A 100 grados con cero ropa: así se fragua el secreto del país más feliz del mundo
Finlandia tiene más de tres millones de saunas. Viajamos a la más antigua de todas para comprender su esencia y sus raíces


El vapor golpea al entrar como una ardiente bofetada. Es una habitación rústica, encalada en blanco. Un horno de leña cocina durante horas una mezcla imposible de agua y piedras. Solo se oye el crepitar del fuego, el respirar pesado de la sauna y el de una docena de hombres que parecen respirar con ella. Están sentados muy juntos, muslo con muslo. Hay un niño de unos siete años junto a su padre y un señor con mucha jubilación a las espaldas. El resto de hombres tienen una edad indeterminada entre los 30 y los 50 años. No están tanto desnudos como vestidos de sudor. La ausencia de intimidad y espacio pueden ser incómodos para un extranjero. Pero no tanto como los 100 grados de temperatura.
Rajaportti es la sauna pública más antigua de Finlandia, se construyó en 1906 para los numerosos obreros que poblaban la ciudad de Tampere en plena revolución industrial. Entonces las casas humildes no tenían baño, y la sauna hacía las veces de ducha, bar e improvisado sindicato. Las cosas han cambiado mucho en Tampere y hoy Rajaportti sobrevive en medio de un barrio acomodado. Pero ha conseguido mantener su esencia, ruda y espartana. Es quizá el mejor ejemplo de una tradición con siglos de historia que ha llegado hasta nuestros días sin mucho cambio, pero con un interés creciente.
Las saunas son parte central de la sociedad finlandesa. En un país con cinco millones y medio de habitantes, hay tres millones de saunas. Por poner en contexto, los coches matriculados en el país apenas superan los tres millones y medio. Todos los edificios públicos de Finlandia tienen sauna, desde la residencia oficial del Primer Ministro hasta la universidad más modesta. Como señala el escritor Mikkel Aaland en su ensayo Sweat (sudor, sin traducción al español) “ningún otro país ha otorgado tanto orgullo nacional a sus baños”.
En 2020, la sauna se convirtió en la primera tradición finlandesa considerada patrimonio inmaterial de la Humanidad. Más o menos por la misma época, en 2018, Finlandia escaló al primer puesto como el país más feliz del mundo en un peculiar proyecto respaldado por Naciones Unidas llamado Informe Mundial sobre la Felicidad. Se ha mantenido en ese puesto durante ocho años consecutivos. Quizá por eso, los dos fenómenos han quedado asociados en el imaginario colectivo. Más allá de su estado de bienestar, de su riqueza y su sociedad igualitaria, muchos señalan la sauna como el auténtico secreto de la felicidad finlandesa. Esta idea es casi una política de estado. Hace años el gobierno finlandés puso en marcha una iniciativa de “turismo de la felicidad”, que ofrece itinerarios que destacan los elementos culturales que contribuyen a conseguirla: sus bosques, sus lagos, su gastronomía y, sobre todo, sus saunas. EL PAÍS fue invitado a uno de estos itinerarios por Visit Finland, para descubrir si existe relación entre estos dos elementos.

Tampere es la capital mundial de la sauna. Es una ciudad mediana rodeada de lagos y bosques. A principios de octubre ofrece una estampa bucólica. Los árboles explotan en rojos, marrones y amarillos. Son los últimos fuegos artificiales de la naturaleza, y al terminar dejan el bosque desnudo, blanco y silencioso. “En invierno los días son grises, muchas veces ni siquiera puedes intuir el sol”, comenta Katja Villemonteix, historiadora y guía turística de la ciudad. Quizá esta circunstancia haya ayudado a popularizar la sauna. El parque de atracciones de la ciudad ya ha cerrado por frío. También lo han hecho varios mercadillos y quioscos. Los partidos de fútbol se suspenderán en unas semanas. Y algunas líneas de autobús. Aquí hace tanto frío que hiberna hasta el ocio. Y pasar el invierno en los bares tampoco parece muy recomendable. Finlandia, como el resto de vecinos escandinavos, tiene un problema con el alcohol que ha conseguido reducir con una fuerte regulación. En este contexto, la sauna se convierte en un refugio caliente, barato y sano. Un lugar donde socializar todo el año.
Pero también hay un componente histórico que explica su presencia constante en el día a día. “En Finlandia, nuestra vida empezaba y terminaba en una sauna”, señala Villemonteix. “Era el lugar donde las mujeres daban a luz, donde los enfermos buscaban tratamiento y se preparaba a los muertos para el entierro”, explica. La sauna hacía las veces de bar, hospital, tanatorio y cocina. De esta forma se convirtió en el epicentro de la cultura finlandesa.
En la actualidad, las saunas se han despojado de muchas de estas funciones y se han centrado en el mundo del wellness. Hoy en día suelen ser unisex, exigen el uso de bañador y no admiten bebidas en su interior. Se han adaptado a los nuevos tiempos, y destacan a la hora de promocionarse, sus beneficios en la salud y el bienestar emocional. Tienen buenos argumentos.
Hay cierto consenso en que la sauna es fuente de salud. Un estudio de la clínica Mayo vio que las personas que acudían a la sauna con frecuencia (de cuatro a siete sesiones por semana) tenían un riesgo un 47% menor de desarrollar hipertensión que los que no lo hacían. Otro, publicado en la revista científica BMC, concluyó que los riesgos de sufrir accidentes cardiovasculares se reducían al introducir la sauna en la rutina.

