“Esto es la guerra”: el drama de las mujeres violadas repetidamente por pandilleros en Haití
La violación se ha convertido en un arma de guerra de las pandillas para luchar contra sus rivales y controlar las comunidades y el territorio. Tres supervivientes dan su testimonio
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En Haití, la violación se ha convertido en un arma de guerra de las pandillas. Las horas y los días posteriores a una violación pueden ser decisivos para el futuro de las mujeres y las niñas, pero la mayoría de las supervivientes se enfrentan a innumerables obstáculos antes de poder empezar a recuperarse física y mentalmente. Y eso si no vuelven a ser violadas por segunda o tercera vez.
La organización independiente The New Humanitarian se reunió con tres supervivientes de Cité Soleil, un barrio de viviendas precarias situado en las afueras de la capital, que está totalmente controlado por las pandillas. Por razones de seguridad, sus nombres se han cambiado, pero estos testimonios que reproduce EL PAÍS a continuación, son representativos de las experiencias de un número incalculable de mujeres que, como ellas, se enfrentan cada día a dificultades y peligros extremos para poder sobrevivir y mantener con vida a sus hijos.
(El encuentro con las tres mujeres se organizó a través del grupo feminista haitiano Nègès Mawon. Los siguientes testimonios, publicados originalmente por The New Humanitarian, se han traducido y editado por motivos de extensión y claridad).
Kari: “No recibimos ayuda. Esto es la guerra”
Kari, una mujer de 39 años que reside en Cité Soleil, ya había perdido a su bebé y a su marido por la violencia de las pandillas antes de ser violada y luego secuestrada. Durante su cautiverio, fue golpeada y violada repetidamente durante tres días antes de que la dejaran desnuda en la calle. No cree que sirva de nada denunciar los hechos a la policía. Kari, que lucha por recuperarse psicológica y físicamente de una infección provocada por las violaciones, intenta cuidar de sus cinco hijos ella sola. No ha recibido ninguna ayuda, salvo algunos alimentos de un sacerdote local y apoyo de una organización comunitaria de mujeres.
Lea el testimonio de Kari completo aquí:
Los últimos años de Kari han sido una suma de tragedias. En 2020, perdió a su bebé por una bala perdida. Menos de un año después, en junio de 2021, su marido fue tiroteado por unos delincuentes mientras pescaba en su canoa. La mujer aún intentaba recuperarse de estos acontecimientos trágicos cuando se desencadenaron los sangrientos acontecimientos de julio de 2022.
Ese mes, diez días de intensos enfrentamientos entre pandillas en el barrio costero de viviendas precarias dejaron casi 500 heridos, desaparecidos y muertos. Se registraron múltiples agresiones sexuales y 3.000 personas huyeron de sus hogares, entre ellas, Kari y cuatro de sus hijos.
“Empecé a malvivir el 8 de julio de 2022. [Los pandilleros] quemaron mi casa y me agredieron. A mí no me violaron, pero violaron a una joven que vivía en la misma vivienda. Perdí todos mis documentos importantes”, explica. Desde la muerte de su marido, Kari apenas podía cubrir las necesidades de sus hijos. Ganaba dinero vendiendo algunos productos como pescado, arroz y gambas secas, pero los ataques del 20 de julio de 2022 la dejaron sin nada. Sin recursos, huyó del barrio con un grupo de gente. Para ello, tuvieron que cruzar una zona llamada dèyè mi (que en creole significa “tras el muro”), que tiene fama por ser la frontera entre el territorio de dos pandillas. También es la única vía de entrada y salida de Brooklyn, el barrio de Cité Soleil en el que vivía.
“Mientras caminaba por dèyè mi con otras personas porque no había transporte público, unos hombres de la zona nos asaltaron y nos violaron”, explica. “También me dispararon y todavía no se me ha curado del todo la pierna. Cuando llueve, siento un dolor atroz”.
Kari vivió durante algún tiempo en la Plaza Hugo Chávez, una plaza pública en el centro de Puerto Príncipe, donde miles de haitianos que huían de la violencia se habían instalado en un campamento improvisado. Había conseguido sacar algunas cosas de su casa para venderlas, pero la precariedad de su situación la empujó a marcharse a la República Dominicana con sus dos hijos menores, de 17 y 11 años. No duró mucho en el país vecino, ya que sus hijos no podían acceder a una escolarización digna allí. Al cabo de tres meses, regresaron a Puerto Príncipe.
