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El ‘conseller’ Santi Vila asegura que la cultura catalana es “españolísima”

El responsable de Cultura de la Generalitat no imagina un escenario en Cataluña con “un posicionamiento monocolor en relación con la lengua y la historia”

El consejero de Cultura, Santi Vila, durante la entrevista.Vídeo: GIANLUCA BATTISTA / ALBERT GARCIA

Todavía suenan aplausos fuera cuando entra el consejero de Cultura de la Generalitat, Santi Vila. La sensación es que sale de alguna representación artística. Pero los aplausos los ha provocado el discurso del presidente Carles Puigdemont en la cámara, durante el debate de política general. La entrevista con Vila tiene lugar en el despacho número 9 del Parlament, durante en un descanso de la sesión. El consejero, estiloso con un toque moderno (corbata corta, americana estrecha: cómo han cambiado los consejeros desde los tiempos de Max Cahner y Joan Rigol), aparece muy distendido, cordial y hablador.

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Desde el principio busca la complicidad —incluso con el halago— y se obstina en mostrar un talante abierto, moderado y dialogante, recreándose en su imagen de rara avis del Gobierno soberanista de Puigdemont. En diferentes momentos de la entrevista sus afirmaciones pueden sorprender —a quienes no le conocen— y significan una singular excepción en un momento político caracterizado por la tensión y la radicalización. Declara Vila haber llegado al soberanismo “arrastrando los pies”, y ante la consideración de que no había otra salida. El referéndum le parece “una última y agónica expresión de dignidad”.

“Construir una cultura propia sería un error”, sostendrá en un momento a propósito de por donde se tendría que separar la cultura catalana de la española en un escenario de independencia. “La cultura catalana siempre será españolísima”. “Defiendo el proceso soberanista por razones políticas, de reparto de poder, y no culturales”, explicará. Vila pone en el centro de su política la cuestión de la transmisión de la cultura, mientras que la apuesta por las “grandes estructuras culturales del Estado”, como el MNAC, el TNC o el Liceo y el énfasis de que la política cultural también es social son algunas de las prioridades de su actuación.

Pregunta. ¿Usted encarna una manera diferente de hacer política? Usted, dicen, se moja.

Respuesta. Soy un perfil de transición. Tengo 43 años, me he criado en esta democracia, pero soy consciente de que hay una serie de estructuras e instituciones obsoletas; las primeras, los partidos políticos convencionales, que ya no están a la altura de lo que la ciudadanía reclama. Somos políticos con fecha de caducidad. Somos servidores unos años y ya está. Tenemos que regenerar o poner al día esta democracia que hemos heredado, pero esto a veces provoca reacciones en contra. Es, sin embargo, una de mis obligaciones.

P. ¿En qué momento está la cultura?

R. Sufrimos momentos tensos e inquietos, porque alimentamos un debate visceral, que es el de la transmisión que hacemos de la cultura. Nuestra sociedad, y esto tiene consecuencias políticas, debe posicionarse ante esta cuestión, la transmisión de conocimiento y de la herencia, el bagaje, como pasa con los planes de archivos, de museos o con la cultura popular. Sin embargo, la misión del Departamento de Cultura tendría que estar encaminada a dar herramientas al ciudadano para que sea libre, para educar una sensibilidad y tener criterio propio. Esto no tiene nada que ver con la herencia, y sí con un compromiso de ciudadanía, con un patriotismo constitucional, que es el marco desde el cual los ciudadanos acceden a la cultura. Esto, a veces, es difícil de explicar. Yo he planteado que ahora que nos preocupa la identidad colectiva de Cataluña nos tendríamos que comprometer más que nunca con las libertades personales de nuestros conciudadanos. Y la cultura es el principal instrumento para tener ciudadanos libres. El talón de Aquiles es que en Cataluña, digan lo que digan, nos parecemos mucho al resto del Estado español, y tampoco se considera aquí que la cultura forme parte de las políticas sociales. Y cuando el Gobierno de Cataluña y el Parlament deciden que esta es una legislatura con una marcada agenda social, lo más paradójico para el consejero de Cultura es ver que la cultura no forma parte de esta agenda, a pesar de que cualquier ciudadano tiene que tener acceso a toda una cartera de servicios culturales, porque lo contrario lesiona la posibilidad de ascenso social.

