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Alfredo González Ruibal, premio nacional de ensayo: “Las fosas comunes son testimonio del más profundo fracaso humano”

El arqueólogo gallego ha recibido el reconocimiento por ‘Tierra Arrasada’, un recorrido por la violencia desde el Paleolítico hasta hoy

Alfredo Gómez Ruibal
Alfredo González Ruibal fotografiado en un búnker en el Parque del Oeste, en Madrid.Santi Burgos

Alfredo González Ruibal (Santiago de Compostela, 48 años) ha escrito una historia de la violencia para decirnos que, en realidad, somos una especie bastante pacífica. La buena noticia de Tierra Arrasada (Crítica, 2024), galardonada con el Premio Nacional de Ensayo de este año, es que, aunque dedica más de 400 páginas a relatar guerras, masacres, torturas y decapitaciones, esto ocuparía, en extensión, mucho menos espacio que una historia de la paz. “Es normal que ciertos episodios de violencia extrema llamen nuestra atención, pero la realidad es que los seres humanos hemos sido capaces de controlar la violencia excesiva de forma exitosa a lo largo de periodos muy largos de tiempo”, dice a EL PAÍS en una cafetería cercana a la Ciudad Universitaria de Madrid.

Ruibal es arqueólogo en el Instituto de Ciencias del Patrimonio del CSIC y está especializado en el estudio del conflicto. Ha realizado trabajo de campo en Italia, Brasil, Sudán, Guinea Ecuatorial, Etiopía, Somalia, India y Yibuti. Tierra arrasada es una historia de la violencia a través de los restos materiales arqueológicos, donde los protagonistas son hombres, mujeres, ancianos y niños, antes que generales, políticos, divisiones o gobiernos. Como la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich, Ruibal no ha querido “escribir sobre la guerra, sino sobre seres humanos en guerra”. Buscaba crear “un libro que haga repulsiva la mera idea de la guerra”. Y parece que lo ha conseguido.

Pregunta: El libro empieza desmontando el cliché de que la prehistoria es el periodo más brutal de la historia humana.

Respuesta: Es una tesis que se ha defendido en libros muy famosos como Los Ángeles que llevamos dentro, de Steven Pinker. Uno de los problemas con estos estudios es que el material etnográfico utilizado para demostrar que las sociedades estatales complejas tienden a controlar la violencia está muy influido por las condiciones históricas en que se recopiló.

P: ¿En qué sentido?

R: Mucha de la documentación que tenemos de sociedades tribales modernas está condicionada por el impacto del colonialismo o con las depredaciones del capitalismo. Pensar que los yanomamö [grupo indígena que habita en las selvas tropicales de la Amazonía] son una cultura inherentemente violenta porque, cuando se les estudió en los sesenta y setenta, mostraban comportamientos violentos, no tiene en cuenta que en esos momentos estaban siendo explotados, masacrados y vivían en un contexto de desestructuración social. No sabemos cómo funcionaban esas culturas antes de tener contacto con sociedades esclavistas o con el capitalismo.

P: ¿Qué tipo de violencia existía entre los primeros grupos humanos?

R: El conflicto era de baja intensidad, no había nada parecido a lo que hoy entendemos por batallas. Había violencia colectiva que involucraba a distintos grupos y, en momentos específicos, podía escalar a formas extremas, como masacres que afectaban a toda una comunidad. Ahí están los ejemplos de Jebel Sahaba o Nataruk, en África. Sin embargo, estos eventos eran puntuales y afectaban a comunidades pequeñas, no existía la idea de exterminar a un grupo entero, como en un genocidio. Lo más habitual era que el conflicto tomara la forma de razias: atacar al vecino, matar a dos o tres personas, robar sus posesiones y luego enfrentar la venganza de ese vecino.

P: Las masacres en el Paleolítico eran excepcionales. ¿Se vivía mejor en la época de cazadores-recolectores?

R: En otros periodos de la prehistoria, es difícil determinar si la vida era mejor o peor que en la actualidad. Sin embargo, la vida de los cazadores-recolectores era bastante buena, la verdad. Numerosos estudios recientes indican que su salud era excelente, su alimentación mejor que la nuestra y que, una vez superada la alta mortalidad infantil, su esperanza de vida no difería significativamente de la del ser humano moderno.

Alfredo González Ruibal fotografiado en un búnker en el Parque del Oeste, en Madrid.
Alfredo González Ruibal fotografiado en un búnker en el Parque del Oeste, en Madrid. Santi Burgos

P: Usted deifiende que la aparición del pensamiento simbólico fue fundamental para el desarrollo de la violencia.

R: Es probable que la violencia organizada haya surgido al mismo tiempo que otros comportamientos característicos de los seres humanos modernos, como la decoración corporal, hace unos ciento cincuenta mil años. Además, es muy posible que esto se deba a que los humanos anatómicamente modernos tienen una mayor capacidad para el pensamiento simbólico, pueden comunicar mensajes complejos a través del lenguaje y sus formas de sociabilidad y cooperación son más sofisticadas.

P: ¿Qué implica esto en cuanto a la violencia?

R: La cooperación puede utilizarse tanto para objetivos pacíficos como violentos: por ejemplo, pintar en Altamira o organizar una razia. Niveles más altos de pensamiento simbólico también implican un mayor desarrollo de la identidad colectiva, y pocas cosas han causado tantos muertos a lo largo de la historia como la noción de pertenencia a un determinado grupo.

P: Es de suponer que en esta época también nacen las grandes rivalidades entre grupos.

