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Jonathan Haidt, psicólogo social: “Ninguna tecnológica quiere perder a su objetivo más valioso: los preadolescentes”

El reputado investigador estadounidense, que con su libro ‘La generación ansiosa’ encabeza las listas de ventas en su país, sostiene que la gente está harta de las redes sociales. Los de izquierdas y los de derechas. Incluso los niños están buscando ayuda para salir de la adicción, dice, pero, solos, no pueden

Jonathan Haidt, psicólogo social
El profesor Jonathan Haidt en su despacho de la Universidad de Nueva York, el pasado 17 de abrilPascal Perich
Ana Vidal Egea

El último ensayo de Jonathan ­Haidt (Nueva York, 1963),está siendo todo un éxito. Ha dado con uno de los temas que más preocupan. La generación ansiosa. Por qué las redes sociales están causando una epidemia de enfermedades mentales entre nuestros jóvenes, lanzado en Estados Unidos el pasado 26 de marzo, ha liderado la lista de libros de no ficción más vendidos de The New York Times durante cuatro semanas consecutivas. La demanda de ejemplares ha sido tan alta que muchos puntos de venta se han quedado sin existencias. Haidt, licenciado en Filosofía por la Universidad de Yale y doctorado en Psicología por la Penn University, ha sido reconocido como uno de los 50 pensadores más importantes del mundo por la prestigiosa revista británica Prospect Magazine, de ámbito político, y como una de las 100 personas más influyentes en ética empresarial, según Ethisphere, una organización global que se dedica a promover prácticas éticas.

El recibimiento en su despacho de la Universidad de Nueva York, donde lleva 11 años como profesor de Liderazgo Ético, resulta tan acogedor como una invitación a su propio hogar. Se muestra cercano y ofrece café que prepara él mismo. De origen judío y ateo, Haidt se reconoce políticamente de centro. La conversación gira en torno a la tesis que defiende en su libro, que, en casi todos los países desarrollados los niños y jóvenes sufren de un incremento de mala salud mental debido a su exposición a las redes sociales. Se apoya en datos como la encuesta nacional de EE UU sobre el uso de drogas y salud que señala que los niveles de ansiedad en adolescentes chicos ha aumentado un 161% y en chicas un 145% desde 2010. Para Haidt los responsables de esta epidemia de salud mental son tanto las empresas tecnológicas como los gobiernos. La editorial Deusto publica el libro en España el próximo 29 de mayo.

Pregunta. Usted ya sospechaba de las consecuencias que la sobreexposición a las redes tendría en la juventud. ¿Cuál ha sido la principal revelación que ha tenido durante su investigación?

Respuesta. Que se trata de un fenómeno que afecta a la gran mayoría de los países desarrollados. Porque primero empezamos como un estudio centrado solo en EE UU y luego constatamos que afectaba también a los países anglosajones, a los nórdicos… También me resultó interesante descubrir que la depresión y la ansiedad afecta más a los niños y jóvenes que proceden de familias laicas y liberales. Aquellos niños que crecen enraizados en comunidades religiosas o estructuras locales y familiares tradicionales parecen estar más protegidos.

P. Uno de los principios de la psicología es que la correlación no implica causalidad. Sus detractores dicen que no hay evidencia científica que justifique que las redes sociales producen problemas mentales.

R. Se han llevado a cabo muchas investigaciones y hay bastante evidencia. En mi libro enumero docenas de estudios correlacionales y longitudinales que revelan una relación bastante consistente en la que los usuarios frecuentes de redes sociales tienen un riesgo mucho mayor que los demás de sufrir enfermedades mentales. Por ejemplo, un estudio de 2018 sobre adolescentes de 14 años descubrió que las chicas que pasan cinco o más horas diarias en redes sociales tienen tres veces más probabilidades de estar deprimidas que las chicas que apenas las usan.

P. Mark Zuckerberg sigue negando esa evidencia. Usted se ha reunido personalmente con él, ¿se produjo algún cambio positivo después de esos encuentros?

R. A raíz de nuestras investigaciones constatamos que, a los 11 años, la edad de máxima vulnerabilidad, muchos niños empiezan a usar Instagram, una plataforma muy peligrosa. Así que cené con Zuckerberg en 2019 y 2020 para debatir cómo controlar el acceso de menores a sus redes sociales, que es otro tema acuciante. Pero no puedo decir que haya notado cambios significativos desde entonces. Han hecho algunos cambios cosméticos, fáciles, pero ninguna compañía tecnológica está dispuesta a perder frente a la competencia a su objetivo más valioso, los preadolescentes.

