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Rompiendo el silencio del aborto espontáneo: “Me sentí una fracasada, como si fuera mi culpa”

La pérdida de un bebé antes del parto sucede en alrededor del 20% de los embarazos. Las mujeres que lo viven tienden a culpabilizarse y multiplican por dos las posibilidades de sufrir depresión y ansiedad

Susana, izquierda, y Amaya, dos mujeres que sufrieron abortos espontáneos, posan en la plaza de España, en Madrid.
Susana, izquierda, y Amaya, dos mujeres que sufrieron abortos espontáneos, posan en la plaza de España, en Madrid.Andrea Comas
Enrique Alpañés

El verano pasado, en una calurosa tarde de agosto, Susana Thakur, de 38 años, y Amaya (que prefiere no dar su apellido), de 39, bailaron, bebieron y celebraron en la boda de un amigo. Ninguna de las dos lo sabía entonces, pero ambas estaban embarazadas. Meses más tarde, cuando sus respectivos médicos les anunciaron, con un par de semanas de diferencia, que habían sufrido un aborto, las dos echaron la vista atrás, a esa noche, y se preguntaron si quizá habían hecho algo mal: si habían bebido una copa de más, saltado demasiado fuerte. Igual fue aquel canapé de jamón o el queso sin pasteurizar. Sabían que era una actitud masoquista, pero desconocían hasta qué punto era una actitud común.

Según un estudio del Colegio Estadounidense de Obstetras y Ginecólogos, las mujeres que sufren un aborto espontáneo tienden a culpabilizarse, lo que les hace sentirse aisladas y solas. Al sufrirlo, se multiplican por dos las posibilidades de sufrir depresión y ansiedad y por cuatro el riesgo de suicidio.

Después de buscar culpas en el pasado reciente, Amaya y Susana rebobinaron aún más atrás. Se cuestionaron toda su vida y se hundieron en la depresión. “Pensé que ya era demasiado tarde, que no tenía que haber esperado tanto tiempo a quedarme embarazada”, explica Amaya, que no da su apellido por miedo a que le penalice en la búsqueda de empleo. “Me sentí una fracasada, como si fuera mi culpa”, apunta Susana. Estas dos madrileñas de clase media y vida media se conocen desde hace 15 años. Se consideran amigas. Pero no se contaron por lo que estaban pasando. Durante meses se vieron, se preguntaron “¿qué tal?”, y se respondieron que “bien, gracias, ¿y tú?”. Sonrieron y hablaron de fruslerías mientras estaban rotas por dentro.

Cada año se producen 23 millones de abortos espontáneos en todo el mundo, lo que equivale a 44 pérdidas de embarazos cada minuto. Sucede constantemente y, sin embargo, parece que no suceda nunca. Entre el 15% y el 25% de los embarazos reconocidos clínicamente acaban en pérdida. “Cuando el médico me comentó estos datos, me quedé de piedra”, explica Susana en conversación telefónica. “No pensé que esto le pasara más que a un 0,5%. Y, la verdad, jamás me planteé que me pudiera pasar a mí”, reconoce.

Susana creía que el aborto espontáneo era una trágica excepción. Cuando le sucedió a ella se empezó a convertir en una posibilidad: una entre cuatro. A Amaya le sucedió lo mismo. Al compartir su experiencia salieron a flote otras historias similares. Llevaban años sumergidas en su entorno social, como minas en un mar en calma. “Es alucinante la cantidad de casos que hay a tu alrededor, la cantidad de gente que pasa por esto y no lo cuenta”, reflexiona con un té en la mano y un trauma todavía reciente.

El del aborto espontáneo es un club secreto al que nadie quiere pertenecer. Y solo al ingresar una se da cuenta de cuán grande es. “Hay una especie de mandato social que te empuja a no contarlo”, explica en conversación telefónica la psicóloga especializada en duelo perinatal Pilar Gómez-Ulla. “Parte de la idea de que, si lo pierdes, mejor no haber montado mucho espectáculo, mejor no haberlo dicho. Pero eso también significa que, en ese caso, estás sola”, añade la experta.

El silencio en torno a los primeros meses de embarazo se ha codificado en las recomendaciones médicas y la sabiduría popular. Toda mujer sabe que no deberá hablar de su embarazo abiertamente hasta que no pasen las primeras 12 semanas. Esto tiene un beneficio claro. Amaya explica que cuando supo de su aborto, tuvo que desandar un camino difícil y penoso: “Es muy duro, llamar a quien le habías dado una buena noticia para decir que no, que es mala. Te sientes gilipollas y sabes que la otra persona va a sentir pena por ti e igual vais a estar hablando media hora de lo duro que es todo. Ahí es cuando dices ‘vale, entiendo perfectamente por qué la gente no lo dice”.

Pero este no es el único motivo que ayuda a mantener un silencio lleno de matices. Hablar del aborto es difícil. Es duro. El final sangriento e inoportuno de un embarazo se sitúa en la intersección de tres temas incómodos: el sexo, la muerte y la regla. Esta incomodidad elimina la conversación y fomenta el aislamiento de quien lo sufre, su estigmatización. Cubre con un velo de misterio un tema del que ya de partida se sabe muy poco.

Los médicos suelen explicar, lo hicieron con Amaya y Susana, que el aborto sucede sin más. Durante los primeros meses del embarazo, en la división y duplicación cromosómica, se pueden producir errores genéticos, que a veces son incompatibles con la vida y provocan abortos espontáneos. La mayoría de estos errores son aleatorios, de origen desconocido.