P. ¿Por dónde haríamos el corte entre la cultura catalana y la española en una posible independencia? Lluís Pasqual, por ejemplo, es un gran experto en Lorca...

R. Sería un error construir una cultura propia. Defiendo el proceso soberanista sólo por razones políticas, de reparto y de organización de poder. Hay una atrofia de organización y reparto de poder del Estado que ha provocado que Cataluña se sienta incómoda. Hay un reparto económico injusto y político distorsionado que disloca. Es evidente que la cultura catalana siempre será españolísima, y espero —y esto es un deseo político— que cada vez sea más mestiza, abierta y plural. No imagino ningún escenario político con un posicionamiento monocolor en relación a la lengua, la historia, las tradiciones.

P. Qué le pareció el pregón de Javier Pérez Andújar en la Mercè?

R. Un punto nostálgico, pero delicioso desde el punto de vista literario. Las alusiones al cómic me recordaron a mi padre. Culturalmente impecable. Encontré muy indelicada la contraprogramación. Es respetable que se hiciera, pero que se justifique porque el pregonero no está a favor del proceso es de escándalo. Sólo faltaría que no pudiéramos invitar a personas que no piensan como nosotros.

P. ¿Algunos debates identitarios han quedado viejos?

R. Absolutamente obsoletos. A propósito de la lengua, estamos presenciando los últimos espasmos y expresiones de una época que se acaba. El Govern tiene que continuar favoreciendo los derechos lingüísticos personales de una lengua como la catalana. Si no los protegemos se pondrán en riesgo, pero la sociedad sabe que no necesita la justificación lingüística para afirmarse, y lo único que los justifica es el proyecto político de presente y futuro.

P. ¿Y el debate sobre los toros?

R. Es un debate que tiene que ver con un tiempo que no es el nuestro. Algunos, desde el sector más apasionado del nacionalismo español y catalán, lo consideran un tema identitario, pero yo creo que no lo es. Hoy en día se impone una nueva espiritualidad que tiene que ver con la vida en general y que es respetuosa con los animales, que se siente incómoda con cualquier espectáculo que use la violencia contra los animales.

P. ¿Y si el Tribunal Constitucional tumba la decisión de prohibirlos?

R. Estaremos atentos con los argumentos del Constitucional, si es cultural, porque se trata de la fiesta nacional y prevalece este criterio sobre cualquier otro, o porque se trata de un tema de competencias y el Parlament se extralimitó. Yo, más que protaurino, siempre he sido contrario a la prohibición, que no es el mismo. Es un tema que tiene que morir de muerte natural. Para nuestros abuelos, y en los ámbitos rurales, los animales tenían un componente utilitario. La espiritualidad es otra, y la sensibilidad en el conjunto de España también es otra. Es una oportunidad magnífica de plantearnos qué hacemos con la Monumental. Y lo haremos hablando con la propiedad. Es injusto que sólo tengan licencia para los toros y que no los demos alternativas. Con la propiedad nos tendríamos que conjurar para que la plaza sea un gran equipamiento en el cual pasen grandes cosas. Desde conciertos de formato mediano para 10.000 personas hasta un centro de interpretación o memorial que recuerde que los toros son una gran expresión mediterránea, española y también catalana.

P. Ha sido muy bien recibido por el mundo cultural a pesar de no ser del gremio. ¿No debe de ser porque empezó prometiendo abrir mucho el grifo económico? ¿Está a la mitad de su mandato?