R: Transmitir de generación en generación que los vecinos son nuestros enemigos requiere el desarrollo del lenguaje, fundamental tanto para organizarse en la guerra como para la paz. Los rituales de resolución de conflictos son muy importantes en todas las sociedades tradicionales y, a veces, muy complejos y elaborados. Esto requiere una habilidad cognitiva que seguramente no poseían los presapiens.

P: Está bien documentado que la forma en que se cometen las muertes a menudo busca dejar una impresión duradera.

R: Existen métodos de violencia que son altamente efectivos para dejar una marca en la memoria colectiva y disciplinar a la sociedad. Por ejemplo, en España, la Guerra Civil dejó un legado de miedo que persistió durante décadas, impidiendo que las personas hablaran o se manifestaran políticamente sobre los asesinatos ocurridos hace 80 años. Este fenómeno también se observa en contextos prehistóricos. En el suroeste de Estados Unidos, a comienzos del primer y segundo milenio d.C., se registraron formas de violencia extrema como descuartizamientos, torturas y canibalismo.

P: ¿Qué significan las fosas comunes para el ser humano?

R: Las fosas comunes son quizás el mayor testimonio del más profundo fracaso humano y de la ruptura de la convivencia. En una fosa común no solo se evidencia un asesinato, sino que, como gesto simbólico, representa algo terrible: se elimina la memoria de las víctimas, impidiendo que sean recordadas como individuos y no simplemente como una masa amorfa. De hecho, las fosas comunes se han utilizado como un mecanismo para borrar la memoria desde el Neolítico, y no parece que la situación esté mejorando.

P: Otra cosa que sorprende en el libro es leer que, al igual que la guerra, la decapitación es una invención cultural.

R: Tiene un componente cultural y simbólico muy importante. Muchas sociedades consideran que nuestra cabeza y nuestro rostro es nuestra interfaz con el mundo, la manera en que nos relacionamos con los demás a través de la gestualidad, entre otras cosas. Arrancar la cabeza al enemigo es una forma de arrancarle el alma, de arrebatarle su identidad. Esta costumbre de decapitar cabezas aparece en lugares tan distintos como la Edad del Hierro europea y los Illongotes de Filipinas hasta el siglo XX.

Alfredo González Ruibal, premio nacional de ensayo de este año, fotografiado en un búnker en el Parque del Oeste.
Alfredo González Ruibal, premio nacional de ensayo de este año, fotografiado en un búnker en el Parque del Oeste. Santi Burgos

P: ¿Cuál es la relación entre violencia y masculinidad?

R: Están estrechamente relacionadas. En Europa, por ejemplo, la expansión de los indoeuropeos trajo consigo una cultura material y principios culturales centrados en la violencia y la guerra. Además, se desarrolló una cultura muy androcéntrica. Esto se refleja en las lenguas que distinguen entre masculino y femenino, considerando el masculino como género neutro. La relación entre androcentrismo, patriarcado y violencia es muy clara.

P: ¿Por qué se impone este tipo de cultura?

R: Existen lugares donde esto no sucede. No sucede en Siberia, en las tribus de cazadores-recolectores del Amazonas, ni en muchas sociedades matrilineales del oeste de África. Hay numerosas excepciones. Sin embargo, solemos enfocarnos en una historia lineal que va de sociedades más simples a más complejas, de tribus y bandas a estados, dando la impresión de que este proceso es universal. En realidad, existe una enorme diversidad, y la pérdida de esta diversidad es muy reciente.

P: Algo que uno averigua leyendo Tierra Arrasada es que no se mata a los hombres igual que a las mujeres.

R: Eso fue una de las cosas que me sorprendió al escribir el libro: es un patrón casi universal. Se observa en contextos muy diferentes, incluso en la prehistoria. La violencia contra los hombres suele ser de tipo militar, como muertes en combate o ejecuciones. En cambio, en situaciones de conflicto, la violencia contra las mujeres tiende a ser ensañada, con cuerpos despedazados o torturados. Este fenómeno persiste hasta hoy; por ejemplo, la violación sigue siendo un arma de guerra. En la última guerra en Etiopía, se violaron a 200.000 mujeres.

P: Ha escrito un libro en el que recoge todos los horrores producidos a lo largo de la humanidad para demostrar que, en realidad, el ser humano es una especie pacífica.

R: La idea principal del libro no era narrar una historia de la violencia con mayúsculas, sino escribir una historia que permitiera empatizar con las víctimas de la violencia. Sin embargo, al contar estas historias a escala global, uno llega a la conclusión de que nos dejamos llevar por episodios de violencia extrema. Aunque es normal que estos episodios llamen nuestra atención, tienen el problema de ofrecer una visión algo distorsionada y pesimista del ser humano.

P: ¿Es posible imaginar un futuro en el que no exista la guerra?

R: De hecho, ese futuro utópico ya ha existido. Así como surgió la guerra, podría desaparecer.

P: ¿Cuál es el camino?

R: Es crucial identificar los mecanismos culturales que evitan que nos matemos y que, en caso de conflicto, no recurramos a formas aberrantes y descontroladas de violencia. El caso de Europa tras la Segunda Guerra Mundial es un ejemplo exitoso de cómo implementar medidas sociales, económicas y culturales para prevenir la violencia. Un elemento que suele funcionar muy bien, y que sería importante recordar en la actualidad, es la redistribución de la renta y la promoción de la igualdad. A menudo se piensa que la pobreza y la escasez son las principales causas de la violencia y los conflictos, pero en realidad, lo determinante es cómo se distribuyen los recursos, la redistribución equitativa de los recursos.

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