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Por qué creer que estamos en forma nos ayuda a llevar una vida más saludable

Cada vez más estudios demuestran que el marco mental adecuado para mejorar nuestro estado físico no tiene por qué ajustarse a la verdad

Estar en forma
Las personas que se consideran más sedentarios que otras de su edad tienen un riesgo mayor de muerte prematura que los que se perciben a sí mismos como más activos.Mònica Torres
Karelia Vázquez

El autoengaño, los sesgos de confirmación, ver lo que queremos ver, y escuchar solo lo que nos conviene son maneras de huir de la realidad. No es una práctica recomendable, excepto en una circunstancia, la única donde sí parece funcionar la distorsión cognitiva: la autopercepción sobre nuestra actividad física. Cada vez más estudios demuestran que el marco mental adecuado para mejorar nuestro estado físico no tiene por qué ajustarse a la verdad.

Es decir, si usted es sedentario y está convencido de que no puede ser otra cosa, probablemente no hará ni el intento de cambiar. Se resignará a su destino de persona lenta, sin nervio y sin tono muscular. Lo resume así José Carrascosa, psicólogo del deporte: “Uno tiende a cumplir sus propias expectativas. Decirse a uno mismo: ‘nunca he hecho ejercicio’ o ‘no voy a andar porque me canso enseguida’ es entrar en un bucle de pensamientos autolimitantes”. El trabajo de Carrascosa es justo cambiar ese marco mental. Y nadie le exige ajustarse cien por cien a la realidad.

Las investigaciones de Ciencias del Deporte han encontrado un beneficio inesperado en los dispositivos que registran constantes vitales como los pasos diarios y las horas de sueño. Cuando el usuario cree que tiene una vida muy sedentaria y el dispositivo lo desmiente con sus métricas, esa persona recupera autoestima y mejora sus datos de salud. Se demostró en un estudio reciente donde varias personas cambiaron la percepción que tenían de su calidad de vida después que un dispositivo registrara su actividad física.

En la investigación, 162 adultos que jamás habían contado sus pasos diarios permitieron que un dispositivo electrónico los monitorease durante cuatro semanas. A un primer grupo se le dio un reloj que inflaba la contabilidad y que, por ejemplo, le hacía creer a sus usuarios que habían andado 9.800 pasos cuando en realidad solo habían dado 7.000 pasos reales. Al segundo grupo le entregaron un dispositivo que hacía todo lo contrario: reducía sus pasos un 40%, haciendo pensar que andaban unos 4.200 pasos diarios a quienes hubiesen dado esos mismos 7.000 pasos reales. A los otros dos grupos del estudio se les entregaron relojes que no mentían y que contaban exactamente los pasos reales.

Al final del ensayo, todos los que creían que habían alcanzado los 7.000 pasos diarios, fuera cierto o no, tenían una mejor autoestima. Cuando comenzaron a medir su actividad, habían empezado también a cuidar la alimentación y consumían menos alimentos ricos en grasas. Su forma física había mejorado aun cuando su actividad seguía siendo la misma. El único cambio sustancial registrado por los investigadores fue el marco mental, sentían que estaban haciendo “suficiente” ejercicio, que sus niveles de actividad física habían mejorado y, por tanto, ellos estaban más sanos. Y esto funcionaba como un efecto placebo.

En cambio, los que solo habían llegado a los 4.000 pasos (recordemos que llevaban un reloj trucado) estaban tristes, hundidos en la miseria. Mostraban una autoestima baja, un estado de ánimo cercano a la depresión, comían peor y registraban pequeños aumentos de la frecuencia cardiaca y la tensión arterial en reposo. Todo ello a pesar de que su conteo de pasos era exactamente igual que el del resto de los grupos, pero ellos no lo sabían. Así que este grupo se resignó a su destino de seres lentos, sedentarios y de salud precaria.

Un conocido estudio de 2007, firmado por Alia Crum, directora del Mind & Body Lab de la Universidad de Stanford, ya había explorado el impacto que tenía sobre la salud la mera creencia de llevar una vida activa. El experimento reclutó a 84 camareras de hotel que se creían sedentarias, y argumentaban que su trabajo nunca les permitiría sacar tiempo libre para ir a un gimnasio y mejorar su salud. Crum y su equipo hicieron ver a estas mujeres que eran “bastante activas”. Les demostraron con estadísticas que sus tareas laborales como cambiar la ropa de cama, pasar la aspiradora, o levantar objetos excedían la actividad física diaria recomendada por las autoridades sanitarias, pero ellas lo desconocían. Un mes después, las mediciones del estudio demostraron que su grasa corporal y su presión arterial habían disminuido, aunque en sus vidas todo seguía igual, excepto la idea que tenían de sí mismas y de su gasto calórico.

Este mismo equipo de la Universidad de Stanford demostró en otro trabajo que los hombres y las mujeres que se consideraban más sedentarios que otras personas de su edad tenían un riesgo mayor de muerte prematura que los que se percibían a sí mismos como más activos, independientemente de ambas percepciones fueran o no ciertas. Los autores de estos trabajos aclaran que las mejoras en los indicadores de salud son pequeñas, por lo que no se puede considerar que cambiar el marco mental sea suficiente o pueda sustituir al ejercicio, aunque sí les parece relevante que solo con un cambio de percepción se pueda generar un cambio de actitud favorable a la vida activa.

Estos autores recomiendan coger papel y lápiz y anotar nuestra actividad física: si andamos, si subimos las escaleras, si vamos al gimnasio o sacamos al perro. Debemos ser exhaustivos con las horas y los minutos. En esta lista deben incluirse algunas tareas domésticas que normalmente no se consideran ejercicio físico. Se trata de obtener una foto lo más exacta posible de nuestra actividad física antes de colocarnos la pesada etiqueta de sedentarios.

“Es un pensamiento autolimitante, que también puede ser cambiado y sustituido por otras ideas”, indica Carrascosa, que asegura que no es tan “difícil” conseguirlo, aunque él no se apunta a la estrategia del autoengaño, excepto si sirve como motivación. “Si alguien quiere ser una persona activa no le bastará con pensar que lo es, tendrá que diseñar un plan gradual de actividad física que le deje sensación de cansancio, pero no de agotamiento, y que vaya aumentando en tiempo y en ritmo”. Pero antes o después tendrá que dejar de pensar que es un negado, un paquete, que se lesiona, que el deporte no está hecho para él. Las afirmaciones rotundas sobre nosotros mismos funcionan como una profecía autocumplida. “El pensamiento negativo más difícil de desactivar, confirma el psicólogo, es el inocente, pero rotundo, ‘Yo soy así’”.

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Sobre la firma

Karelia Vázquez
Escribe desde 2002 en El País Semanal, el suplemento Ideas y la secciones de Tecnología y Salud. Ganadora de una beca internacional J.S. Knigt de la Universidad de Stanford para investigar los nexos entre tecnología y filosofía y los cambios sociales que genera internet. Autora del ensayo 'Aquí sí hay brotes verdes: Españoles en Palo Alto'.

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