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Tribuna
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Aznarazo

El duro Aznar y el blando Rajoy comparten el arte de perseverar en el error a costa de los demás

Enrique Gil Calvo

El mismo padrino que le nominó con su dedazo acaba de leerle la cartilla al presidente del Gobierno, propinándole un sonoro aldabonazo. Un auténtico aznarazo, que habrá de dolerle allí donde más le duele: en su dudosa legitimidad, tanto de origen como de ejercicio, para ocupar el poder ejerciendo el liderazgo de la derecha española. Al igual que Zapatero, Rajoy no da la talla como jefe del Ejecutivo. Así lo revela el que carezca de discurso y de programa político, gobierne con funambulismo entre improvisaciones y ocurrencias, resulte incapaz de comunicar con la opinión pública, muestre una preocupante debilidad con el nacionalismo soberanista, se someta sin rechistar a las imposiciones de la troika y haga el ridículo en las cumbres europeas, donde no se atreve ni a abrir la boca. Un ZP cavernícola.

Pero lo más llamativo es la irresponsabilidad política con la que su antiguo mentor, y actual presidente honorario de su propio partido, ha desacreditado al presidente del Gobierno español montándole un escándalo mediático de alcance global, retransmitido a todo Occidente por el grupo multimedia News Corporation en cuyo consejo de administración ocupa un asiento muy bien remunerado. Vaya golpe para la marca España. Resulta difícil de explicar, como no sea apelando a un rapto de neurosis paranoide, esta atrabiliaria pérdida de los estribos que ha parecido sufrir el antiguo inquilino de La Moncloa. ¿Acaso es un resentido que desea vengarse del electorado español que le echó a patadas por su indigna gestión de la guerra de Irak y del consiguiente atentado del 11M? ¿O más bien es un consumado y calculador histrión, tipo José Mourinho o Risto Mejide, al que le gusta hacerse el borde para parecer un bad boy? En todo caso, representa con tanta convicción su papel de villano que casi dan ganas de compadecer al pobre Mariano que hoy es víctima de su maligno rencor.

Ahora bien, tampoco deberíamos dejarnos despistar demasiado por lo que a fin de cuentas no deja de ser otra cosa que puro teatro. En realidad, en este reparto de papeles entre el poli malo que encarna Aznar y el poli bueno que le deja hacer a Rajoy, hay mucha más continuidad y coincidencia oculta de lo que parece a primera vista. Es verdad que sus estilos estéticos de afirmación masculina resultan diametralmente opuestos. Pero en el fondo, el programa reformista que Aznar le marcó en la pizarra a su antiguo discípulo es perfectamente asumible por este, aunque lo defienda con otras maneras mucho más suaves y blandas: quíntuple reforma administrativa, autonómica, fiscal, laboral y de la seguridad social. ¿Acaso Rajoy y Montoro se proponen otra cosa distinta? Por lo demás, la más evidente continuidad entre el actual y el anterior líder de la derecha española es la apuesta intransigente por la política de austeridad a ultranza. Es decir, la apuesta por la devaluación interna, destinada a socializar las pérdidas empresariales empobreciendo todavía más a las rentas salariales.

Y aquí destaca un sorprendente paralelo metodológico entre Aznar y Rajoy que me gustaría subrayar. Me refiero a su modo de abordar la guerra contra el terror hace diez años y la guerra contra la crisis a día de hoy. Se recordará que el trío de las Azores justificó su ilegal e ilegítima invasión de Irak con un solo pretexto: la posesión iraquí de armas de destrucción masiva como prueba del delito o pistola humeante. Una excusa que luego se demostró falsa, a pesar de lo cual jamás reconocieron su error ni mucho menos lo rectificaron. Pues bien, con el actual austericido ha pasado exactamente igual.

La excusa para sacrificar a las clases populares, condenadas al desempleo, el empobrecimiento y la desigualdad, ha sido la de considerar el desequilibrio presupuestario como causa de la crisis o pistola humeante. De ahí que, según los austericidas, lo mejor para sanear la economía sea recuperar la estabilidad fiscal mediante una draconiana política de ajuste. Pero el remedio ha sido mucho peor que la enfermedad, pues el ajuste fiscal está agravando la recesión todavía más. Ellos se justifican alegando que el sacrificio a corto plazo saneará la economía a largo plazo. Lo que tampoco es cierto, pues dada la caída del ingreso fiscal la deuda pública crece a mayor ritmo que la reducción del déficit. Por lo tanto, si no se cambia de política, a largo plazo será todavía peor. Pero al igual que el trío de las Azores, el trío del austericidio, Berlín, Bruselas y Madrid, tampoco está dispuesto a reconocer su error ni menos a rectificarlo. Por el contrario, se empecina en reforzar la dosis por mucho que sufra el paciente hasta que agonice. De modo que el duro Aznar y el blando Rajoy comparten en común el arte de perseverar en el error a costa de los demás. ¿Hasta cuándo?

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