De regreso en Haití, volvió a comerciar, como hacen muchas mujeres para sobrevivir. El martes 14 de marzo, subió a un autobús con otras 16 mujeres con las que solía vender productos. Se dirigían a Arcahaie, una ciudad situada a 40 kilómetros al noroeste de la capital. Viajar fuera de Cité Soleil no es seguro, pero Kari tampoco tenía elección. El negocio había empezado a flojear y había pedido prestados el equivalente a 140 dólares, de los que solo consiguió devolver 18.
“Cuando estaba yendo a Arcahaie, al llegar a Source Matelas —un barrio al norte de la capital donde ha habido varias redadas violentas de pandillas en los últimos meses—, unas personas pararon el autobús en el que iba y nos ordenaron que nos bajáramos y siguiéramos un cortejo fúnebre”, explica Kari. Después del funeral, ella y otras mujeres fueron secuestradas por los hombres que las habían obligado a bajar del autobús.
“Entramos en una vivienda. Nos pidieron nuestros documentos de identidad. Les dije que iba a vender, y que no llevaba identificación”, explica. “Nos empujaron y nos dijeron que seguramente vivíamos en el territorio de Ti Gabriel [el cabecilla de una de las pandillas de Cité Soleil]. Nos dijeron que éramos unas ladronas y que iban a matarnos”, recuerda.
Los hombres las tuvieron retenidas durante tres días, durante los cuales las golpearon y violaron repetidamente. “Nos hicieron todo lo impensable”, recuerda Kari. “Cuando aún estaba consciente, conté hasta siete hombres. Soy asmática y, aunque tuve un ataque de asma, siguieron golpeándome”, explica.
Al final se desmayó, pero eso tampoco frenó a sus agresores. “Cuando recobré el conocimiento, unos jóvenes que podrían haber sido mis propios hijos me estaban violando. Les dije que me mataran, que podían matarme aunque tuviera hijos pequeños. Que Dios iba a seguir cuidando de ellos. Les dije que era mejor que me mataran”.
Durante esos tres días, las mujeres tuvieron que lavar la ropa de los pandilleros. Apenas comieron. Los hombres les decían constantemente que las iban a matar y seguían violándolas, hasta que llegó la cuarta noche. “Después de todo eso, cambiaron de idea y nos preguntaron si queríamos quedarnos con ellos. Les dije que tenía cuatro hijos sin padre. Hablamos con ellos mucho tiempo. Al final, nos dejaron ir desnudas. Cuando nos fuimos, gente buena de la zona nos dio ropa para vestirnos”.
Kari se demoró ocho horas en llegar a la casa de su madre. Ella compró hojas medicinales para curarle las heridas. El plazo para tomar la medicación que previene embarazos no deseados y enfermedades de transmisión sexual es de 72 horas, pero pasaron 15 días hasta que una amiga de Kari la convenció para que fuera al hospital. Allí recibió medicación para una infección, pero aún no se ha recuperado del todo.
Kari no ha acudido a la policía para presentar una denuncia. No cree que sirva de nada. “La justicia no existe”, afirma. Desde que la secuestraron, Kari vive en la pobreza extrema. Los miembros de la pandilla le robaron toda la mercancía que iba a vender, lo que significa que no tiene dinero para seguir con su negocio. Todavía tiene que pagar su deuda y ahora también es responsable de su quinta hija, una niña de seis años que antes no vivía con ella.
Kari no tiene suficiente dinero para pagar un alquiler, así que viven en un campamento improvisado en una escuela. Cuando llueve, tienen que pasar la noche de pie o dormir bajo la lluvia. Para comer, dependen de un sacerdote que distribuye comida. Para el agua, dependen de la lluvia. La desesperación, incluso por las necesidades de alimentación más básicas, ha empujado a su hijo mayor, de 20 años, a abandonar los estudios para dedicarse a la pesca. Kari culpa a las autoridades de su situación y de no dejarle otra opción que arriesgar su vida para sobrevivir.
“Nosotros que somos de Brooklyn jamás hemos contado con que las autoridades haitianas dijeran que [estos ataques violentos] no deberían ocurrir. Si tuviéramos suficiente dinero, no estaríamos en la calle. Sabemos que si [los pandilleros] nos atrapan, nos matan”, dice.