Sin embargo, hay poca literatura científica que relacione la sauna con la salud mental o la felicidad. En parte, porque no existe un concepto universal de felicidad ni una forma fiable de pesarla. A lo largo de los siglos, muchos pensadores han intentado definirla, de Confucio a Byung-Chul Han, de Epicuro a Jonathan Haidt. Pero nadie lo ha conseguido. La felicidad, a día de hoy, no es una respuesta. Es una pregunta. ¿Es la ausencia de dolor? ¿Es una percepción de propósito o un momento de placer? ¿Qué relación tiene con la salud, la riqueza o el contexto social? ¿Es la felicidad un estado de ánimo? ¿Un neurotransmisor? ¿Puede reconocerse, incluso medirse con una encuesta?
Aguas heladas y ‘sauna masters’
Bañarse en aguas heladas produce algo parecido a la euforia. Una sensación de elevación, ligereza e inestabilidad que solo dan las drogas. Pero es que quizá esto sea una forma de droga, porque engancha. La descarga recorre el cuerpo como un rayo, acelera el pulso y la respiración. Hace que uno tenga ganas de gritar o de correr para sacarse la adrenalina de adentro. Para vomitar los nervios, que parecen diluirse al entrar en la sauna. El cuerpo se desinfla, y la respiración se relaja hasta acompasarse con el ritmo narcotizado de la sauna.
En Finlandia es normal combinar el calor insoportable de la sauna con el no menos insoportable frío del lago, que en octubre tiene una temperatura de 12 grados. El país tiene 188.000 lagos, así que no es complicado que ambos estén pegados. Es el caso de Rauhaniemi, sauna pública fundada en 1929. El lugar tiene tres espacios, pero el más llamativo es la yurta, una especie de tipi utilizado por los nómadas en las estepas de Asia central. Dentro hay dos estufas de leña y unas gradas circulares que se alzan a su alrededor. El vapor se acumula y el ambiente es pesado, como si fuera un planeta con una gravedad y una atmósfera diferente. En este contexto no desentonaría demasiado encontrarse con un chamán. O con dos.

Juha Kumara y Matti Kemi son sauna masters. Portan unos extraños sombreros de fieltro que les hacen parecer druidas, elfos o simplemente desquiciados. “Son los saunahattus y sirven para proteger la cabeza del calor intenso”, explica Kemi. Su compañero coge un ramo de hojas. “Se llama vihta o vasta y sirve para masajear tu propio cuerpo o el de un compañero a base de golpes y así activar la circulación”. Primero lo explica. Después lo demuestra.
El masaje es extrañamente relajante y la experiencia en la sauna también. En finlandés existe una expresión específica para referirse a la feliz somnolencia que produce el calor (saunanjälkeinen raukeus). Debe ser algo parecido a esto.
Kumara y Kemi cuentan cómo recorrieron Finlandia en bicicleta durante meses. Visitaron las mejores saunas, las más apartadas. Lo hicieron para aprender de otros expertos en la materia y compartir ese conocimiento con los visitantes de Rauhaniemi. Hablan sobre las saunas que conocieron, cómo cada una tiene su personalidad, su cadencia de respiro. La conversación es pausada y se interrumpe con silencios.
Tras dos horas sudando y tiritando con los sauna masters uno entra en una especie de trance y se olvida del tiempo. Quizá es porque no hay móviles, ni libros, ni televisor. Había un reloj inteligente, pero dejó de funcionar en la tercera sesión de ardiente sauna, así que no hay distracción posible. No hay más ruido que el sincopado respirar de la sauna. El sisear de las rocas ardientes al contacto con el agua. “En este mundo moderno no estamos acostumbrados a estar solos con nuestros pensamientos, apenas hay momentos como este”, reflexiona Kumara. “Y es importante buscarlos”.

Después de recorrer Finlandia, Kemi y Kumara fueron a Japón, para explicar la filosofía de la sauna y conocer la de los onsen, los baños termales nipones. Estos dos países tienen culturas antagónicas, pero en su folclore hay un punto en común. “Los baños de sudor son tan comunes y transversales culturalmente como el hornear el pan o el aplastar la uva”, explica Aaland en Sweat. “Numerosas culturas a lo largo de la historia han descubierto que estas prácticas, de una u otra forma, eleva el cuerpo y el espíritu”. Sabemos que había saunas en la Edad del Hierro. Los mayas, los romanos, los árabes o el imperio nipón descubrieron sus beneficios en coordenadas geográficas y culturales muy distintas.
Lo raro no es que los finlandeses tengan una cultura de baños de sudor públicos. Lo raro es que haya llegado hasta nuestros días en plena forma. Estuvo a punto de no suceder. “Durante los años setenta y ochenta se empezarona a construir apartamentos con su propia sauna”, explica Villemonteix. “Y esto hizo que las saunas públicas cayeran un poco en desuso. Pero en los últimos años se han recuperado con fuerza”. Mucha gente tiene su propia sauna en casa, pero el componente social y lúdico de estos lugares hace que se mantengan las públicas. Ayuda también el hecho de que la generación Z, menos bebedora que sus mayores, busque nuevos espacios para socializar. Y la sauna parece un lugar perfecto para hacerlo.
El balneario es un microcosmos social, un reflejo de la sociedad finlandesa. Hay niños, jóvenes y abuelos. Hay personas de todas las edades y clases. Con todo tipo de cuerpos. Después de tres días inmerso en la cultura finlandesa, la ausencia de espacio e intimidad incomodan menos. Pero los 100 grados de la sauna y los 13 del lago siguen siendo un reto. “De eso va esto”, dice Kuma señalando a su alrededor. “La sauna no tiene por qué ser fácil, ni cómoda. Tienes que escuchar a tu cuerpo para saber lidiar con ella. Pero una vez que aprendes, engancha”.
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