P. Fui muy bien recibido, y tengo la percepción de que tengo una gran complicidad con el tejido empresarial y con los creadores. La cultura tiene un componente muy institucionalizado, hay que crear condiciones para que la creación y la innovación florezcan con garantías. Pero no toda tiene que ser afín a la Administración, al contrario. Un indicador de la salud de un país es que la cultura tenga un cierto punto de conflictividad. Lo asumo como una virtud. Empecemos comprometiéndonos con una inflexión: se ha acabado la etapa de los ajustes y empieza la de la regeneración presupuestaria con el objetivo del 1% para esta legislatura, pero con el horizonte del 2% en 2025, que tiene que ser la estación terminus de un país avanzado de verdad. La agenda política hizo tropezar este propósito y hemos perdido 2016. Ahora tenemos el último trimestre del año para consolidar la posición. Otro de los proyectos es que en 2017, cuando los nuevos presupuestos estén aprobados, lanzaremos un nuevo plan de bibliotecas sí o sí: tenemos que conseguir partidas para regenerar las adquisiciones, renovar los stocks y recuperar la fidelidad de los usuarios.

P. ¿Que se ha hecho mal en el tema de los bienes de Sijena para que sea más complicado que hace diez meses?

R. No sé si las cosas están peor, porque estaban judicializadas y la situación era terrible, con dos gobiernos que hablaban en el juzgado. Dicho esto, y con un punto de ingenuidad, el Gobierno de Aragón y nosotros empezamos un marco de relaciones institucionales positivo y correcto que no se ha roto, a pesar de que tiene un punto de conflicto judicializado. El tema es que hay una compraventa que el Gobierno de Aragón considera que es nula, pero nosotros pensamos que, al final, nos darán la razón. Y cuando todos nos serenemos, como que es un patrimonio compartido, lo podremos gestionar de manera conjunta. Hemos cumplido parcialmente la ejecución de la sentencia, y confío en que la Audiencia y el Supremo acabarán dándonos la razón. Por eso escribí a la juez, argumentando de forma razonada y pidiendo un principio de prudencia, que no estamos violentando nada con planteamientos bizantinos del tipo “no pasarán” ni nada de esto. Quizás me tendré que comer mis palabras, pero me gustaría pensar que estamos entrando en el camino de la moderación y la prudencia.

P. ¿Y las pinturas murales?

R. Aquí hemos sido más intransigentes, porque estamos convencidos de que moverlas seria lesionarlas de una forma irreparable. Hemos contactado con grandes instituciones culturales del mundo para que digan qué piensan y ayuden a formar una opinión política. No sólo con el Ministerio de Cultura, que lo tiene claro, aunque el ministro no lo haya dicho explícitamente. Tenemos que conseguir que las autoridades de Aragón lo vean así.

P. ¿Cultura descentralizada?

R. Hay unas instituciones que son de cabecera. El MNAC tiene la responsabilidad de dinamizar toda la red de museos que dependen de él. La colección no es suya, es de todos, y tiene que poder estar a disposición de todos. Por ejemplo, en el Año Casas, la exposición de referencia se hará en Sitges y no en el MNAC, con piezas diversas de museos y colecciones privadas, pero con una gran aportación del MNAC. Tenemos que conseguir que los diferentes museos vean el MNAC como su primer aliado. Con relación al TNC, lo primero no es saber cómo va de público, sino si está en condiciones de revisitar los clásicos, de crear programaciones de riesgo. Y un indicador de evaluación será si realiza producciones de ámbito internacional, no sólo local. Las instituciones de cabecera tienen una función fundamental. La descentralización es evidente. Aunque suene a eslogan: que el código postal no condicione más que el genético. A alguien que viva fuera se le tiene que garantizar el mismo acceso que a alguien que viva en Barcelona.

