Santi Vila, el pequeño Macron catalán
El ‘exconseller’ es un verso suelto que iba para delfín de Puigdemont y ha terminado como traidor del soberanismo
Homosexual en una mayoría heterosexual. Taurino en una mayoría antitaurina. Religioso en una mayoría agnóstica. Personaje people en una mayoría burócrata. Poco nacionalista en una mayoría muy nacionalista. Y conseller excarcelado en una mayoría de consellers reclusos. Puede que Santi Vila (Granollers, 1973) haya dilatado excesivamente la métrica del verso suelto. Tanto la ha dilatado que sus aspiraciones de convertirse en candidato a president en las filas del PDeCAT se han frustrado por su peligrosa reputación de oportunista taimado.
Un traidor oficial está considerado Vila por haberse sustraído al martirio que emprendieron Junqueras y los siete samuráis del Govern. Transcurrió una noche en la cárcel, es verdad. Y le “acojonó la experiencia” (sic) a semejanza de una película turca, pero la colaboración con la juez Lamela y su posición, in extremis, de rechazo a la DUI (declaración unilateral de independencia) le facilitaron el acceso a la puerta de salida.
—Se nota que no has hecho la mili —, le espetó el compañero de celda.
Aludía el recluso a la torpeza con que Vila intentaba hacerse la cama en la celda de la prisión de Estremera (Comunidad de Madrid), pero el exconseller ignoraba si le estaba hablando en clave. Permaneció insomne, en vela, rígido como el telar del camastro, hipnotizado con las manillas del reloj. “Es algo que no recomiendo ni a mi peor enemigo. Es terrible. Las cárceles son durísimas”, declaró Santi Vila a los reporteros, como si hubiera estado en prisión 15 años.
Y no fueron ni 15 horas las que permaneció enchironado. Tuvo que apoquinar 50.000 euros de fianza. Y hubo de sobreponerse al tormento de la grey indepe, indignada con la maniobra de escapismo que Vila protagonizó en homenaje al gran Houdini. Antepuso Vila su incolumidad. Dimitió del Govern en la vigilia de la desconexión, antes de que pudieran relacionarlo con la fechoría de la independencia. Lleva años fomentándola, es verdad, pero la posición crítica respecto al delirio del procés en su fase agónica le ha proporcionado una maniobra de salvación a costa del escarnio ajeno. Se ha lanzado del tren cuando iba a cruzar el puente de Casandra.
Indemne no está Santi Vila. De hecho, forma parte de los investigados judiciales y no parece claro que vaya a eludir una condena —se le imputan delitos de rebelión, sedición y malversación—, pero su apostasía le ha prevenido de un escarmiento preventivo. Y le ha forzado a reconsiderar toda su estrategia. No podrá ser cabeza de lista del PDeCAT, pero sí podría representarse a sí mismo en una candidatura particular.
Se pavoneaba como
exégeta de un fenómeno político: el independentismo no nacionalista
Sus razones para hacerlo son el repudio del aparato indepe, y la devoción que profesa a Emmanuel Macron. Cree posible Vila reivindicar su carisma en un movimiento republicano, ensimismarse en el aura del presidente francés, aunque las opciones políticas de consolidarlo sólo se explican desde la megalomanía o desde la ensoñación. Vila rima solo consigo mismo.
Es un tipo sofisticado, cosmopolita. 44 años. Buena planta. Habla idiomas. Le casó Puigdemont con un chef brasileño, pero han durado poco los matrimonios. El del cocinero, y el de Carles Puigdemont, de quien se ha distanciado para evitar que le salpicara el esperpento, y de quien puede temer las peores de las represalias.
Empezaron a distanciarse cuando se precipitaron las fechorías democráticas. Y cuando comenzaron a emigrar las empresas, pues suya era la cartera de Empresa de la Generalitat y le costaba transigir con la depauperación de la economía catalana. Se iba por el desagüe del Ebro el 35% del PIB. Las veía huir el conseller en la estupefacción de su despacho.
Y se terminó marchando Vila, más por cálculo político e instinto vital que por compromiso ético, aunque ha liderado aventuras tan quijotescas como la defensa de la tauromaquia en Cataluña. No cabe expresión más iconoclasta en la personalidad de Vila. Los toros representan en el imaginario indepe la quintaesencia del oscurantismo ibérico. Significan en su sangre y sus tópicos la aberración de la “fiesta nacional”, de forma que los aficionados catalanes, Vila entre ellos, se encuentran en la paradoja de marcharse a Francia para resarcirse de la prohibición.
El ‘exconseller’ cree posible reivindicar su carisma, y ensimismarse en el aura
del presidente francés
Curiosa y ambigua la carrera política la de Vila. Empezó en las filas de ERC como edil en Figueres (1999), aunque fue Convergència Democràtica la formación desde la que conquistó la alcaldía (2007-2012). Ya era diputado autonómico entonces y fue adquiriendo buena reputación en el arzobispado de Artur Mas, cuyas manos lo bendijeron como consejero de Territorio y Sostenibilidad en la legislatura que transcurrió de 2012 a 2016.
Puigdemont lo ratificó en 2017, pero lo hizo concediéndole la cartera de Cultura y la de Empresa después. Había medrado Vila a la cima del aspirantazgo. Se pavoneaba no ya como delfín, sino como exégeta de un fenómeno político que ha ido adquiriendo envergadura en la propia estructura amorfa del procés: el independentismo… no nacionalista.
Resulta paradójico y ambiguo semejante artefacto. Pero define a quienes no participan de los mitos y leyendas identitarias. Quienes no se emocionan con Els segadors. Y quienes veían en la patria catalana la oportunidad de un país más próspero, de izquierdas.
El independentismo que teorizaba Vila se había convertido en un argumento integrador. Y no hacía falta conocer la mitología libertaria para incorporarse al fervor de la patria nueva, más aún cuando la tierra prometida se origina en el despecho a la injerencia de Madrid y se describe en los términos de una fabulosa experiencia fundacional, catártica, bajo el síndrome del enamoramiento. A diferencia de la ortodoxia indepe, Vila no trataba de recobrar el país que nunca existió, sino de fundar uno nuevo desde presupuestos virginales.
El escarmiento judicial ha roto el encantamiento. Y Vila ha hecho las cuentas: mejor libre en la España de siempre que preso en la Cataluña de nunca.
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