“La crisis aumenta la empatía de la gente”
El jefe de Unicef dice que llegar a los niños más pobres salva un 60% más de vidas
En el lugar donde se crió Anthony Lake, Nueva Inglaterra, “jamás se hablaba de dinero” y siempre le ha resultado difícil pedirlo. El director general de Unicef, estadounidense de 73 años, viene a España en uno de los peores momentos de la crisis, cuando cada viernes se anuncia un nuevo hachazo al Estado de bienestar. En ayuda al desarrollo el tajo es monumental, al reducirse casi a la mitad (un 45%).
Pese a todo, Lake ha venido a hablar con la reina Sofía —con la que se iba a entrevistar después de tomar este café— y con miembros del Ejecutivo de “un hecho extraordinario”. “Mientras los fondos para ayuda humanitaria descienden”, dice, “el apoyo de los españoles a Unicef se incrementa”. Él lo atribuye a que “cuando la gente atraviesa momentos duros, aumenta su capacidad de empatía, sobre todo hacia los niños”.
Lake comprende la postura de los Gobiernos que se enfrentan a la crisis, pero para que le comprendan a él y la misión de Unicef se sirve de ese aumento de las donaciones particulares en tiempos difíciles para recordarles que la ayuda al desarrollo “tiene un apoyo popular, un apoyo político”. También defiende los beneficios de pensar a largo plazo. “La equidad [en el reparto de la riqueza] puede hacer mucho por el crecimiento sostenible. Varios estudios mantienen que los periodos de crecimiento son más largos cuanto más se atiende a los más vulnerables”, explica. Por eso es necesario tener una estrategia para llegar a los niños más pobres de entre los pobres. “Es ahí donde los logros son mayores. Se salvan un 60% más de vidas por cada euro donado”.
La carrera de Lake es singular. Empezó como diplomático en Vietnam durante la guerra y ha asesorado en política exterior a los Gobiernos demócratas de Jimmy Carter y, después, de Bill Clinton en la época de la guerra de Bosnia. De hecho, Lake fue la apuesta de Clinton en 1997 para dirigir la CIA. “Nunca había pensado en dedicarme a ello, pero me pareció muy interesante estar al frente de la principal agencia de EE UU dedicada a describir la realidad sobre la que se toman decisiones, aunque sus operaciones puedan ser controvertidas”, explica. Sin embargo, “un senador se opuso al nombramiento y tuvo éxito. Le estoy agradecido”, dice, porque este es “el mejor trabajo” que ha tenido. Aunque siempre ha estado vinculado a la ayuda al desarrollo, en los años en que trabajó para la Administración estadounidense, cuenta, su cometido tenía más que ver con “las palabras, con estar en un despacho leyendo informes para entender un país”. En Unicef, dice, “puedo ver, sentir y tocar la realidad del mundo”.
Lake visita una media de 30 países al año. Lejos de “las banderas, salas de conferencias y limusinas” de su vida anterior, “adora” hablar con los niños. Se acuerda, por ejemplo, de Fátima, una pequeña a la que conoció hace tres semanas en un pueblo de Chad, uno de los países del Sahel más afectados por la falta de alimentos y la sequía que se ceba en los menores de cinco años, y que estaba logrando recuperarse de la malnutrición. O de un chaval enfermo de cólera en Haití. “No hablamos de la enfermedad, pese a que estaba tratando de sobrevivir, sino de cómo le iba al Barça”. Lake cuenta que adonde quiera que va y por desesperada que sea la situación, siempre encuentra “a los niños jugando”. “Se ríen. Buscan la manera de ser niños contra viento y marea. Son increíblemente valientes”.
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