Desde la violación en marzo pasado, Kari atraviesa una crisis de salud mental. Su único apoyo lo ha encontrado en la organización de mujeres Nègès Mawon. Sin embargo, en las últimas semanas, la escalada de violencia de las pandillas le ha impedido llegar hasta la organización, que se encuentra en un barrio situado a las afueras de Cité Soleil. Asegura que se siente avergonzada por lo que le ocurrió y que no consigue superar el trauma de las agresiones.
“Tuve la intención de hacerme daño porque me di cuenta de que malvivía. La violencia que sufrí en Source Matelas es la que más daño me ha hecho”, declara a The New Humanitarian. Cuando recuerda lo que le ocurrió, no puede contener las lágrimas. “Estaba gorda y me quedé tan menudita como me ves. Me quitaron mi negocio, me golpearon y me violaron”, explica. “Exijo justicia [a las autoridades]. Los desfavorecidos pedimos más seguridad. En Cité Soleil sufrimos más. No recibimos ayuda. Esto es la guerra.”
Madeline: “Mi madre no para de llorar. No sabe qué hacer”
Madeline, una joven de 16 años, regresaba a su casa en Cité Soleil después de intentar ganar algo de dinero revendiendo comida en la ciudad cuando unos hombres armados detuvieron el autobús en el que viajaba, mataron a algunas de las personas que iban a bordo y tomaron a otras como rehenes. La violaron y golpearon, y cuando recobró el conocimiento estaba cubierta de sangre. Durante varios días, un número desconocido de hombres la violó antes de liberarla, también, desnuda. Más tarde, en el hospital, se enteró de que estaba embarazada, fruto de la violación. Madeline se siente atrapada por la creciente ola de violencia de las pandillas y la posibilidad de volver a ser violada, por lo que ha intentado quitarse la vida en repetidas ocasiones.
Lea el testimonio de Madeline completo aquí:
El día que la violaron, Madeline había decidido que ya era hora de ayudar a sus padres ganando algo de dinero. La situación era desesperada para la familia. Apenas tenían comida ni agua potable, y su escuela había tenido que cerrar después de que varias personas fueran alcanzadas por balas perdidas cuando volvían a casa después de las clases.
“Mis padres tenían un dinero ahorrado para pagarme los estudios. Pero la escuela tuvo que cerrar, por eso les pedí el dinero”, explica. Le dieron 2.500 gurdes, el equivalente a 18 dólares, con los que compró clavos de olor y gambas secas para venderlos con un grupo de mujeres en Arcahaie, a las afueras de la capital. Llegaron al pueblo y pasaron el día trabajando. Después vino el viaje de vuelta a Puerto Príncipe.
“Ese día habíamos estado caminando bajo el sol, vendiendo todo el día y teníamos sed. Estábamos regresando a casa cuando un grupo de hombres armados paró el autobús en el que viajábamos. Era el 28 de marzo de 2023″, recuerda Madeline. “Condujeron el autobús por la maleza. Luego nos golpearon y mataron a algunas personas que iban a bordo. Les pedimos que nos dejaran vivir. Nos secuestraron, nos arrancaron la ropa y nos violaron. Nos golpearon tanto que perdí el conocimiento. Cuando lo recobré, estaba cubierta de sangre”.
Madeline y sus compañeras fueron retenidas durante tres días. La joven explica a The New Humanitarian que no recuerda cuántos hombres abusaron sexualmente de ella. Se turnaban. Los agresores las obligaron a lavar la ropa y luego las dejaron marcharse desnudas, lo que parece ser el modus operandi habitual de las pandillas haitianas que secuestran a mujeres.
Después de la violación, llevaron a Madeline al hospital, pero no lo suficientemente pronto como para poder administrarle anticonceptivos de emergencia. Le dijeron que estaba embarazada. “Me siento muy triste y sufro mucho. Estoy embarazada y no hay nada que me consuele. Mi madre no tiene dinero. Mi padre, tampoco”, explica Madeline. “Mi madre no para de llorar. No sabe qué hacer. Mi padre no ha dicho ni una sola palabra. Están tristes... Donde yo vivo, si bloquean la calle, no encontramos agua. Solo hay una carretera de acceso. Tampoco podemos alimentarnos bien”.