P. ¿Cuál tiene que ser el papel del Liceo en el ecosistema cultural catalán? Hay, incluso, ciertos recelos con el Teatro Real de Madrid…

R. El Real vuelve a ir bien, como un rayo, con una dirección empoderada y apoyo político y de mecenazgo muy fuerte. El Liceo está saliendo de una situación crítica, de un grave déficit acumulado, provocado en parte por la retirada económica del Estado, y esto tiene un impacto. Por eso no tenemos un entorno suficientemente motivador para el mecenazgo. También le hemos dicho a la dirección que tiene que jugar un papel de institución cultural de cabecera, y aquí las administraciones participarán, estimularemos el patrocinio privado, pero tenemos que pedir una programación de ópera y danza. En defensa del Liceo hay que decir que, en la Scala de Milán, entre los primeros grandes patrocinadores hay la autoridad del aeropuerto de la ciudad. ¿Han visto alguna vez que Aena haga esto? Cuando estrenas en Madrid, esa noche está el Ibex-35 al completo.

P. ¿Pero la sociedad civil catalana hace lo que tiene que hacer?

R. Es que también es un tema de reparto del poder: claramente, es más competitiva una inauguración del Real, con ministros y grandes empresas; aquí todo es mucho más contenido.

P. ¿Habría que cambiar el perfil del equipo directivo del Liceo para conseguir más patrocinio?

R. Me parece bastante calificado, sólo le hace falta estabilidad. En relación con la presidencia, hay unos condicionantes personales, delicados, que podrían propiciar un relevo en breve. Estamos a la expectativa de cómo evoluciona el estado de salud de Joaquim Molins. El cuerpo no lo acompaña. La presidencia del Liceo es muy importante para este trabajo de mecenazgo, hace falta que sea muy activa para tejer complicidades. Estamos calibrándolo todo. Pero, en última instancia, el ciudadano tiene que percibir que el Liceo es una institución de cabecera y que está al alcance de todo el mundo, no sólo de ricos y expertos.

P. ¿Que el ministro diga que quiere venir a la inauguración es una buena señal de algo?

R. Nosotros tenemos una relación fluida con el Ministerio , que aún así no se ha traducido en compromisos económicos importantes. Ellos niegan que hayan sido restricciones por cuestiones ideológicas y afirman que se comprometerán de nuevo con el MNAC o el Liceo superada la crisis… Ya lo veremos.

P. ¿Cómo ha visto el debate sobre la estatua de Colón?

R. Es un tema de transmisión, una vez más. Estamos instalados en un momento de exceso de ocurrencias. Esto de Colón forma parte de la memoria colectiva: hay cosas tan singulares, especiales y características que ponerlas en crisis nos llevaría a una sociedad tan aséptica y asexuada que a mí me daría terror. Es un acto de anacronismo juzgar tan severamente la figura de Colón, como es una ocurrencia y una excentricidad hablar tan despectivamente de la Sagrada Familia, total, para reír un rato con sectores muy determinados.

P. ¿Por eso ha escogido usted hacerse la foto de portada allá?

R. Es que soy un fan del modernismo.

P. ¿La Sagrada Familia de hoy es modernismo? ¿Es Gaudí?

R. Esto es la evolución de la herencia y la gestión de lo que hemos heredado. Si somos honestos y distinguimos cada etapa, desde el punto de vista intelectual es legítimo. ¿A alguien se le ocurre ir a la catedral de Mallorca y no visitar el espacio que ha hecho ahora Barceló o el ámbito de Jujol? No veo ningún conflicto: la vida se abre camino. Barcelona, internacionalmente, es Gaudí, pero también la ciudad creativa, abierta, la cerámica, el mosaico quebradizo… La gracia es el mosaico, que ejemplifica la pluralidad y la diversidad… En cualquier caso, lo que me gustaría es conseguir sintonizar más el objeto fundacional del templo y la gestión y la explotación de la Sagrada Familia con los objetivos políticos del Departamento y de la ciudad. Y aquí hay trabajo a hacer desde el punto de vista cultural, que disfruten más los vecinos, su plan director… Desde esta vertiente se entiende la turbulencia generada.

