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Por qué los fármacos adelgazantes no funcionan igual para todos: la frontera del hambre ansiosa

Un pequeño estudio asegura que la psicología del paciente puede limitar la efectividad de los medicamentos agonistas del GLP-1

Dos plumas de Ozempic, uno de los agonistas del GLP1 más populares.
Enrique Alpañés

La nueva generación de fármacos adelgazantes consigue reducciones de peso sorprendentes, de hasta el 24% en sus versiones más modernas. Pero al valorarlos, solemos centrarnos en los casos de éxito: en los hastas y no en los desdes. Pero no todo el mundo responde de la misma forma al tratamiento, y un reciente estudio puede haber señalado la razón. Un grupo de científicos monitoreó a 92 personas con diabetes en Japón durante su primer año de tratamiento con fármacos adelgazantes y descubrió que la psicología del paciente puede afectar el éxito de estas terapias. Las personas que comían en exceso al ver u oler comida sabrosa tenían más probabilidades de responder bien a los fármacos a largo plazo, mientras que quienes comían de más por motivos emocionales tenían menos probabilidades de hacerlo.

Este hallazgo podría ayudar a personalizar el tratamiento de pacientes futuros. “La evaluación de los patrones de conducta alimentaria ayudará a predecir quién se beneficiará más de la terapia con agonistas del receptor GLP-1 [como Ozempic]”, afirmó el profesor Daisuke Yabe, de la Universidad de Kioto, autor principal del artículo publicado en Frontiers in Clinical Diabetes and Healthcare.

En general, los participantes experimentaron una reducción estadísticamente significativa del peso corporal a lo largo del año. Sin embargo, se observaron algunas diferencias en los resultados según las conductas alimentarias. A los tres meses, los participantes reportaron menos conductas asociadas con la alimentación externa o emocional. Pero a los 12 meses, las conductas alimentarias emocionales volvieron a sus niveles iniciales.“Una posible explicación es que la alimentación emocional se ve influenciada por factores psicológicos que no son abordados por los agonistas del receptor GLP-1”, afirmó Yabe.

“El estudio tiene limitaciones”, señala Cristóbal Morales, endocrino del Hospital Vithas de Sevilla y ajeno a esta nueva investigación. “Es pequeño y no es un ensayo clínico, pues se basa en los datos que da el paciente. Pero lo que dice tiene sentido y viene a refrendar numerosos estudios similares”.

Un factor a destacar es que parte de la idea de las obesidades, en plural. Un grupo de investigadores liderado por Andrés J. Acosta, endocrino de la Clínica Mayo (EE UU), distinguió cuatro tipos. Entonces se propuso clasificar la obesidad no solo de forma numérica —con criterios que están científicamente cuestionados, como el IMC— sino por fenotipos que combinan rasgos fisiológicos y conductuales. Se empezó a hablar entonces de hambre emocional (“quienes buscan con la comida una recompensa dopaminérgica”, explica Morales), hambre cerebral (“la regulación hipotalámica de saciedad a veces está averiada”), intestino hambriento (“cuando no funciona bien la comunicación intestino-cerebro”) y gente con combustión lenta (que tiene un gasto de calorías en reposo muy bajo). “Lo que vemos en la clínica es que suele ser una mezcla, no conozco a nadie que tenga un fenotipo puro”, señala el experto. Pero esta clasificación puede ayudar a distinguir los causantes de una enfermedad compleja.

Combinar fármacos y psicoterapia

Los fármacos adelgazantes actúan sobre el apetito y los circuitos hedónicos, lo que puede reducir conductas alimentarias impulsivas. Sin embargo, si el comer emocional está ligado a trauma, depresión, ansiedad u otros problemas emocionales, el tratamiento ideal debería combinar farmacología y psicoterapia especializada. Es lo que concluía un metaanálisis de la Universidad de Staten Island (EE UU) realizado en personas con trastornos por atracón y bulimia nerviosa.

Otro estudio de la Universidad de Pisa (Italia) analizó a más de 300 candidatos a someterse a una cirugía bariátrica. Les hizo distintos test para ver en qué fenotipo podían encajar. Aquellos que puntuaron alto en la escala de comer emocional —es decir, aquellos que tenían hambre más ligada a las emociones—, demostraron tener muchas más posibilidades de volver a engordar tras la intervención. Los autores sugerían la necesidad de analizar la dimensión psicológica en estos pacientes.

A ello se dedica desde hace años Cinthya González García, psicóloga experta en alimentación y obesidad de Aure Psicólogos. “La pérdida de peso no depende solo de lo que ocurre en el cuerpo”, explica en un intercambio de mensajes. “La relación con la comida quizás sea el factor que menos se ha abordado médicamente, pero es clave en una pérdida de peso sostenible a largo plazo”. González valora positivamente el estudio, pues asegura que es muy similar a lo que ha visto ella en su consulta. “En mi experiencia con pacientes que se someten a cirugía bariátrica, la evolución es similar. Inicialmente, la cirugía ayuda a reducir peso a casi todas las personas. Sin embargo, quienes tienen una alimentación emocional, mantienen peor la pérdida de peso a largo plazo”.

Estrategias contra el efecto rebote

El tratamiento con fármacos adelgazantes tiene una adherencia relativamente baja. A pesar de que los expertos señalan que debería ser para toda la vida, más de la mitad de los pacientes lo abandona al año. Teniendo en cuenta estos datos, parece evidente que un tratamiento psicológico sería recomendable.

El manual de criterios de derivación a cirugía bariátrica, publicado por el Ministerio de Sanidad en 2016, establece que se debe descartar o tratar previamente trastornos de la conducta alimentaria. En muchos hospitales públicos y privados, se pide un informe psicológico antes de hacer esta intervención. El tratamiento con fármacos es mucho menos invasivo y no tiene los mismos riesgos que la cirugía. Sin embargo, las lecciones que se aprendieron en aquella experiencia, pueden aplicarse en esta. Tener en cuenta no solo la morfología, sino la psicología del paciente, puede marcar la diferencia. Un estudio del 2021 publicado en la revista científica Obesity, constató que el 79% de los pacientes con tratamiento guiado por fenotipo bajaron de peso, frente al 34 % en los que no se usó esa guía.

“Los fármacos agonistas de GLP-1 reducen el apetito físico, pero no el hambre emocional”, resume González. Esto puede derivar en una gran pérdida de peso inicial y un rebote a largo plazo, pues no se está actuando sobre la causa de la obesidad, solo se está poniendo una tirita, un dique momentáneo. “Si no se aborda la parte psicológica, al cabo de un tiempo o al dejar la medicación, los patrones emocionales reaparecen. En esos casos, aunque el cuerpo se sienta saciado, la mente sigue buscando en la comida una vía de alivio”, concluye este especialista.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar
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