Desde la violación, Madeline sufre mareos y tiene pensamientos suicidas. “He intentado beber agua con Clorox [lejía] varias veces. Siempre hay alguien que me ve y me la quita de las manos, y me da consejos”, explica. Dice que si consigue ayuda, se irá a vivir a otro lugar. “Espero que alguna vez pueda irme de aquí para tener otra vida. Eso es lo que tengo en mente”, explica. “Si vives en Cité Soleil, siempre piensas que te puede alcanzar una bala, que te puede tocar a ti. Espero ser libre algún día, dejar de vivir controlada [por las pandillas].”
Tamara: “Veía a los niños en el suelo llorando. Sentía que me había muerto”
Tamara, una mujer de 24 años, fue violada por dos miembros de una pandilla. Cuando recobró el conocimiento, descubrió que habían matado a su marido y quemado su cuerpo. Dos meses después, fue violada otra vez por tres hombres. Alguien fingió que iba a ayudarla y le tendió una trampa. Llevó a sus tres hijos hasta una de las plazas principales de Puerto Príncipe, la capital, donde mendigó para sobrevivir hasta que fueron expulsados por las autoridades. Hace poco, su hija de nueve años también fue violada por un miembro de una pandilla. Tamara quedó embarazada y su salud física sigue sufriendo las consecuencias de una sustancia tóxica que ingirió con la intención de provocarse un aborto.
Lea el testimonio de Tamara completo aquí:
A sus 24 años, Tamara nunca ha tenido una vida fácil. Ha cuidado de sí misma desde los 15 años, cuando nació su primer hijo. Se las arreglaba para salir adelante. Cuando conoció a su marido, ya era madre de dos niños. Empezó una nueva vida con él, tuvo otro hijo y él los mantenía a todos. Vivían en Cité Soleil.
La noche del 8 de julio de 2022, se despertaron por los violentos enfrentamientos que estallaron entre las pandillas de la zona. Su marido no quería huir porque pensaba que no era seguro, pero ella lo convenció de que tenían que irse. “Unos hombres invadieron nuestro barrio. Mataban a la gente a tiros. También quemaron casas. Había gente corriendo por todas partes. Yo no quería morirme en esa casa. Quería irme de allí”, explica Tamara.
Sacaron a sus hijos de la casa y se fueron con lo poco que llevaban puesto. Caminaron durante horas. Sin embargo, cuando llegaron a dèyè mi, los pandilleros los detuvieron. Tamara, entre lágrimas, recuerda lo que ocurrió después, cuando hablaron con su marido.
“Los hombres dijeron: ‘Este hombre depuso las armas, está huyendo porque sabía que iba a morir’. Mientras hablaban con él, algunos me llevaron aparte y dos de ellos me violaron. Veía a los niños en el suelo llorando. Sentía que me había muerto”, recuerda.
Después de eso, Tamara preguntó por su marido y ellos le dijeron que les siguiera. Lo encontró tan golpeado que apenas pudo reconocerlo. Cuando iba caminando hacia él, recibió un golpe en la cabeza y perdió el conocimiento. Lo que vio cuando despertó es algo que nunca podrá superar: allí estaba el cuerpo de su marido completamente calcinado.
“Entonces, agarré a los tres niños y me fui... Me fui a la Plaza Hugo Chávez. Me quedé allí cuatro meses viviendo en la miseria. Vendía agua, mendigaba dinero. Trabajé con vendedores de comida cerca del aeropuerto. Hacía cosas para sobrevivir”, recuerda.
El 25 de septiembre de 2022, Tamara fue violada otra vez. Ese día, sus hijos, que ahora tienen 9, 6 y un año, no habían comido y estaban llorando. “Tenían hambre. La bebé estaba enferma por la lluvia, así que le preparé una cama y les dije a los mayores que la cuidaran. Debían de ser las 6:00 o las 7:00 de la tarde. Salí y hablé con un hombre que me preguntó si estaba en problemas y si podía ayudarme”, cuenta.
Tamara le explicó su situación y el hombre se ofreció a comprarle comida y darle algo de dinero. Ella lo siguió hasta que otros cuatro hombres los detuvieron y, entonces, él salió huyendo. Más tarde Tamara comprendió que en realidad todo era un engaño. Cuando sus captores la llevaron a una zona de maleza, el hombre que le había ofrecido ayuda les estaba esperando.
