Los difusos límites del cannabis terapéutico: su potencial médico choca con el riesgo psiquiátrico
Su uso genera beneficios en esclerosis múltiple, epilepsia o dolor, pero también peligro de adicción o banalización del consumo recreativo


Hay un eterno dilema científico que empapa todo lo que tiene que ver con el potencial terapéutico del cannabis, la droga ilegal más consumida. Aunque se toma desde hace miles de años con fines curativos y se le presumen decenas de efectos positivos, los problemas asociados a su consumo también están bien descritos, sobre todo, en el campo de la salud mental. En busca de ese equilibrio entre beneficios y riesgos, la comunidad científica trata de identificar la evidencia más robusta para alumbrar las fronteras reales de su potencial medicinal, cuándo, cómo y para quién puede servir; pero el puzle está siendo difícil de armar.
El poder terapéutico está ahí, nadie lo duda. Pero sus márgenes todavía son, a ojos de la ciencia, confusos: una revisión publicada recientemente en la revista Jama concluyó que la evidencia sobre el uso del cannabis y sus derivados con fines terapéuticos es “insuficiente” para la mayoría de indicaciones médicas que se proponen. Se ven beneficios en epilepsia, esclerosis múltiple o dolor, pero los expertos advierten también de riesgos asociados al uso medicinal, como el peligro de desarrollar dependencia. O que se banalice el consumo recreativo de esta droga en la calle.
El mundo empuja para buscar respuestas y legislar sobre su potencial terapéutico. Una veintena de países ya lo ha avalado y también la ONU reconoció en 2020 que podría tener propiedades medicinales. Hace apenas un par de meses, España dio un paso adelante con la aprobación de un real decreto ley que regula su uso y, a la espera de un reglamento que concrete para qué dolencias se permite, ya se sabe que se dispensará en hospitales y bajo prescripción médica.
Ahora bien, aunque la calle y la industria aprieten, la evidencia científica disponible hasta ahora no es tan entusiasta. Los hallazgos favorables son limitados y muchos estudios, de baja calidad, por el pequeño tamaño de las muestras, la corta duración de los tratamientos, la inconsistencia en las pautas y las dosis, los resultados heterogéneos y la variabilidad en los preparados con cannabinoides. No ayuda tampoco que el cannabis sea, en realidad, una amalgama de más de un centenar de moléculas con acciones diversas y sinergias que se entrecruzan y pueden variar las respuestas.
“La cosa no es blanca o negra. Ni es la panacea ni es un desastre. Los cannabinoides terapéuticos pueden ser fármacos útiles y tienen sus beneficios, pero también riesgos. Y no son para todo el mundo”, sintetiza Marta Torrens, psiquiatra del Hospital del Mar experta en adicciones.
Los cannabinoides más estudiados son el THC (con propiedades psicoactivas) y el CBD. Ambos propician que se liberen mensajeros químicos en el cerebro que pueden influir en la sensación de dolor, en el estado de ánimo, el sueño o la memoria. El gran objetivo científico es encontrar en estas u otras moléculas, la fórmula para disociar el efecto psicoactivo del terapéutico y potenciar este último. Pero el camino no está exento de riesgos indeseados.
Mercé Balcells, jefa de la Unidad de Conductas Adictivas del Hospital Clínic de Barcelona, recuerda que las consecuencias nocivas del consumo tradicional de cannabis son bien conocidas. “Puede incrementar la patología psiquiátrica y ser un detonante, por ejemplo, de esquizofrenia [en personas que tienen una predisposición de base]. También puede generar sintomatología depresiva, crisis de pánico, deterioro cognitivo, problemas cardiovasculares, pulmonares, cáncer… Y no sabemos si los efectos en la memoria y en el aprendizaje son reversibles”, conviene.
Eficacia limitada
Sobre el margen terapéutico, apunta: “Algunas moléculas van a ser útiles en enfermedades del neurodesarrollo o tendrán poder analgésico, pero está en discusión, por ejemplo, su poder ansiolítico y en qué dosis, porque también pueden dar crisis de pánico”.
