¿Qué significa la postura oficial de la OMS frente al uso de los fármacos ‘adelgazantes’ para la obesidad?
En la guía publicada por la organización se contemplan los medicamentos semaglutida, tirzepatida y liraglutida como agentes potenciales para paliar la enfermedad

Hace unos días, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó, por primera vez, una guía global sobre el uso de los medicamentos análogos al receptor GLP-1 para tratar la obesidad en adultos. La guía está dirigida a personas mayores de 19 años con un índice de masa corporal (IMC) igual o superior a 30. De momento, los niños y adolescentes no entran en esta recomendación. En ella se contemplan los medicamentos semaglutida, tirzepatida y liraglutida como agentes potenciales para tratar la obesidad.
En esta guía, la OMS habla de la obesidad como una enfermedad crónica y compleja. Mientras que antes jugaba a la ambigüedad y unas veces la trataba como un factor de riesgo, ahora la etiqueta como una enfermedad a la que hay que hacer un seguimiento de por vida. A su vez, pone el foco en la detección precoz de la misma.
La guía recomienda el tratamiento de la obesidad en adultos, salvo embarazadas, pero de manera condicional. Esto significa que no se sugiere de forma absoluta para todos: la evidencia disponible sobre sus efectos a largo plazo es limitada y los beneficios pueden variar según la persona. Cada caso debe evaluarse individualmente, y reconociendo que los riesgos aún no están completamente estudiados.
Además, promueve un enfoque integral basado en la alimentación, la actividad física y el tratamiento psicológico conductual. La realidad es que este enfoque tan completo no se da en la práctica clínica.
La OMS promueve el uso de estos medicamentos en el tratamiento de la gordura, pero lo hace de manera condicional, y eso es porque en la práctica se desconocen los efectos secundarios de un tratamiento de por vida. Además, reconoce que la suspensión del tratamiento conlleva la recuperación parcial o total del peso perdido, lo que lleva a las personas que los toman a periodos de subidas y bajadas de peso, lo que se conoce como weight cyccling, con la consiguiente alteración del metabolismo y los efectos psicológicos adversos.
Esto abre una brecha, ¿por qué se están recomendando unos medicamentos por parte de la OMS mientras se reconoce que sus efectos secundarios no son conocidos y que el efecto a largo plazo no está garantizado? En la guía se contempla evitar el estigma de peso, pero ¿cómo es esto posible si la propia recomendación se basa en el IMC y no en la salud?
Mientras la OMS abre la puerta a estos tratamientos, otros países adoptan posiciones mucho más cautelosas. La TGA (Administración de Productos Terapéuticos, según sus siglas inglesas), que es la agencia gubernamental encargada de regular medicamentos, dispositivos médicos y otros productos para la salud en Australia, ha actualizado la ficha técnica de todos los GLP-1 para incluir: posible riesgo de ideas suicidas y autolesivas; la necesidad de vigilar el estado de ánimo y la salud mental de las personas a las que se les vaya a recetar, incluso sin antecedentes; y el riesgo adicional en procesos con sedación debido al retraso del vaciamiento gástrico, resultado del efecto de saciedad que producen dichos fármacos.
En cuanto a los efectos sobre ideación suicida y depresión, no hay que olvidar que las personas gordas, solo por el hecho de serlo, reciben violencia diaria sobre el tamaño de su cuerpo. Entre el 80% y el 90% han tenido experiencias negativas por una medicalización excesiva y por la recomendación de perder peso ante cualquier dolencia. Primero, desde una sociedad gordofóbica y una sanidad centrada en el peso como indicador de salud, se les genera malestar emocional, y después se les ofrecen medicamentos que pueden ahondar en ese daño y generar ideas autolíticas.
Aunque no se ha demostrado una relación causal, el TGA considera estos riesgos como potenciales, por lo que llama a la precaución. Pide a los profesionales sanitarios que vigilen la aparición o empeoramiento de depresión, ideación o conductas autolíticas o cambios en el estado de ánimo.
La Agencia Europea de Medicamentos, tras la revisión de ensayos clínicos, datos de farmacovigilancia y estudios poblacionales a gran escala, no concluye que haya una relación causal entre estos medicamentos y la aparición de ideaciones suicidas y/ o depresión, por lo que no ve necesaria modificar la ficha técnica.
Además, en Australia se ha prohibido anunciar estos medicamentos al público con el fin de adelgazar. Las farmacéuticas no pueden publicitar estos medicamentos en redes, ni podrán promocionarlos influencers, ni venderse en clínicas privadas, ni mediante canales comerciales. Se quiere evitar a toda costa el uso estético, debido a la presión social y la creciente veneración a la delgadez extrema.
A su vez, el Gobierno australiano ha impedido que se vendan versiones no reguladas y ha controlado la venta de productos fraudulentos etiquetados como GLP-1 o suplementos tipo Ozempic.
Lo que demuestra Australia con estas medidas es que hay una preocupación por la medicalización del peso y la presión estética. El uso masivo de análogos de GLP-1 refuerza la idea de que un cuerpo gordo es algo que corregir. Pone en peligro la diversidad corporal: se busca la homogeneización de los cuerpos sin importar los efectos secundarios ni la salud mental, a golpe de pinchazo.
La salud no se mide en kilos. Si realmente queremos mejorar la salud pública, deberíamos ofrecer educación nutricional de calidad, asegurar alimentos saludables y accesibles para todas las rentas, promover espacios seguros y gratuitos de actividad física y, sobre todo, acabar de una vez con el enfoque pesocentrista en la salud. Mientras la ola de delgadez y la gordofobia siga creciendo, cualquier guía será insuficiente si no dejamos de medicalizar los cuerpos gordos y no empezamos a cuestionar un sistema que convierte el tamaño corporal en diagnóstico.
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