“Las redes sociales son más adictivas que la heroína porque son impuestas socialmente”

P. Zuckerberg tiene hijos. ¿Cree que será capaz de protegerlos de lo que él mismo está consintiendo?

R. Totalmente. Porque la mayoría de los grandes ejecutivos tecnócratas son los primeros en tener conciencia de las consecuencias de las tecnologías que ellos mismos promueven y mantienen a sus hijos alejados de ellas. Suelen llevarlos a colegios tipo Waldorf, donde no se permite el uso de teléfono ni ordenadores.

P. Ha señalado directamente a META como responsable del suicidio de algunos preadolescentes. ¿Son los padres tan responsables como las compañías tecnológicas?

R. Creo que si un fenómeno se da en la mayor parte del mundo al mismo tiempo no se puede culpar a los padres. Las redes sociales son más adictivas que el tabaco y la heroína, porque son impuestas socialmente.

P. ¿Hemos tocado fondo o se puede ir a peor?

R. Si no empezamos a actuar con urgencia, aunque la situación ya sea grave, puede sin duda empeorar. Si actualmente estamos en un 40% de menores deprimidos, las cifras podrían llegar a un 70% o a un 90%. Quién sabe. Por otro lado, parte de la generación Z empieza a tener hijos y al ser la primera basada en el teléfono (en lugar de en el juego), va a ser difícil que puedan educarlos de una forma sana. Hay que confiar en que los abuelos, que tienen un recuerdo más saludable de la infancia, intervengan más.

Jonathan Haidt en su despacho de la Universidad de Nueva York este 17 de abril.
Jonathan Haidt en su despacho de la Universidad de Nueva York este 17 de abril. Pascal Perich

P. Según su investigación, si un menor está expuesto a las redes sociales sufre un riesgo muy alto de tener problemas de salud mental, pero si los padres le prohíben el uso de redes sociales quedará aislado socialmente, lo que también puede abocar al menor a problemas psicológicos. ¿Hay salida?

R. La hay si actuamos colectivamente. Recomiendo que los padres se pongan de acuerdo con dos o tres familias más para poder actuar como un grupo. Fue lo que sucedió en Inglaterra, por ejemplo. Los padres empezaron a unirse a un grupo de WhatsApp que se hizo popular cuando The Guardian sacó un artículo sobre lo que empezaba a ser un movimiento. Y eso repercutió en que el Gobierno se movilizara: en febrero se hizo oficial que prohibirán el uso de los teléfonos móviles en los centros educativos. La gente está harta de las redes sociales y busca una salida. Los de izquierdas y los de derechas. Incluso los propios niños están buscando ayuda para salir de la adicción que los tiene enganchados, pero solos no pueden. Creo que lo conseguiremos, es solo una cuestión de tiempo.

“Recomiendo que los padres que no dan móvil a su hijo lo pacten con dos o tres familias más y actúen como un grupo”

P. En su libro dedica un capítulo completo al caso de las niñas y preadolescentes. ¿Por qué se ven particularmente perjudicadas por las redes sociales?

R. Para empezar porque las usan más. Por otro lado, hay diferencias en cómo los niños y las niñas interactúan socialmente: los niños tienden a participar en actividades grupales, mientras que las niñas suelen preferir conversaciones más íntimas y centradas en otras personas. En este sentido, las redes sociales les proporcionan una gran cantidad de información que pueden utilizar para hablar extensamente sobre terceras personas.

P. Los gráficos que incluye en su estudio reflejan un cambio a partir de 2010. ¿Qué sucedió entonces?

R. Al principio las redes sociales estaban orientadas a conectar a personas, pero a partir de 2009 cambiaron de premisa y se centraron en el rendimiento. Fue cuando Facebook introdujo el like y Twitter los retuit. También se introdujo la cámara de fotos giratoria que dio la bienvenida a los selfis. Ahora se premia la creación de contenido, la belleza, la crueldad. Y esto ha disparado la depresión y la ansiedad en casi todos los países desarrollados.

P. Además de disparar la depresión y la ansiedad, ¿hay otras consecuencias?

R. Hay países, como España, donde los datos relacionados con el aumento de enfermedades mentales en los niños asociados a las redes sociales no son conclusivos, pero hay más daños asociados al teléfono que afectan a los niños: falta de atención, la adicción, el declive de las habilidades sociales… Los padres españoles no deberían concluir que las redes sociales son inofensivas.

“La depresión afecta más a los niños de familias laicas y progres. Aquellos que crecen enraizados en comunidades religiosas o en familias tradicionales están más protegidos”

P. Señala que los padres sobreprotegen a los menores de la realidad (el teléfono actúa de bloqueador), pero no de internet.

R. Exacto. Los padres tienen miedo de que sus hijos hablen con desconocidos peligrosos o se expongan a situaciones inconvenientes en la calle, cuando en realidad esas personas y situaciones indeseables están en internet. Y les permiten navegar sin restricciones.