“Estaba sentado y me preguntó si acaso era mi padre para darme de comer. Me reprochó que ni siquiera me conocía. Empezó a insultarme”, explica Tamara. “Me pidieron que me desnudara y uno de ellos me dijo que me pondría un cuchillo en el cuello. No podía luchar contra cinco hombres y tampoco había nadie más que pudiera ayudarme.”
Tres de ellos la violaron brutalmente. “Después de todo, me dije a mí misma que tenía que morir”, explica Tamara a The New Humanitarian. “Oí voces [en mi cabeza] cuando buscaba un lugar para morir. Algunas voces me decían que me matara. Otras me decían que la vida no había terminado. Al final me vestí y me fui”.
Tres meses después, descubrió que estaba embarazada y decidió, a pesar de sus creencias, interrumpir el embarazo. “Pensé que no podía estar embarazada... Estoy en un país donde no voy a encontrar ningún apoyo. Ya tengo tres hijos sin padre, así que tuve que hacer un sacrificio. Bebí un líquido que me provocó el aborto. Estuve a punto de morirme, y ahora todo es un problema. Tuve que hacer cosas con las que nunca antes había estado de acuerdo”.
Tamara sigue lidiando con las consecuencias médicas de su aborto autogestionado. Nègès Mawon la ha ayudado proporcionándole medicación. Sin embargo, las mujeres que han sufrido violencia sexual en Haití no reciben protección. Tampoco sus hijos.
La mujer recuerda cómo una noche de noviembre de 2022, el alcalde de Tabarre, un municipio que tiene jurisdicción sobre la Plaza Hugo Chávez, decidió desalojar a las personas que vivían allí y cerrar la plaza. La brigada de protección civil y los agentes de policía no les dieron mucho tiempo para llevarse sus pertenencias. Tamara perdió lo poco que tenía.
Tamara dice que el Estado no la ayudó después de lo ocurrido. “Algunas personas recibieron 5.000 gurdes (35,5 dólares), mientras que yo recibí un cupón para alimentos, pero no dinero. ¿Por qué?” El pasado mes de febrero, sufrió otro duro golpe cuando violaron a su hija de nueve años mientras iba a comprar agua en Cité Soleil. Dos miembros de una pandilla la sujetaron con fuerza, mientras que un tercero la violaba.
“Desde que la violaron, ya no es la misma. Está como ausente. A veces, se sienta sola. Cuando la llamo, solo reacciona si estoy cerca de ella”, explica Tamara. “En la clínica, ha recibido atención psicólogica, pero sigo necesitando apoyo psicológico [para ella] y apoyo para su escolarización”.
Todavía no ha presentado una denuncia ante la policía por ninguna de las violaciones. Dice que no quiere “enfrentarse a los delincuentes”, que ha podido arreglárselas sola, aunque a veces sea difícil, sobre todo desde que ha vuelto a vivir en Cité Soleil.
“Estoy pasando un mal momento. No puedo comer. No puedo mandar a mis hijos a la escuela y ni siquiera puedo cruzar la entrada a mi barrio”, explica. Cada vez que tiene que acercarse a dèyè mi, o atravesar esa zona para salir de Cité Soleil, siente terror. La última vez que intentó pasar por dèyè mi, algo que hizo a pesar del miedo, volvieron a abusar sexualmente de ella.
Unos pandilleros la pararon a las 11:00 de la mañana y le obligaron a quitarse la ropa. “Pensé que iban a violarme”, explica. Sin embargo, no lo hicieron. En lugar de eso, le dijeron que se tumbara boca abajo sobre la calzada, con las piernas abiertas, durante horas. El sol pegaba fuerte.
“Me obligaron a acostarme con la vagina directamente sobre el suelo, que estaba muy caliente”, explica Tamara. “Nos dijeron que ya nos habían violado demasiadas veces, y que como tenemos SIDA habían decidido que no iban a volver a hacerlo.”
Tamara no se contagió de SIDA, pero para los pandilleros, sacar el tema de las enfermedades de transmisión sexual es otra forma de agredir a las mujeres para denigrarlas. “Hacia las dos de la tarde, nos dijeron que podíamos marcharnos, y que fuéramos a contagiar a otros ladrones”, recuerda Tamara. “Desde entonces, no me encuentro bien. Ya no aguanto más”.