P. ¿Su fotografía no tiene, pues, carga política?

R. La opinión política siempre es libre.

P. Si no hubiera esta atrofia del Estado que usted denuncia, ¿sería hoy independentista?

R. Siempre he confesado que yo llegué al independentismo arrastrando los pies. Con frustración, incluso: de nuevo, España es incapaz de hacer de la diversidad un valor, la convierte en un problema. No encaja la pluralidad cultural, lingüística y también nacional. Sorprende como no es capaz de repartir el poder político, de organizar el poder económico, de situar las infraestructuras y las inversiones al servicio de la economía y no sólo de la cohesión y lo reequilibre territorialmente al margen de resultados. Lo que más me gusta del proceso es la apelación al compromiso cívico y político de los ciudadanos, a invitarlos a ser mejores, a ilusionarse con un proyecto que sólo se justifica por el compromiso de hacer una sociedad mejor; esto es impecable. Lo que es inaudito es que esto, que motiva más de dos millones de ciudadanos, tenga por respuesta la más absoluta indiferencia del Estado. Un amigo ingeniero italiano, cuando la consulta del 9-N, me envió un tuit que reenvié a un ministro y que decía: “¿Tanto les cuesta decir ‘por qué no os quedáis’ y, en cambio, sólo saben decir ‘no os podéis ir?’”.

P. ¿Cómo se llega a un referéndum vinculante y pactado?

R. Apelando continuamente a la radicalidad democrática. En un país normal, con una democracia de calidad, un conflicto de organización del reparto del poder se tendría que resolver votando. Me encantaría que viéramos una campaña bien razonada, en la que unos defiendan que juntos nos iría mejor y otros, legítimamente, puedan aspirar a constituir un Estado propio y reorganizar el reparto de poder en el conjunto de pueblos de la península Ibérica. Esto ha sido posible en contextos como el británico y el canadiense, pero, quizás por poca tradición democrática en España, aquí parece imposible. Es terrible. Y esto desemboca en una situación maniquea, de buenos y malos, de —para usar términos taurinos— sol y sombra, el gran desastre español.

P. ¿Es realista hablar de referéndum unilateral en el contexto de Europa?

R. Es una última y agónica manifestación de dignidad y también una expresión y apelación al espíritu democrático de los ciudadanos de España. España es mucho más moderna desde el punto social y económico que institucional. Tengo el convencimiento de que los ciudadanos españoles son en general modernos, progresistas, viajados y leídos, y que sus políticos no están a la altura; el microclima del Congreso es un microclima ochocentista y obsoleto, que no está a la altura de las circunstancias. Y así nos va.

P. Hizo un polémico tuit el día de las elecciones gallegas en que se congratulaba del resultado porque lo atribuyó a un posible cambio de tendencia y a un voto más centrado, y se alegraba de ello. ¿Alberto Núñez Feijóo es el centro?

R. Respondo con otra pregunta: ¿Es posible que un político obtenga una mayoría absoluta si no lo votan los centristas? Si solo lo votara el militante del PP, el público nítidamente conservador, no creo que hubiera conseguido estos resultados. Quizás la gente se autorrepresenta más centrista de lo que es, pero no lo creo.

P. De su predecesor han quedado algunas carpetas abiertas. Por ejemplo, ¿cómo está el Plan Nacional de Fotografía?

R. Se han hecho varias reuniones con gente del sector, hay una gran complicidad, se han adquirido muchas obras y, además, tenemos que acabar de decidir a finales de año si queremos y nos hace falta un equipamiento o no.

P. ¿El Museu Nacional d'Arquitectura se hará?

R. Sea como sea, antes de acabar el año encargaremos el proyecto museográfico. Tenemos la absoluta determinación y disposición a contar, como mínimo, con un relato preciso que explique la historia de la arquitectura en este país y por qué es tan importante en nuestra sociedad. Y, la verdad, confío que lo haremos con la ciudad de Barcelona. Con esto somos muy respetuosos: la decisión sobre su ubicación física la tiene que tomar la ciudad, pero es absolutamente necesario que lo tengamos.