P. Y hablando de la falta de restricciones… ¿Qué opina de los influencers que utilizan a sus hijos en redes sociales como fuente de ingresos?

R. Por ganar unos cuantos “me gusta” exponen a sus hijos en situaciones que los avergonzarán de por vida, creando una huella digital permanente. Prueba de ello es la profundidad de la depravación que las redes sociales generan en la gente. No creo que haya que establecer una regulación que controle las publicaciones de los adultos, pero sí que hay que tener claro que los niños son diferentes a los adultos. Necesitan protección. Nuestros hijos viven de lo que las compañías tecnológicas construyen, pero estas empresas no tienen ningún incentivo en protegerlos, por el contrario, tienden a explotarlos. No son sus clientes, sino su producto. Para solucionarlo, necesitamos la intervención de los gobiernos.

El psicólogo social Jonathan Haidt camina por los pasillos de la Universidad de Nueva York, donde es titular de la Cátedra de Liderazgo Ético.
El psicólogo social Jonathan Haidt camina por los pasillos de la Universidad de Nueva York, donde es titular de la Cátedra de Liderazgo Ético.Pascal Perich

P. Buena parte del Senado de EE UU apoya la Ley de Seguridad Infantil en Internet, KOSA (por sus siglas en inglés), que aspira a proteger a los niños censurando contenidos online potencialmente peligrosos. ¿Sería esa una posible solución al problema?

R. Creo que hay probabilidades de que esta ley salga adelante este año, lo que obligaría a las compañías a tratar a los niños de forma diferente que a los adultos. No solo protegiéndolos de cierto contenido, sino impidiendo que ningún niño menor de 13 años tuviera acceso a redes sociales mediante la implantación de un sistema de verificación de edad de los usuarios.

P. ¿Cuáles son las acciones más inmediatas que los padres pueden llevar a cabo?

R. Mi libro está repleto de sugerencias, pero considero que hay cuatro fundamentales: no permitir que los niños utilicen teléfonos inteligentes antes de la escuela secundaria, ni que accedan a redes sociales antes de los 16 años. Que estudien en colegios donde no se permita el uso de teléfonos y que jueguen de forma más independiente, sin una supervisión constante.

“Nuestra disminuida confianza en las instituciones y en los demás hará que nos volvamos ingobernables”

P. Relacionado con este último punto, usted cofundó en 2017 la ONG Let Grow (“deja crecer”) para promover la independencia de los niños.

R. Sí, se trata de un proyecto en el que ofrecemos recursos para ayudar a que los niños sean más independientes, ya que creemos que actualmente son educados en la sobreprotección. Un niño de 8 años ya puede ir al colegio solo, y otro de 11 ya está capacitado para cuidar de otro menor. Lo ideal es que un colegio entero se sume al proyecto, que sea una acción colectiva, solo así los padres pierden el miedo. Los niños eligen una actividad para realizar solos (ir al supermercado, hacer la colada, preparar la cena…) y en el vecindario donde viven esos niños se empezará a normalizar que hagan estas tareas de forma independiente. Ten en cuenta que, en algunos Estados de Norteamérica, se puede denunciar a los padres si un niño está jugando solo en su jardín. Pero permitir que los niños actúen de forma independiente no es negligencia. Y demostrar que los niños pueden hacerlo les hace ganar confianza en sí mismos, lo que los convierte en adultos más seguros y felices.

P. Siendo judío, sería interesante conocer su opinión sobre el conflicto en Oriente Próximo. El 8 de octubre mostró públicamente su apoyo a Israel a través de un tuit. ¿Sigue apoyándolo?

R. No quiero hablar de Oriente Próximo, pero sí de lo que está ocurriendo en los campus universitarios. Las manifestaciones pro-Hamás el día después del ataque y tantos actos antisemitas desde entonces indican una radicalización en torno al concepto de identidad. Veo manifestaciones estudiantiles abiertamente antisemitas y me parece que las universidades están siendo hipócritas no haciendo nada al respecto, mientras que sí castigan las microagresiones a ciertos grupos. Eso me preocupa.

P. Las elecciones se avecinan, ¿qué es lo que más le preocupa del futuro en EE UU?

R. Que nuestra disminuida confianza en las instituciones y en los demás hará que nos volvamos ingobernables. Si algo no cambia pronto, veremos más caos, más elecciones disputadas y más violencia política, especialmente si los resultados de las próximas elecciones presidenciales son impugnados.

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Sobre la firma

Ana Vidal Egea
Periodista, escritora y doctora en literatura comparada. Colabora con EL PAÍS desde 2017. Ganadora del Premio Nacional Carmen de Burgos de divulgación feminista y finalista del premio Adonais de poesía. Tiene publicados tres poemarios. Dirige el podcast 'Hablemos de la muerte'. Su último libro es 'Cómo acompañar a morir' (La esfera de los libros).
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