Balenciaga convierte Los Ángeles en su parque temático: un fin de semana entre Kardashians, zumos orgánicos y palmeras
La firma capitaneada por Demna ha cortado calles y tomado hoteles y discotecas californianas para presentar, entre escogidas ‘celebrities’, su colección del próximo otoño, limpia, comercial y que prevé jugosas ventas
El viernes por la tarde, muchos angelinos giraron la cabeza para comprobar si el cartel de Hollywood seguía ahí, sobre su colina. El símbolo de la ciudad, con sus nueve letras blancas, acaba pasando desapercibido para sus residentes, pero unas fotografías virales de ese día mostraban su supuesto cambio por otras letras: las 10 que forman la palabra Balenciaga. Solo era un montaje para las redes, y respiraron tranquilos. Pero fue lo único que le faltó por hacer a la casa capitaneada por Demna (ya sin apellido) en su toma de Los Ángeles, que cortó calles, triunfó en supermercados y llenó la ciudad con su moda para presentar su colección crucero (la llamada por la casa francesa Otoño 2024), con 70 salidas, a cada cual más pensada para una ciudad donde las celebrities (y sus estilistas) andan con ansia de novedades, sobre todo si están pensadas por y para ellos. Y Demna, que es uno de los hombres más inteligentes del panorama global de la moda, supo darles exactamente lo que querían.
El sábado la firma francesa demostró su poderío: cortó unas cuantas calles en la lujosa zona del Parque Hancock, con una línea infinita de palmeras perfectamente alineadas y el famoso letrero hollywoodiense al fondo. Ahí sentó a amigos, clientes, influencers, raperos, modelos y todo el quién es quién de la ciudad en una larguísima primera fila para, por segunda vez en su historia —la anterior fue hace año y medio en Nueva York—, sacar su ropa más allá de París. En un lugar donde todo el mundo es actor (o se dedica a conducir Uber, o a menudo a ambas cosas) y donde tener ropa de fiesta en el armario es indispensable, el creador georgiano entregó muchos más vestidos de gala que en otras ocasiones. Pero también, en una ciudad que pasa de la lentejuela al chándal sin solución de continuidad, regaló algunos looks clara, clarísimamente angelinos. Arrancó el desfile con un modelo sin camiseta: solo llevaba unos pantalones deportivos cortos negros, gafas de sol, zapatillas gigantes (esas que nunca faltan en su catálogo) y una botella de agua en la mano. En este lugar donde en todas partes hay un agujero para poner el vaso de café y todo el mundo lleva un termo a cada cual más gigante, Demna no quiso faltar al chiste interno.
La ciudad, que tiene su propia y bastante discreta semana de la moda, siempre se ha mantenido lejos del punto de mira de las grandes casas de costura, que no se interesaban demasiado por presentar aquí su ropa. Pero esta ciudad gasta dinero, y mucho, en vestirse. En EE UU el consumo de ropa aumentó un 1% de 2022 a 2023, y según la consultora McKinsey crecerá entre un 2% y un 4% el año próximo. El lujo, casi el doble. Hace alrededor de un año, cuando Gucci cortó nada menos que el Paseo de la Fama para un desfile, todo empezó a rodar. Versace enseñó su ropa tres días antes de la celebración de los Oscar. Chanel hizo lo propio el pasado mayo. Y Balenciaga no quiere, ni puede, quedarse atrás, con un control de los tiempos perfecto: sin otras pasarelas que la opaquen; con un sol brillante y una temperatura perfecta cuando sus compradores viven en el más frío invierno; y justo antes de la Navidad (época de gasto; ya hay prendas a la venta) y en pleno arranque de la temporada de premios y, por tanto, de alfombras rojas.
La cultura angelina estuvo muy presente con todos esos guiños: un chándal rosa à la Paris Hilton, melenas oxigenadas, modelos desfilando mientras hablan por el móvil, sempiternas gafas de sol, esterillas de yoga al hombro, looks de celebridad pseudodesapercibida bajo gorras, tangas por encima del pantalón, bolsas de deporte, cafés y más cafés... y Kardashians. No una, sino dos, y probablemente los premios gordos de la familia. Al desfile acudió la supermodelo Kendall Jenner, la cuarta de las cinco hermanas, esta vez en calidad de espectadora. Y lo hizo con la superestrella de la familia, Kim Kardashian, obviamente vestida de la marca de pies a cabeza y con una ¿bolsa de un supermercado? No, obviamente no lo era. Ella fue la primera en desvelar la colaboración de la casa francesa con Erewhon, unos supermercados de megalujo angelinos (a 22 dólares el kilo de fresas, por ejemplo), junto a los que han lanzado unos zumos negros (ingredientes: manzana, limón, jengibre, sirope de arce, polvo de carbón activo, canela), delantales y chaquetas que se agotaron rápidamente, pero también esa supuesta bolsa de papel que en realidad es un bolso de delicada piel. Kardashian llevaba en ella flores, para Demna.
