Los del pasaporte de inmunidad, pasen por aquí
Cuando la tecnología lo permita, una señal electrónica distinguirá a los nuevos ciudadanos de primera. Lo que pasó en la Nueva Orleans esclavista da alguna lección.
En el siglo XIX, la fiebre amarilla asoló Nueva Orleans y causó al menos 150.000 muertos. La mitad de los infectados moría de forma muy penosa, la otra mitad quedaba inmune. Lo ha recordado la historiadora Kathryn Olivarius en The New York Times: en aquella sociedad esclavista, los negros “aclimatados” valían un 50% más que los demás, y eran muy demandados por sus explotadores. Sin embargo, los blancos “no aclimatados” perdían sus empleos y se empobrecían. “Si eras blanco, tu estado de inmunidad afectaba a dónde vivías, cuánto ganabas, si te daban un crédito y con quién te podías casar”, cuenta. No pasó mucho tiempo hasta que los inmigrantes blancos empezaron a buscar el contagio deliberado. El ascensor social era jugarse la vida a cara o cruz.
Imaginemos a nuestra población dividida en dos grupos: los que tienen el pasaporte de inmunidad al Covid-19 y los que no. Los primeros pueden moverse libremente y trabajar sin ni siquiera mascarilla, y los empresarios se los rifan. La señal electrónica en su móvil abre todas las puertas. Los que no tienen ese pasaporte siguen obligados al distanciamiento físico hasta quién sabe cuándo. Los expertos ven cercano este escenario. En China se usa una app que, verde, amarillo o rojo, abre o cierra la entrada a comercios, oficinas o aeropuertos. Noruega o Australia rastrean los móviles para alertar de contactos con contagiados. Esos modelos no se basan en la inmunidad porque este concepto es dudoso: los científicos no están seguros de que haber pasado la enfermedad impida una nueva infección. La OMS dice que no se fía, pero países como EE UU, Alemania o el Reino Unido se interesan ahora por el pasaporte de inmunidad. También grandes empresas sueñan con ese instrumento, que permitiría poner en marcha a una fuerza laboral (y consumidora) sin restricciones. Los elegidos.
Lo que hoy frena este pasaporte son las reservas de la ciencia; es solo cuestión de tiempo. La tecnología que falta es biosanitaria: test fiables al 100% y saber más del riesgo de recontagio; controlar su aplicación de forma electrónica es pan comido. Total, las garantías de privacidad ya están siendo pisoteadas por doquier. El peligro es que cuantos más privilegios otorgue el pasaporte, más gente lo anhelará. Se crea un incentivo para enfermar y saltar al otro grupo. Algunos se apuntan a la ruleta rusa si el premio es jugoso.
Concluye Kathryn Olivarius que la fiebre amarilla exacerbó el esclavismo, el clasismo y el sexismo que ya existían en Nueva Orleans. Ay, la desigualdad, asignatura pendiente que vamos a suspender otra vez. Ya tenemos bastantes fracturas en nuestra sociedad: acomodados y precarios, conectados y desconectados, los del teletrabajo y los del ERTE, con papeles y sin papeles. Solo faltaba la de los “aclimatados” y los “no aclimatados”. En cuanto todo esto pase, habrá que reparar el ascensor social.
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