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Cuando los países piden perdón por su pasado

Las disculpas por episodios trágicos de la historia no son algo excepcional

El primer ministro japonés, Shinzo Abe, en 2015, cuando reconoció que Japón había infligido "daños y sufrimientos inconmensurables" durante la Segunda Guerra Mundial.
El primer ministro japonés, Shinzo Abe, en 2015, cuando reconoció que Japón había infligido "daños y sufrimientos inconmensurables" durante la Segunda Guerra Mundial.Toru Hanai (REUTERS)
José Manuel Abad Liñán

La llamada del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), a que España y el Vaticano pidan perdón por los crímenes de la conquista de México sorprende por ser una exigencia. Pero la presentación de disculpas forma parte de la diplomacia. Lo que es menos frecuente es que esas peticiones se refieran a episodios ocurridos hace siglos. 

La Iglesia Católica se ha venido disculpando en las últimas décadas por varios capítulos oscuros de su milenaria historia. Juan Pablo II pidió perdón por la implicación de la Iglesia en la trata de esclavos africanos, por los ataques de los cruzados a Constantinopla, nada menos que en 1204, por la ejecución de Jan Hus en 1415, por la pasividad ante el Holocausto o por la quema de protestantes en las guerras de religión. Entre otras, el papa Francisco se ha disculpado ante las víctimas de los casos de pederastia cometidos en el seno de la Iglesia. Y también por los hechos por los que AMLO le pide una muestra de arrepentimiento: los crímenes durante la conquista. Lo hizo en Bolivia, en una visita pastoral, en 2015.

AMLO no ha sido el primero en pedirle al papa que se disculpe. El primer ministro, Justin Trudeau, le instó a pedir perdón por el internamiento durante décadas de menores de minorías étnicas en internados (descargo que el líder de una de ellas rechazó), algo por lo que el propio Trudeau rogó que disculparan al Estado canadiense. No fue el único motivo: también lo hizo por negar su país la entrada a un millar de refugiados judíos que huían del nazismo en 1939.

Pero, en la historia reciente, si hay que pensar en un país que haya hecho de la petición de perdón por su pasado buena parte de su acción diplomática, probablemente el primero que venga la mente sea Alemania. El holocausto y el exterminio no solo de judíos, sino de otras minorías, derivó tras la Segunda Guerra Mundial en una lista interminable de actos de contrición con los países invadidos y los que acogieron a los exiliados o a los familiares de las víctimas del horror nazi.

Más raras han sido las disculpas de otro de los perdedores de la Segunda Guerra Mundial: Japón. La primera vez que los japoneses oyeron la voz del endiosado emperador Hirohito fue para escuchar no una disculpa, ni siquiera una rendición (aunque lo fuera), sino los fríos términos de la declaración de Postdam. Pero, con la boca pequeña o no, desde la década de los cincuenta, el país ha pedido perdón, en boca de sus primeros ministros o de otros altos mandatarios, a Birmania, Australia, Corea del Sur o China.

Pedir disculpas es útil hacia fuera

Japoneses y alemanes representan dos modelos distintos en la manera (y la intensidad) de pedir disculpas por el daño que ambas naciones infligieron en la Segunda Guerra Mundial. Los primeros han hecho del arrepentimiento manifiesto parte de su diplomacia. Los segundos, han sido mucho más renuentes. La profesora de Harvard Jennifer Lind analizó ambos casos en su obra Sorry states: apologies in international politics. Según Lind, el recuerdo sin arrepentimiento que atribuye a Japón es "pernicioso" para las relaciones bilaterales. "Aumenta la desconfianza y aumenta una percepción de amenaza entre países". Pero la investigadora también señala en su obra otra consecuencia: pedir disculpas "hacia fuera" puede alterar cierto consenso dentro del país que se excusa. Así ocurrió en Japón con las disculpas oficiales por la esclavización sexual masiva de mujeres durante la Segunda Guerra Mundial: no tardaron en aparecer intelectuales que reducían las cifras de víctimas ofrecidas oficialmente.

Uno de los motivos más claros para pedir perdón rezagó a los japoneses en sus disculpas. Hubo que esperar hasta 1993 para que Japón lo hiciera por las 200.000 mujeres (una cifra que sembró alguna controversia en el país) chinas, coreanas, filipinas y de otras nacionalidades, que usó como esclavas sexuales en la Segunda Guerra Mundial como “mujeres de consuelo”, según el eufemismo del ejército nipón. La tradicional reticencia a pedir disculpas de los Gobiernos japoneses llevó a Shinzo Abe a reabrir el caso para reconsiderarlo, Corea del Sur protestó y al final se refrendaron las disculpas.

