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El falso mito de Franco como salvador de judíos

El régimen se apropió de la actuación de algunos diplomáticos durante el Holocausto para mejorar su imagen tras la Segunda Guerra Mundial

El barco 'St. Louis' salió de Hamburgo con 700 judíos, en la imagen a su llegada al puerto de Amberes, el 17 de junio de 1939.
El barco 'St. Louis' salió de Hamburgo con 700 judíos, en la imagen a su llegada al puerto de Amberes, el 17 de junio de 1939.KEYSTONE (GETTY)

Las huellas del Holocausto aún habitan Budapest. Unos zapatos de bronce oxidado discurren por el río Danubio en recuerdo de los miles de judíos ejecutados por los nazis en su orilla. Les ataban por parejas, disparaban a uno en la nuca y les empujaban para que se hundieran juntos. En octubre de 1944 las potencias aliadas avanzaban posiciones en la Segunda Guerra Mundial. Ángel Sanz Briz, un diplomático español destinado en Hungría, quedaba horrorizado por las ejecuciones que teñían de rojo el Danubio y trató de evitar la muerte de aquellos inocentes.

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Conocido como "el ángel de Budapest", Sanz Briz salvó la vida de 5.200 judíos húngaros, pero su gesta no encontró el apoyo de las autoridades franquistas, que solo años más tarde la vendería como propia. “Al ver aquellas atrocidades solicitó directrices al ministro de Asuntos Exteriores. No le contestó nunca, así que decidió actuar por su cuenta. Lo hizo en nombre de España, pero sin su permiso, algo muy grave”, reconoce su hijo, Juan Carlos Sanz-Briz, en una sala del Centro Sefarad en Madrid. Para conseguir su propósito, el diplomático recuperó un decreto aprobado por Primo de Rivera en 1924 que otorgaba la nacionalidad española a los judíos sefardíes. El problema es que ni la ley estaba ya en vigor ni apenas existían judíos sefardíes en Hungría.

Los nazis nunca lo comprobaron. “Mi padre llegó a un acuerdo con las autoridades locales, que le permitieron expedir 200 pasaportes. Los convirtió en 1.800. Los enumeró con letras para no sobrepasar esa cantidad e incluyó en ellos a familias enteras”, explica el hijo del ángel de Budapest. Para evitar que los judíos fueran deportados a campos de exterminio, alquiló viviendas con su propio dinero y las rotuló con un cartel que rezaba: “Anexo a la delegación española”. Allí vivieron hasta que las tropas soviéticas tomaron Budapest en diciembre.

"El caso de Sanz Briz es el más conocido, pero hay otros: Romero Radigales en Atenas, los cónsules generales en Francia o Balzanallana en Rumanía. Estos diplomáticos, guiados por su conciencia, muchas veces sin consultar y otras en contra de las recomendaciones políticas, arriesgaron su vida para salvar judíos”, reconoce el historiador José Antonio Lisbona, autor de Más allá del deber. La respuesta del Servicio Exterior frente al Holocausto. En el libro expone la actitud del régimen frente a la causa judía. “Franco no solo mitificó su labor humanitaria, también consiguió que los propios sefardíes la mitificaran”, explica por teléfono.

La derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial dejó a España en una situación muy comprometida. A pesar de no haber participado en la contienda, Franco había sido un firme aliado de Hitler. Incluso envió un destacamento en su auxilio: la División Azul. Las potencias occidentales retiraron sus embajadores de Madrid. El franquismo, obsesionado por su imagen exterior, se presenta como protector de los judíos y, para ser admitida en la ONU, orquesta una campaña de propaganda. Lanza el folleto España y los judíos, editado en inglés y francés, donde exhibe la protección que otorgó a los judíos. El documento se imprime en 1949 y se envía a las embajadas. Sin embargo, Lisbona reconoce que la actitud del franquismo fue ambigua.

Sanz Briz salvó la vida de 5.200 judíos húngaros, pero su gesta no encontró el apoyo de las autoridades franquistas, que solo años más tarde la vendería como propia"

El historiador establece dos épocas diferentes: una, hasta julio de 1942, en la que el régimen otorga visados de tránsito, y la segunda, a partir de esa fecha, cuando se restringen los documentos y se endurecen los controles fronterizos. A muchos judíos se les denegó el visado y fueron expulsados. Se crea entonces una red de rutas clandestinas a través de los Pirineos. La familia de Paquita Sitzer, una superviviente de 81 años afincada en Venezuela, atravesó las montañas a finales de 1942. Fueron arrestados en Les (Lleida). El oficial preguntó a Madrid qué debía hacer con ellos, pero cuando llegó la respuesta la familia de Paquita ya no estaba allí. “Debo mi vida a la humanidad de aquel sargento”, cuenta la mujer por teléfono. No existía ninguna instrucción para salvar judíos, aunque el antisemitismo no ocupó nunca un lugar central en la ideología de la derecha autoritaria. En su libro Franco y el Holocausto, el historiador alemán Bernd Rother lo relaciona a que, en 1936, en España apenas vivían 6.000 judíos.

El franquismo no estaba dispuesto a generar ahora un problema, indica Lisbona. Por eso se exime cuando, en enero de 1943, Alemania insta a los países neutrales a repatriar a sus judíos. En marzo, el ministro de Exteriores, Francisco Gómez Jordana, escribe una carta a su homólogo del Ejército, Carlos Asensio, donde refleja el desinterés. “No los podemos traer a España y que se instalen en nuestro país. No nos conviene ni el Caudillo lo autoriza”, reza la misiva. “Franco se hace el sordo. Luego, presionado por EE UU, reclama a 300 reclusos de Bergen-Belsen y más tarde a otros 157, que coincide con la liberación, por lo que no sirvió de nada”, afirma Jacobo Israel Garzón, historiador judío. Y continúa: “Pese a ello, muchos supervivientes creen que salvaron su vida gracias a España”. Incluso la Primera Ministra Israelí Golda Meier agradeció los esfuerzos a Franco cuando ni siquiera existían relaciones diplomáticas entre ambos países.

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