Al 71% de las mujeres que sufren un aborto no se les da un motivo, según una encuesta realizada en 2019 por la ONG Tommy’s. La mayoría salen de la consulta desorientadas, sin entender qué ha pasado ni por qué a ellas. Sin respuestas, muchas acaban navegando a la deriva en un mar de recomendaciones en foros y libros pseudocientíficos que prometen fórmulas para mejorar la calidad de los óvulos. Acudiendo a las consultas de médicos privados, nutricionistas y herbolarios. Hay pensadoras como Linda L. Layne, autora del ensayo Rompiendo el silencio: una agenda para un discurso feminista sobre la pérdida del embarazo (JSOTR, en inglés), que defienden la necesidad de iniciar un debate público y sincero del aborto como una forma de empoderamiento feminista.

Aborto espontaneo
Susana, a la izquierda, y Amaya, son amigas desde hace 15 años.Andrea Comas

Pero Gómez-Ulla opina que hay que matizar esta idea y no forzar a las mujeres a compartir siempre sus embarazos y sus abortos: “Lo importante es fomentar un clima en el que pudiésemos tomar estas decisiones más libremente”. Y este clima se está construyendo poco a poco. En 2009, ella misma sufrió un aborto en el primer trimestre de embarazo. Antes, había sufrido la muerte de dos bebés que nacieron prematuros. Desde entonces, admite, el cambio ha sido enorme: “Enorme en cuanto a la atención sanitaria, enorme en cuanto a la visibilidad que tiene el tema en medios de comunicación, en películas, en series, en libros. Hay montones de mujeres compartiendo sus experiencias”. Pero aún queda camino por recorrer.

Hablar de ello en la esfera pública tiene un reflejo en la privada. Según un estudio de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Boston, la conversación en Twitter sobre el aborto espontáneo ha aumentado en los últimos años. El estudio analizó la forma en la que las mujeres hablan del aborto espontáneo en la red, buscando comunidad. Y descubrió que las revelaciones de famosas como Michelle Obama, compartiendo su propia historia personal, animaban a otras personas a hacer lo mismo. Y destacó el papel de las celebridades en este tema: “La divulgación de experiencias de aborto espontáneo por parte de famosas llevó a que otras mujeres que habían tenido experiencias similares las divulgaran”, explica por email Kadija Ferryman, una de las autoras del estudio. “Por ejemplo, la revelación del aborto espontáneo de Michelle Obama generó más de 3.000 tuits”.

Los años de maternidad coinciden con los años en los que una está intentando crecer como una loca, establecerse en el trabajo, luchar contra la precariedad, acceder a la vivienda…
Pilar Gómez-Ulla, psicóloga

Esto ayuda, según Gómez-Ulla, a gestionar mejor el duelo. “Este es un proceso que necesitas hacer en diálogo”, explica. Si a tu alrededor no hay otro para dialogar, es un duelo que no se termina de elaborar. “Y ese otro es, en primer lugar, tu pareja, tus amigos más cercanos, tus compañeros de trabajo… Pero también es la sociedad en la que vives, el sistema político y las leyes”. El pasado mes de marzo, la ley del aborto incluyó un permiso retribuido para las mujeres que sufran un aborto, sea este inducido o espontáneo, sin establecer una horquilla temporal. Anteriormente, solo lo tenían quienes hubieran sufrido un aborto espontáneo a partir de los 180 días de gestación.

Uno de los posibles motivos por los que se habla más del tema es que, simplemente, sucede más. El riesgo de aborto espontáneo es del 12% para las mujeres de 20 a 29 años y aumenta con la edad hasta rozar el 65% en las mujeres de más de 45 años. La maternidad en España se ha ido postergando hasta los 31,5 años de media para el primer embarazo. Es una cuestión de números.

Esto hace que muchas mujeres tiendan a culparse cuando su embarazo se malogra, señalando su edad como un factor clave. “Este es un tema importante”, aborda la psicóloga. “Porque yo pongo en duda que esta sea una decisión individual. Es una deriva colectiva. Hay una sociedad entera que está configurada de una manera que ha hecho que la maternidad se vaya retrasando. Los años de maternidad coinciden con los años en los que una está intentando crecer como una loca, establecerse en el trabajo, luchar contra la precariedad, acceder a la vivienda…”.

“Un test de embarazo positivo, no significa necesariamente que vayas a tener un hijo”
Susana, sufrió un aborto espontáneo

Este análisis coincide con lo que hace Susana, que solo en los últimos años de la treintena ha encontrado la estabilidad económica y sentimental para emprender este proyecto. Amaya no tiene ni lo uno ni lo otro, pero el reloj biológico, pasados los 35, funciona más bien como una cuenta atrás. Ha sido ahora cuando ambas se han dado cuenta de las complicaciones que conlleva este proceso. “Un test de embarazo positivo no significa necesariamente que vayas a tener un hijo”, explica Susana. “No es solo la fotito de Instagram anunciando que estás embarazada, es un proceso largo que no siempre sale bien”, añade.

Asumirlo es difícil, pero se lleva mejor en compañía. Después de seis meses, Susana dio el primer paso. Le envió un audio de WhatsApp a Amaya que desembocó en una conversación dura y sanadora. “Creo que compartir tu experiencia ayuda, aunque sea traumático y doloroso. Te hace darte cuenta de que no estás sola”, explica Susana. “Yo al final decidí hablarlo abiertamente, incluso con gente que en su momento no supo de mi embarazo. Porque pienso que mi historia puede ayudar a otras mujeres si les pasa lo mismo” asegura. Y añade: “Que si hablamos más abiertamente de los temas dolorosos, si nos lo decimos unas mujeres a otras, va a haber mucho más apoyo. Se va a normalizar más”.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar

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