¿Qué está pasando con las tasas de suicidio en los adolescentes?
Algo ocurre en esa etapa de la vida, repleta de cambios psicológicos, sociales y neurobiológicos, que nos hace susceptibles al sufrimiento emocional
Quienes estamos en contacto con adolescentes y jóvenes de entre 15 y 24 años nos hemos sentido constantemente preocupados por su salud mental. “¿Qué está pasando con las tasas de suicidio en los adolescentes? ¡Que alguien me lo explique!”, me pidió, intranquilo, un buen amigo cuando comentábamos la cantidad de noticias que se publican estos días sobre jóvenes con síntomas de ansiedad y depresión, o sobre las salas de urgencias ocupadas con gente de menos de 25 años que se ha autolesionado. Mi amigo no está solo en su pregunta. Sin duda, las conversaciones sobre este tema son más frecuentes que hace unos años.
Basándonos en los datos, las autolesiones y los suicidios en personas jóvenes no son una novedad. El suicidio ha estado entre las primeras causas de muerte en personas de entre 15 y 24 años durante décadas. Hasta hace poco tiempo, la primera eran los accidentes de tránsito. En los últimos años, se han implementado una enorme cantidad de campañas de prevención de accidentes, y el esfuerzo ha valido la pena porque se ha cumplido el objetivo de reducir la mortalidad. No deja de parecer relevante que el punto fuerte de las campañas contra accidentes de tránsito sea el control de alcoholemia. Está claro que se ha conseguido prevenir que las personas jóvenes cojan el coche cuando se encuentran en estado de embriaguez. Aún quedan por conocer los motivos que llevaban a tantos de nuestros jóvenes a embriagarse al punto de poner su vida en riesgo. Ya me parece escuchar una réplica del tipo “son cosas de jóvenes”, pero ¿deben serlo, tan frecuentemente?
En paralelo a la reducción de las muertes por accidentes de tránsito en los últimos años, el suicidio ha subido posiciones en este amargo ranking. En el año 2020, el suicidio fue la principal causa de muerte en personas de entre 20 y 24 años, junto con los tumores (datos de defunciones según causa de muerte del Instituto Nacional de Estadística). Las autolesiones y los suicidios en jóvenes son una realidad global que afecta a las sociedades de todo el mundo. Más aún, más de la mitad de quienes tendrán una enfermedad mental en la vida adulta presentan los primeros síntomas antes de cumplir los 14 años, y más del 60% antes de los 25 años. Algo hay en esa etapa de la vida, repleta de cambios psicológicos, sociales y neurobiológicos, que nos hace susceptibles al sufrimiento emocional.
No hay una sola razón
Si esta etapa es así para todas las personas, ¿por qué solo algunas de ellas desarrollan problemas de salud mental? Intentar reducir la respuesta a una sola razón sería injusto, irreflexivo y llanamente falso. Aunque los problemas de salud mental han estado allí desde siempre, solo desde hace muy poco se habla abiertamente sobre ellos. Esto es una buena noticia porque indica que el prejuicio y el estigma empiezan a perder importancia frente a la realidad que viven tantas familias, tal vez la nuestra. Sin embargo, la investigación en salud mental ha estado siempre relegada por considerarse este tema poco frecuente e irrelevante para la mayoría. A día de hoy el conocimiento sobre la salud mental de adolescentes y jóvenes es lamentablemente escaso. Pero hay pistas importantes.
Cada vez más evidencia científica apunta a que la adolescencia es un período neurobiológicamente crítico. En general, los adultos podemos reconocer, si miramos atrás en nuestra propia línea de vida hacia esta etapa, la típica exposición a nuevas experiencias y emociones que a veces nos metían en líos. En términos neurocientíficos, se asocia este comportamiento con un período del desarrollo cerebral en donde se produce un refinamiento de las funciones cognitivas complejas, como aquellas involucradas en procesos de aprendizaje, incluido el social, y el control de la propia acción. La ciencia propone que la conducta de búsqueda de novedades en esta etapa de la vida permite que el cerebro se exponga a múltiples situaciones que son las que alimentarán los cambios estructurales y funcionales del desarrollo cerebral necesario para que la persona opere efectivamente en la sociedad donde vive. Desarrollo cerebral, interacción social y comportamiento dialogan entre sí de manera particularmente sincrónica en esta etapa de la vida.
En este contexto, pueden ocurrir una multiplicidad de eventos que aumenten el riesgo de tener síntomas de problemas de salud mental. Hay una parte atribuible a factores genéticos, aunque la importancia relativa de estos factores tiende cada vez más a verse como susceptibilidad y menos como destino. La parte no genética es igualmente compleja pero no inabarcable. Los factores durante la adolescencia son bastante predecibles dados los datos que tenemos para salud mental en adultos. Entre los tradicionalmente citados están la violencia interpersonal y situaciones traumáticas (incluyendo la que se produce en casa, en la escuela, en el barrio), aislamiento social y soledad, o la percepción de falta de apoyo emocional que en la adolescencia se puede traducir en supervisión familiar y relaciones con pares. Más recientemente, comenzamos a tener evidencia acerca del papel de la exposición a pantallas y la falta de actividad física como elementos claves que pueden ser perjudiciales en esta etapa de la vida.
Con esta evidencia, retomo la pregunta de mi amigo del inicio. Los problemas de salud mental y el suicidio son una realidad en personas jóvenes desde siempre, igual que los factores de riesgo. Pero es cierto que las tasas de conductas autolesivas y de suicidio han aumentado después de la pandemia, y han aumentado las tasas de ansiedad, depresión y problemas de conducta alimentaria en jóvenes. Muchas cosas han cambiado en esta era pospandemia que podrían explicar estos aumentos. Por ejemplo, antes de la pandemia, la probabilidad de exposición a experiencias de riesgo era desproporcionadamente más común en grupos minoritarios.
Durante el año 2020, familias que nunca se habían enfrentado a situaciones como el riesgo de exclusión o la incertidumbre respecto del futuro se vieron por primera vez expuestas. La pandemia ha cambiado el curso de las vidas de tantísimas personas de las que no se esperaba que tuvieran altas tasas de sedentarismo, violencias intrapersonales, o largas horas de exposición al discurso del miedo o comentarios sobre su imagen corporal en redes sociales. Las personas jóvenes están entre quienes más han sufrido estos cambios; los han atravesado en un momento de alta sincronicidad bio-psico-social.
A medida que vamos conociendo más acerca de la salud mental, se hace más evidente que no hay fórmulas matemáticas. Aun así, con la evidencia en la mano, queda claro que necesitamos un sistema de vigilancia epidemiológica en salud mental y sus factores de riesgo que nos permita anticiparnos a los cambios reales y tomar medidas preventivas por la salud mental de nuestros jóvenes. Debemos comenzar a reconocer, como sociedad, que la juventud está muy lejos de ser esa época de despreocupación e indiferencia que tendemos a banalizar. Los años que van entre la adolescencia y la juventud temprana son una etapa de desafíos a más de un nivel que conllevan estrés y tensiones necesarias para el desarrollo como agentes activos en nuestra sociedad. Atravesarla de manera saludable no depende solo de los jóvenes, sino de todo el colectivo de personas que hacemos esa comunidad.
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