La aparición de la estrella y empresaria supone el retorno de la hija pródiga a casa, a la firma de moda de la que tantas veces ha vestido y de cuyo diseñador ha sido amiga personal —él llegó a pasar temporadas en la casa de Calabasas del entonces matrimonio formado por Kardashian y West— y a quien decidió dar la espalda hace algo más de un año. Ahí Balenciaga se vio envuelta en una compleja polémica, ya lejana en este efímero mundo de las modas, tras una campaña publicitaria con varios niños que posaban con bolsos con forma de osos de peluche que llevaban arneses y se asociaban con el porno y el sadomasoquismo, y tras la que pidieron efusivamente perdón. Entonces Kim Kardashian contó públicamente que prefería poner a la firma en barbecho y darse un tiempo para replantearse su relación con ellos.
Ahora, en su ciudad, en su casa, Kardashian ha mostrado su pública reconciliación con Balenciaga. Antes rostro sempiterno en las primeras filas de sus desfiles, no llegó a acudir al anterior, celebrado el 1 de octubre en París, aunque entonces ya se aseguró que había visto la ropa en privado, y apareció en una de las fotos de su catálogo. Pero ahora demuestra que su relación con la marca es cercana y estable. De estos días no se han visto imágenes suyas con Demna; de hecho, apenas hay fotografías del creador en California. Él, que mantuvo una estrecha relación con Kanye West, tras el divorcio de la pareja se inclinó por cortar lazos con el rapero y diseñador para posicionarse al lado de Kardashian... que poco después le abandonaba. Ahora parece que las aguas vuelven a su cauce.
Aunque el caído en desgracia West obviamente no estuvo presente en el desfile de la firma, sí que hubo guiños a él y a su forma de vestir; un par de salidas de modelos cabizbajos parecían mostrar looks calcados a los del artista, a quien Demna le ha hecho docenas de prendas, e incluso se encargó de la estética de su disco Donda. Pero en las primeras filas del desfile, en la calle Windsor, no faltaron raperos fumando marihuana con colgantes cuajados de diamantes y hasta serpientes a modo de mascotas. Tampoco celebrities, aunque no demasiadas, para ser Los Ángeles. Algunas prefieren seguir guardando distancia con la marca tras la polémica del pasado otoño, pero la cuestión es, sobre todo, que Balenciaga es muy exclusiva con sus invitaciones. Se pudo ver por supuesto al matrimonio formado por la actriz Salma Hayek y el empresario François Henri Pinault, dueño de Kering, conglomerado al que pertenece la firma; a modelos como Ashley Graham y Carolyn Murphy y a actrices como Tracee Ellis Ross, Eva Longoria, Zooey Deschanel o la flamante embajadora de la casa, Nicole Kidman, pero en la ciudad del planeta con más estrellas por metro cuadrado, Balenciaga podía haber cortado tres calles más y llenarlas de rostros famosos. Decidió mantenerse más lejana, más deseable.
La moda más callejera y la estética Y2K tan presente en Los Ángeles se dio la mano con las muchas salidas pensadas para la alfombra roja. Muy Balenciaga, pero también mucho menos: siluetas marcadas, pero no demasiado; pantalones inmensamente largos, pero deseables; botas de peluche fucsia con tacón, pero ponibles. Demna ha firmado una de sus colecciones más comerciales, más pensadas para la calle y para vender, sin tocar ninguno de los hitos que le han encumbrado pero también que le han hecho ponerse en el punto de mira. No había pasaportes en referencia a los refugiados, ni bolsas de basura en piel a 1.400 dólares. Había oficio, trabajo, artesanía, identidad, pero mucha sutileza.
Otro doble juego fue el de las celebridades más de nicho con los superfamosos, la representación máxima de la cultura pop, esa que además esta ciudad sabe lucir como ninguna. De ahí que la firma sacara a desfilar a la rapera Cardi B, que además fue la anfitriona de su segunda fiesta nocturna, celebrada en Whisky a Go Go, una célebre discoteca del Sunset Strip (a la que la rapera, como buena estrella, llegó dos horas y media más tarde de que comenzara el evento).
La primera fiesta, al caer la tarde, fue en el Sunset Tower Hotel, que habría encajado perfectamente con la esencia del Balenciaga clásico. Un hotel en el corazón de Hollywood, de antiguo relumbrón y con una piscina azulísima con vistas a la ciudad. El cóctel, con canapés servidos por camareros de punta en blanco, fue en una sala forrada en madera y con luz tenue donde los muy modernos asistentes escucharon durante casi tres horas música clásica. El champán se mezclaba con los zumos de la colaboración entre Balenciaga y Erewhon que la marca lanzó ese mismo día y que la gente se llevaba en el bolso como reliquias. La botella costaba 14 dólares. El domingo, había filas desde las siete de la mañana para comprarlos en los súper, y se agotaron enseguida. La reventa por internet multiplicaba los precios por 10. Si se lo contaran a Cristóbal Balenciaga, no se lo creería. Allá donde pisa, Demna sabe convertir todo lo que toca en oro.
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