, dentro de unos años, cuando se celebren estos premios nos encontremos la misma diversidad de alumnos, y no solo a aquellos cuyas familias tengan el suficiente dinero para asegurar a sus hijos una educación digna”, sostiene Álvarez. Es decir, que puedan ser universitarios gente como Yasmina San Juan, hija de una limpiadora y un barrendero. La ingeniera geóloga acudió con dos metros de cinta verde para repartir entre los premiados.
Para el ministerio, fue este un comportamiento “minoritario” entre los galardonados
“Fueron 12 los que no saludaron, pero el auditorio se caía. Los aplausos no dejaban oír los nombres de los premiados. Se solapaban”, resumen el ambiente de la ceremonia los reivindicativos. Algún titulado les acusa de haber estropeado el acto con su “momento de gloria” y muchos se preguntan por qué Abraham Laguna, premio nacional de Ingeniería de Caminos, habló en nombre de todos ellos. Tachan sus palabras de “reverenciales”. Este diario no ha podido saber con qué criterio se eligió al representante. “El que falta a la Educación es el señor Wert con su política, no nosotros”, se defiende Julia Iriarte, de 28 años, licenciada en Empresariales, Relaciones Laborales y Psicología, que trabaja en el departamento de recursos humanos de una empresa.
Martínez Villegas, de 43 años, se niega a emigrar con alguna beca pese a ganar 1.000 euros como profesor de escultura en la Universidad de Barcelona: “Me resisto a no luchar contra el amiguismo. Las pocas plazas las ocupan siempre los mismos”. La Parra, que estudió en la Universidad de Valencia y que cursa un doctorado y da clase en la New York University, prefiere no hablar de dinero. “El modelo americano no es ni el deseable ni es exportable. Europa tiene unas bases sociales que no puede perder. Yo quiero volver para aportar mi parte. No me he ido por la formación, que es buenísima aquí, sino porque las salidas laborales son nulas”.
Ese futuro laboral tan incierto animó a Indira Álvarez a opositar al MIR de los biólogos. “Con mi sueldo normal, 1.600 euros, pude ir sin problema a la entrega. Hay quien ha hecho un esfuerzo”
Con 9,45 de media y 480 euros de sueldo
La valenciana Aina Reynes tiene 32 años, una hija de 11, una pareja en paro desde hace tres, 9,45 de media en la carrera de Filología Francesa y un trabajo de tres días semanales como docente en la Universidad de Murcia. Cobra 480 euros que gasta en su alojamiento murciano y en transporte entre las dos provincias. “Trabajo gratis para poner líneas de currículo”. Echando cuentas y con falta de ánimo optó por no acudir el martes a la entrega de diplomas. “Ahora me arrepiento. Es un gesto emocionante. No me apetecía ver a ese señor cuando me han negado tres becas y, aunque a mi familia le hacía ilusión, no quise hacer el paripé de agradecer el premio”.
Reynes, que imparte clases particulares de francés, está metida en una rueda de la que es difícil salir. Si quieres acreditarte como profesor necesitas experiencia y conseguir una plaza en este momento es milagroso. Así que le compensa ir a Murcia, aunque haya dejado de dar clase en una academia.
En Valencia no hay dinero para nuevos proyectos así que los departamentos no sacan nuevas becas y pocos doctorados tienen la etiqueta de excelencia, requisito indispensable para conseguir la ayuda económica. Ella ha optado en iniciar la tesis en literatura magrebí con la directora que quería pese a no tener beca. El próximo curso es el último que Reynes puede solicitar una y teme quedarse incluso sin la precariedad murciana. “Ahora los profesores fijos tienen que impartir más horas de clase y termina el título de licenciatura así que desaparecerán grupos”, cuenta preocupada.
Esta valenciana lucha por la docencia y Juan Martínez Villegas, de Bellas Artes, denuncia el desprecio a la docencia. “Te obligan a hacer muchos méritos de investigación y no importa la enseñanza que es para lo que se fundaron las universidades”.
La filóloga valenciana no fue la única ausente. Desde Estados Unidos se lamenta Carissa Véliz, que cursa un doctorado en filosofía en la City University of New York, que hubiese llevado la camiseta. “Gracias por expresar el descontento de tantos ciudadanos”.
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