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El pueblo que odiaba a Buñuel

Las Mestas, en Las Hurdes, se ha sacudido la pobreza que retrató el cineasta

Vista de Las Mestas, en Cáceres.
Vista de Las Mestas, en Cáceres.EL PAÍS

Hoy, la carretera de Las Hurdes es de nivel europeo, pero durante décadas era tan incómodo llegar a Las Mestas (Cáceres) como salir de allí. Tal vez por eso la represión franquista usó el pueblo como lugar de destierro. Los más viejos todavía recuerdan que Nicolás Redondo estuvo recluido en una de las “casas baratas” y que debía presentarse a diario ante la Guardia Civil. Los más jóvenes tienen que comprobar en Google que UGT, el sindicato, no es la versión primitiva de GTA, el videojuego. Lo hacen en la puerta de la iglesia tratando de conectarse al wifi del bar vecino, el local donde se inventó un batido de miel al que algunos atribuyen propiedades afrodisíacas: el Ciripolen. Los tiempos han cambiado, pero ese atrio sigue siendo el lugar de reunión por excelencia: donde hoy se chatea antes se iba a ligar y a escuchar heavy metal, a organizar la verbena de agosto o, antes aún, a establecer los turnos de riego o el pastoreo comunitario cuando había cabras. Ahora se vive de las abejas. De ellas y del llamado turismo rural.

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Según el padrón de 2018, Las Mestas tiene 34 vecinos y los que no son tus primos son primos de tus primos. En el barrio del Teso hay un precioso enebro centenario, pero la estrella de la botánica comarcal es el árbol genealógico. En las elecciones municipales del domingo, el PP y el PSOE comparten papeleta y todo se resuelve con tres apellidos: puedes marcar con una equis tus cuatro concejales (una versión particular de lista abierta). Los candidatos son los mismos para todo el municipio (cuatro localidades, 201 habitantes) y por eso se vota a 10 kilómetros, en Ladrillar, el pueblo que da nombre al Ayuntamiento y al río que une las alquerías del valle.

Situado en la entrada de Extremadura cuando se llega desde Salamanca, Las Mestas le debe a la geografía su sitio en la historia. Y en la historia de la literatura. Desde los viajes de Miguel de Unamuno a La España vacía de Sergio del Molino, siempre ha tenido alguien que le escriba. Durante años tuvo, además, su héroe y su villano. El héroe era Alfonso XIII, que durmió aquí en 1922, cuando vino con el doctor Marañón. El archivillano era Luis Buñuel, que una década más tarde filmó Tierra sin pan y puso en imágenes una pobreza que muchos consideran leyenda negra.

Si el lugar en el que pernoctó el rey es hoy una hospedería con piscina y vistas a la montaña, la venta ambulante —no hay farmacia ni supermercado— garantiza el suministro de pan, de carne y de pescado. Para todo lo demás, carretera y manta.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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