Las violaciones para sembrar el terror, una tragedia difícil de cuantificar
Los datos sobre violencia de género, y en concreto sobre las violaciones cometidas por pandilleros, son muy limitados en Haití porque las agresiones no suelen denunciarse. Sin embargo, un estudio reciente de la ONU y los registros de Médicos Sin Fronteras (MSF) arrojan algo de luz sobre la magnitud de este fenómeno, al menos en la capital. El estudio, que encuestó a 591 mujeres y niñas de Cité Soleil y sus alrededores en diciembre de 2022, demuestra que las zonas con menos enfrentamientos armados entre pandillas registran menos casos de violencia de género y que la violencia sexual se concentra en el barrio de Brooklyn, de donde proceden las tres supervivientes entrevistadas por The New Humanitarian. La zona fue escenario de intensos enfrentamientos entre pandillas en 2022.
El 80% de las mujeres y las niñas que participaron en esta investigación habían sido víctimas de una o varias formas de violencia sexual por parte de uno o varios agresores. En el 33% de los casos, los agresores fueron descritos como delincuentes, pandilleros o secuestradores. El 14% de las víctimas tenían entre 10 y 18 años.
El 84% de las personas que respondieron al estudio no denunciaron las agresiones de las que fueron víctimas. En aquellos casos en los que el agresor era un desconocido, la mayoría respondió que creía que la denuncia “las pondría en riesgo por las pandillas, incluido en peligro de muerte; que no confiaban en las autoridades locales y temían represalias; que no sabían dónde o cómo denunciar; o que en general sentían que no había presencia del Estado”.
El 40% de las mujeres y las niñas que fueron entrevistadas afirmaron no haber tenido acceso a asistencia médica tras la agresión. Los motivos fueron que no había personal, que los servicios de salud estaban demasiado lejos, que llegar hasta ellos era demasiado peligroso o que no querían ser identificadas. La gran mayoría de las que sí tuvieron acceso a ayuda médica (83%) respondieron que había sido beneficiosa. El 69% respondió que lo que más necesitaban era recibir atención psicológica, psicoterapéutica, o psiquiátrica.
Médicos Sin Fronteras (MSF) también dispone de algunas cifras alarmantes. Durante los cinco primeros meses de 2023, la organización atendió a 1.005 supervivientes de violencia sexual en Puerto Príncipe, casi el doble que en el mismo periodo de 2022. Michele Trainiti, jefe de misión de MSF en Haití, explica a The New Humanitarian que el perfil de los agresores ha cambiado. Si antes las víctimas eran agredidas predominantemente por alguien de su familia o su entorno más cercano, ahora solo el 20% de los agresores pertenece a esta categoría.
Sin embargo, los registros de MSF no reflejan toda la realidad, explica Trainiti. “La tendencia va en aumento, pero no tenemos acceso a todas las regiones de Haití, y las pacientes también tienen dificultades para acceder a nuestros servicios”, afirma. “Nuestros datos son solo la punta del iceberg. No reflejan la magnitud de las necesidades, que son mucho mayores”.
Las tres supervivientes entrevistadas por The New Humanitarian han recibido apoyo de Nègès Mawon, una de las pocas ONG haitianas que ayudan a las víctimas de violación. La organización feminista asigna a las supervivientes de violación una “madrina” que las acompaña a los servicios médicos (MSF, AHF Haití y Zanmi Lasante) para que reciban atención médica, tratamiento o seguimiento. La madrina, que también suele ser una superviviente de violencia sexual, les ayuda con el proceso judicial. Si la víctima no quiere denunciar la violación, la información se envía a la Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos (Réseau National de Défense des Droits Humains, RNDDH) para que lleve un registro de cada caso y lo documente, con la esperanza de que la información pueda seguir sirviendo para el procesamiento si el sistema jurídico mejora. Nègès Mawon también ofrece atención psicológica a las víctimas y les ayuda con los gastos de transporte para llegar hasta sus oficinas, o para acudir a los diferentes centros que les prestan apoyo. Entre mayo de 2022 y marzo de 2023, la organización registró 652 casos de mujeres y niñas víctimas de violación en solo cuatro barrios de Puerto Príncipe, incluido Cité Soleil. 14 de ellas quedaron embarazadas a causa de la violación, ocho tuvieron complicaciones por abortos autogestionados, 90 contrajeron enfermedades de transmisión sexual y nueve fueron asesinadas.