En 1995, en el 50 aniversario del final de la Guerra, el primer ministro Tomiichi Murayama fue mucho más claro, y afirmó que bajo el yugo colonial su país causó un daño y un sufrimiento tremendos. En 2005, 10 años después, Junichiro Koizumi mantuvo esas palabras. ¿Qué pasó en 2015, con Shinzo Abe ya en el poder, y ante ciertas expectativas de que el mandatario rebajase el nivel de disculpas? El primer ministro se refirió a que las muestras de arrepentimiento y de disculpas de los mandatarios que le habían precedido se mantendrían inalterables en el futuro.

En una encuesta de 2015 del diario japonés Asahi Shimbun referida por The Washington Post, el 57% de los japoneses pensaba que las disculpas de su país por el daño de la guerra habían sido “suficientes”. El porcentaje de los alemanes que pensaban así se disparaba hasta el 73%. Entre los países con víctimas, otra encuesta, del Pew Research Center, mostraba que el 48% de los japoneses pensaban que sus disculpas eran suficientes, frente a solo un 1% de los coreanos y un 4% de los chinos. Las heridas siguen abiertas.

En el otro lado, el gran vencedor junto a la URSS, Estados Unidos, tampoco ha sido generoso en sus disculpas, pero han ido en aumento en las últimas décadas.

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Las heridas de la guerra mundial llevaron a Estados Unidos a disculparse por el internamiento de 120.000 residentes japoneses y estadounidenses de origen japonés en campos. EE UU temía que traicionaran a su país de acogida. La medida, del presidente Franklin Roosevelt, se tomó 10 semanas antes de que el Imperio japonés bombardeara Pearl Harbor, en Hawái. Hasta 1998 no hubo disculpa oficial. La hizo el presidente Ronald Reagan y la acompañó de una indemnización a las víctimas. Precisamente por Hawái y su implicación en el golpe de Estado contra la reina de las islas, en 1893, se excusaron los estadounidenses en una declaración del Congreso en 1993. Sin embargo, Obama no se disculpó en su visita a Hiroshima en 2016 por los bombardeos con bombas atómicas de esa ciudad y de Nagashaki en 1945.

Otra derivada de la Segunda Guerra Mundial llevó a EE UU a presentar su arrepentimiento. Dio protección al criminal nazi Klaus Barbie, El carnicero de Lyon, que había mandado a la tortura y al asesinato a judíos franceses y miembros de la resistencia. Una investigación ya en los años ochenta desveló que el Ejército americano había usado a Barbie como confidente en los últimos años de la guerra y que le ayudó a escapar a Bolivia. En 1983 fue extraditado, al fin, a Francia. 

La esclavitud de los estados sureños durante casi dos siglos y medio fue objeto de una disculpa del Congreso en 2008. Por el mismo motivo, en Portugal, el primer Estado moderno que comerció con personas esclavas, la construcción de un memorial enzarzó en discusiones a descendientes de africanos, autoridades e historiadores.

Los motivos por los que pedir perdón son tan variados como los vericuetos de la historia. EE UU ha pedido disculpas por utilizar a hombres negros en un experimento, llamado Tuskegee, sin su conocimiento y conocer así las secuelas a largo plazo de la sífilis (Bill Clinton se excusó por esta razón en 1997). En un caso similar, médicos del servicio de salud pública estadounidense infectaron con sífilis y gonorrea a casi 700 guatemaltecos para estudiar los efectos en los años cuarenta. Hillary Clinton, secretaria de Estado, pidió perdón en 2010.

En un episodio más reciente en la historia, la Guerra de Independencia de Argelia en los años sesenta, llevó a Emmanuel Macron a pedir perdón el pasado mes de septiembre a la viuda del matemático comunista Maurice Audin, arrestado sin orden judicial en plena batalla de Argel por los militares franceses. El Estado abusó de un decreto que permitía al Ejército asumir tareas policiales. Macron reconoció que Audin fue torturado y dio por cierta su muerte. Su disculpa se acompañó del anuncio de que Francia abriría los archivos de la guerra de Argelia, uno de los tabúes en la historia del país vecino. 

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Sobre la firma

José Manuel Abad Liñán
Es redactor de la sección de España de EL PAÍS. Antes formó parte del Equipo de Datos y de la sección de Ciencia y Tecnología. Estudió periodismo en las universidades de Sevilla y Roskilde (Dinamarca), periodismo científico en el CSIC y humanidades en la Universidad Lumière Lyon-2 (Francia).

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