Puigdemont se apaga en Bélgica entre llamadas a la confrontación
Los varapalos judiciales, la pérdida de aliados y las disputas internas dejan al expresidente catalán más aislado que nunca desde su marcha a Waterloo
La caja de resonancia fabricada por Carles Puigdemont en Waterloo ya no es la que era. Los recientes varapalos judiciales, del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo primero, de la Corte de Luxemburgo después, han acabado con el aura de imbatibilidad labrada en los procesos en Bélgica y Alemania, y mermado la fe del secesionismo en que los jueces europeos acaben dándoles la razón en su litigio con España. La prensa internacional, antaño presente en todas las convocatorias del expresidente catalán, ha reducido ostensiblemente su interés por sus movimientos. En el Parlamento Europeo, donde hasta hace unas semanas el independentismo contaba con cuatro eurodiputados, se han quedado en cuadro, con Diana Ribó (ERC) como único altavoz tras la exclusión del propio Puigdemont, Toni Comín (JxCAT) y Oriol Junqueras (ERC) por sus cuentas pendientes con la justicia.
La lista de contratiempos es más larga. Los aliados flamencos de la derecha antinmigración de la N-VA han salido del Gobierno belga, con lo que el respaldo sobre el terreno ha perdido fuelle. Uno de sus miembros más activos en la defensa de las tesis independentistas, Jan Peumans, que protagonizó un sonoro enfrentamiento con el Gobierno español, ya no está al mando del Parlamento flamenco. Ni es ministro de Defensa belga Sander Loones, que llegó a realizar colectas para el procés. El desmoronamiento incluye una fuerte ralentización de las adhesiones al Consell per la República, la estructura desde la que Puigdemont dirige el entramado independentista en el exterior y una de sus grandes fuentes de financiación gracias a los alrededor de 700.000 euros recaudados en cuotas.
En el ámbito comunitario, el reparto de cargos europeo podía ser visto por el independentismo como una oportunidad para romper con el férreo respaldo de las instituciones al Gobierno español. Fuera se han quedado personalidades incómodas para sus intereses como el italiano Antonio Tajani, hoy ya expresidente del Parlamento Europeo, pero el alivio puede no ser completo. Fuentes comunitarias apuntan a que su sucesor, el socialista David Sassoli, mantiene una postura similar sobre el asunto. Y la elección de Josep Borrell como vicepresidente de la Comisión y jefe de la diplomacia europea complica la difusión del relato de la España represora tantas veces repetido desde Waterloo.
"Es muy difícil explicar que viven en un Estado autoritario cuando al frente del Gobierno con más mujeres de la OCDE está el mayor partido socialdemócrata de la UE", apunta un europarlamentario socialista. La teoría del cuanto peor mejor cuenta todavía con la investidura fallida y la sentencia del juicio del procés como potenciales focos de desestabilización. Aunque también de disensión interna. "14 abstenciones a cambio de nada", decía un tuit compartido por Puigdemont crítico con ERC por no rechazar de plano la candidatura de Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno.
Entre los exconsejeros huidos a Bélgica hay quien da por hecho que España reactivará la euroorden una vez haya resultado para el juicio. Y si se da el escenario, hay escepticismo sobre la posibilidad de que puedan volver a esquivar la extradición.
Entretanto, Puigdemont acaba de publicar un libro breve bajo el título de Re-unim-nos en el que lanza la enésima llamada a la unidad del independentismo. En sus escasas 50 páginas, culpa a España de buscar su muerte civil, se muestra consciente de la imagen de lejanía que puede transmitir su liderazgo desde Bélgica y rechaza ese aislamiento que se le atribuye. "Quiero decir que todas estas reflexiones que he ido teniendo, algunas de las cuales sintetizo en este escrito, no son las de un náufrago abandonado en una isla desierta, que es la imagen que algunos han querido proyectar de mí en esta estrategia mediática que lo destroza todo, sino de alguien que no ha dejado de trabajar, pensar, compartir, explicar, viajar, leer, escribir, corregir… desde que ha llegado a Bélgica", señala.
Además de mostrarse crítico con la desunión de los partidos independentistas, a los que acusa de generar "preocupación, confusión y desmovilización", no retrocede ni un milímetro en sus postulados. Identifica las políticas de Sánchez respecto a Cataluña con las del PP y mantiene la apuesta por la vía unilateral hacia la independencia. "El único camino que nos puede garantizar el objetivo pasa, lamentablemente, por una inevitable confrontación con el Estado", lanza.
Un año y nueve meses después de su aterrizaje en Bruselas, Puigdemont no ha cambiado de ropaje ideológico, pero se ha vuelto más cauto. Cuando desoyó los consejos de su abogado Paul Bekaert y viajó a Finlandia acabó siendo detenido en Alemania. El mes pasado, agazapado en la frontera entre Alemania y Francia, optó por no pisar Estrasburgo, donde le esperaban, con fervor cuasi religioso, 10.000 manifestantes llegados de Cataluña para apoyar su ingreso en el Parlamento Europeo.
En otoño le aguardan en Canadá, donde los independentistas de Quebec buscan revulsivos para recuperarse de la sangría electoral de los últimos comicios. Mientras tanto, en medio de la opacidad sobre la financiación de sus actividades, Puigdemont basa su legitimidad en su buen resultado electoral en las europeas, se agarra al clavo ardiendo de un futuro fallo favorable de los jueces europeos que le permita ser eurodiputado y se emplea a fondo en Twitter para mantener el contacto con los suyos y trasladar la ilusión de normalidad identificándose con las causas más diversas, de los yazidíes al Metoo o las restricciones a las armas en EE UU.
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