P. ¿Cómo están los papeles de Salamanca?

R. Está todo igual; ahora mismo es un tema bastante secundario en mi agenda.

P. Hoy, EL PAÍS Cataluña y Elpais.cat cumplen años. ¿Cómo ve el panorama de la prensa en catalán?

R. Los medios de comunicación, pero también los políticos, pasan por un momento muy crítico y que tiene consecuencias en la credibilidad y la solvencia. Los recortes sufridos hacen que el ciudadano la perciba como menos eficaz. Los recortes de los medios han hecho que cada vez existan menos medios con memoria y que sean profesionalmente solventes. La precarización de la política y el periodismo ha sido tal que cuesta poder hacer cosas con solvencia.

P. ¿Y sobre la lengua?

R. El catalán necesita nuestra protección, pero esto no quiere decir que las políticas culturales del Gobierno sean monolingüistas, nuestro país es bilingüe, y es evidente que el papel de la lengua catalana mejora, pero seguimos teniendo una posición frágil de garantía de acceso al catalán en la información y la cultura. En el cine, especialmente, tenemos muchos problemas. Aquí hay que favorecer la subtitulación y optar por dejar cada vez más la versión original: ya no tiene sentido aquel debate de la traducción al catalán, aquello de Dallas y JR. Esto es el siglo XX… Pero deberemos continuar favoreciendo la garantía a este acceso, fruto de los derechos lingüísticos.

P. Tendría que volver al ámbito del Departamento de Cultura la cartera de los Medios de Comunicación, ahora bajo la égida de Presidencia?

R. Hay mucha cosa alterada en la organización competencial del Departament. ¿Alguien entiende que no haya políticas de los espacios de memoria? Yo no lo entiendo. Y aún más en equipamientos que cada vez tendrán que ser más promiscuos funcionalmente. Si tienes un centro en Corbera d'Ebre (Tarragona) —y lo tenemos—, tienen que pasar muchas cosas para que pueda seguir adelante: exposiciones, pinturas, presentaciones de libros, club de lectura… Si no, acaban como estamos hoy: la llave la tiene un vecino y si quieres ver el centro te abre él. Viva la memoria histórica…

P. Esto es fruto de que somos un país anómalo?

R. Más que anómalo, es fruto de que tenemos una organización de gobierno demasiado distorsionada, acumulada de este periodo tan convulso y extraordinario que vivimos.

P. Usted es consejero de Cultura por convicción o porque forma parte de su cursus honorum para conseguir mayores logros?

R. De las acusaciones más injustas, una es esta: siento un gran honor de ser el consejero de Cultura, me gustaría serlo muchos años. Lo que más me incomoda de la especulación sobre si podría optar a la alcaldía de Barcelona o a otros cargos es que presupone que mi paso por Cultura es un cursus honorum. Intenté hacer de alcalde en Figueres dando lo máximo de mí mismo y me relevaron; y de consejero de Territorio me relevaron, también, en un momento muy dulce, porque de aquel periodo han salido tres leyes de las que presumiremos en esta legislatura: el impuesto sobre las viviendas vacías, la ley de la arquitectura y la ley del cambio climático. En todos los casos lo intenté hacer con pasión y el máximo de años…

P. ¿Es frustrante que este mandato tenga solo 18 meses?

R. Es un mal menor a favor de un bien superior. Tengo ideas propias, me gusta mucho la cultura, pero una legislatura así… La política, como la vida, también es ensayo y error y hace falta un mínimo de tiempo. Por ejemplo, el Plan de Danza. ¿Tenemos que hacer una compañía nacional o no? Yo creo que sí, pero hay gente del sector que te dice que no. Así que he propuesto que hagamos ensayo y error: yo asigno presupuestos para hacer una producción y garantizamos que todos los teatros que tengan más de 500 plazas de aforo disfruten de una producción realizada desde el Mercat de les Flors. Creo que tiene que haber una compañía nacional, o digamos catalana, de danza. Esto pide que haya, es evidente, una figura, pero también tiempo para que el sector lo vea, que no interprete que hay dirigismo…

P. Y también hace falta dinero.

R. Sí, unos 2,5 millones de euros, que habíamos estudiado financiar a tercios: taquilla y venta de producciones, mecenazgo y administraciones. Con el dinero que a veces se echa a perder con disparates…

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