Las dificultades adicionales que enfrenta una víctima de violación en Haití:
- Calles controladas por pandillas: Para llegar hasta un lugar seguro, la víctima debe atravesar zonas urbanas que se han convertido en auténticos campos de batalla. Aproximadamente el 80% de los barrios de Puerto Príncipe están bajo el control de las pandillas. Cientos de personas han muerto o han resultado heridas por balas perdidas desde principios de año.
- Transporte (coste y acceso): Conseguir transporte para llegar hasta una clínica o un hospital fuera de su barrio puede ser difícil y caro. Los medios de transporte se han reducido debido a la escasez de combustible, la inflación y el temor a sufrir un secuestro. Los precios de algunos trayectos se han cuadruplicado en el último año.
- Salud (clínicas cerradas): Varias clínicas y hospitales han suspendido algunos de sus servicios o han cerrado debido a la violencia de las pandillas, y otros están llenos por el brote de cólera. La escasez de personal es un problema persistente. Aunque la mayoría de los hospitales de Médicos Sin Fronteras (MSF) siguen funcionando, no todos lo hacen a pleno rendimiento. La clínica de MSF en Cité Soleil, uno de los barrios más afectados por la violencia de las pandillas, cerró entre marzo y finales de mayo debido a la inseguridad. Este mes, esta organización cerró su hospital en el sector de Tabarre después de que 20 pandilleros entraran con violencia y sacaran a un herido de una sala de operación. La organización sigue gestionando clínicas móviles en algunas zonas.
- Embarazos y enfermedades de transmisión sexual (ETS): Por lo general, se pueden conseguir medicamentos profilácticos contra el VIH y otras ETS. También se pueden conseguir anticonceptivos de emergencia, pero muchas mujeres no consiguen acceder a una clínica en el plazo de 72 horas. El aborto sigue siendo ilegal en Haití. Las mujeres que pueden costearlo suelen recurrir al misoprostol para inducir el aborto, que en Haití se vende como Cytotec y se puede encontrar en farmacias o en puestos de venta ambulante. La atención de seguimiento ya es otro tema. Los abortos no seguros contribuyen a la elevada tasa de morbilidad materna de Haití, que ya es la más alta del hemisferio occidental.
- Asesoramiento psicológico postraumático: Incluso si una mujer consigue acceder a los servicios de emergencias médicas, es menos probable que reciba asesoramiento psicológico a largo plazo por el trauma sufrido tras una violación. En Haití escasean desde hace tiempo los profesionales de la salud mental, y el tratamiento suele considerarse un lujo que la mayoría no puede pagar cuando las necesidades básicas de supervivencia son prioritarias. El estigma social de la violencia sexual también obliga a muchas supervivientes de violación a soportar ese sufrimiento en silencio.
- Policía: La mayoría de las violaciones no se denuncian, y no es de extrañar. Muchas comisarías han sido abandonadas tras ser incendiadas y saqueadas por las pandillas. Decenas de policías también han sido asesinados brutalmente o secuestrados por pandilleros. Sin apenas recursos en las arcas del país, decenas de agentes de policía se manifestaron a principios de año. Más de 3.000 han abandonado el cuerpo desde 2021.
- Vivienda: Las mujeres suelen huir de sus casas y de sus barrios tras una violación. Más de 160.000 personas han sido desplazadas. Sin apenas apoyo gubernamental y a falta de lugares protegidos para las personas desplazadas, algunas mujeres han denunciado que han vuelto a ser violadas en estos entornos inseguros.
- Sistema jurídico: Incluso cuando Haití tenía un Gobierno funcional, muy pocos casos de violación llegaban a juicio. Sin cargos electos, muchas de las instituciones haitianas, incluidos los tribunales, están en punto muerto. Los secretarios judiciales suelen hacer huelga, y la limitada financiación gubernamental implica que muchas oficinas judiciales funcionan bajo mínimos o permanecen cerradas. Aunque en teoría las víctimas tienen acceso al sistema jurídico, muchas no pueden costearse los servicios de un abogado particular.