Hay fármacos a base de derivados cannábicos ya aprobados para tratar las náuseas y vómitos inducidos por quimioterapia, para estimular el apetito en personas con VIH, para epilepsias infantiles raras o para tratar la espasticidad muscular en la esclerosis múltiple. Y también hay evidencia de su poder para tratar el dolor neuropático que no responde a otros tratamientos.
Pero la solvencia científica se tambalea cuando se plantea para tratar el dolor oncológico, el insomnio o la demencia. Y tampoco se recomienda para tratar enfermedades psiquiátricas, recuerda Kevin Hill, autor de la revisión científica: “La evidencia hasta la fecha es bastante clara: el cannabis medicinal no es un tratamiento eficaz para la mayoría de los trastornos mentales. De hecho, agrava muchos problemas psiquiátricos, como la ansiedad y la depresión”.
Separar el grano de la paja
Dentro del universo que explora los fines terapéuticos del cannabis, la revisión publicada en Jama hace también una distinción fundamental entre los preparados farmacéuticos a base de derivados cannábicos, que están sujetos al control de las agencias reguladoras, y la mayoría de productos vendidos en otro tipo de dispensarios, como tiendas especializadas, que no cumplen con los mismos estándares que se le requieren a los medicamentos.
No es lo mismo una formulación farmacéutica con una dosis controlada de un cannabinoide concreto que fumarse un porro. La forma y el fondo importan. Y más, recuerdan los expertos, cuando el cannabis que se encuentra en la calle es cada vez más potente, lo que aumenta la capacidad adictiva y el riesgo de desarrollar otros trastornos mentales.
No todo lo cannábico es terapéutico ni comparable entre sí, recordaba hace unas semanas Jan Vollert, profesor de Neurociencia de la Universidad de Exeter, a propósito de un ensayo clínico que concluía que un extracto del cannabis, llamado VER-01, reducía el dolor lumbar crónico: “Se trata de una sustancia muy específica, administrada de forma controlada. No es comparable en absoluto con fumar cannabis. Si bien existen muchos casos de personas que informan que su dolor mejora al consumir cannabis, no hemos podido respaldarlo con pruebas sólidas. En mi opinión, este estudio no justifica el consumo de cannabis, ya que fumar cannabis y tomar VER-01 son probablemente tan similares como comer avellanas y Nutella: pueden tener una base similar, pero simplemente no son comparables”, apuntaba en declaraciones al portal Science Media Centre.
Para hacer un buen uso del poder terapéutico del cannabis, es clave, defiende Torrens, un control farmacéutico riguroso de las formulaciones, prescripción médica y una supervisión sanitaria constante. Para identificar —y descartar— población de riesgo (embarazadas, personas con antecedentes psiquiátricos...) o vigilar potenciales efectos secundarios o interacciones con otros fármacos, por ejemplo.
La amenaza de la adicción
Alrededor del uso medicinal del cannabis pulula también el fantasma de la adicción: la revisión publicada en Jama recuerda, de hecho, que un metaanálisis ya informó de que el 29% de las personas que consumía cannabis con fines médicos cumplía criterios de trastorno por consumo de esta sustancia.
Otro de los temores alrededor de la expansión terapéutica del cannabis es que se pueda banalizar el uso de esta sustancia como droga y aumente el consumo. “A nivel de prevalencia de consumo, está escalando posiciones y acercándose al nivel de drogas legales”, avisa Balcells, que apuesta por seguir monitorizando las tendencias y, ahora que se empieza a regular el cannabis con fines terapéuticos en España, ver también “qué tipo de consumo se instaura”.
En la misma línea, Marina Díaz Marsá, presidenta de la Sociedad Española de Psiquiatría, admite que les preocupa que la nueva norma en España “invisibilice las consecuencias psiquiátricas del consumo recreativo del cannabis” y pide que el decreto ley incorpore una campaña de concienciación sobre los riesgos del uso lúdico: “Nada tiene que ver la recomendación terapéutica con el uso recreativo en jóvenes, que puede ser devastador”. En España, el Informe Europeo sobre Drogas reportó una prevalencia de consumo de cannabis en los últimos 12 meses del 12,6% en 2024 entre población de 15 a 64 años. Es superior a la de Francia (10,8%) y Portugal (2,8%).
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