Los peligros del deber cumplido
El presidente cree que cumple con su deber y eso siempre ha sido muy peligroso
El presidente del Gobierno está seguro: no piensa distraerse ni un segundo de la política que está llevando a cabo, es decir, de una política que sacrifica cualquier otra cosa, empleo, educación, sanidad, investigación, y sobre todo, crecimiento económico, al cumplimiento del déficit. Está seguro, dice, de que según nos vayamos acercando al déficit exigido (estamos en un 7% y habrá que llegar en algún momento al 3%) lloverán las inversiones, crecerá el empleo y todo saldremos de la crisis. Es lo que paso en 1996, recordó.
Pero, ¿y si las circunstancias son muy distintas a aquellas?
En el fondo, buena parte de esos sueños dependen de las políticas europeas. En un año de feroces recortes, el Gobierno de Rajoy solo ha conseguido aproximarse al 7% de déficit. Es un esfuerzo monumental, desde luego. Pero, si no hay políticas europeas que impulsen el crecimiento y permitan aumentar los ingresos, ¿de dónde cree que puede seguir recortando? ¿Hasta dónde? En su primer año de gobierno cerraron 33.000 empresas y casi otro millón de empleados perdió su trabajo. En el segundo, las previsiones son igualmente malas en cuanto al empleo y en cuanto al crédito. Si las cosas no se modifican en Europa, nuestro posible crecimiento será minúsculo. ¿Dónde cifra el presidente su éxito? ¿En llegar a 2015 con cinco millones de parados? Rajoy dijo una cosa muy curiosa en las cinco primeras líneas de su discurso oficial del miércoles: distinguió entre “parados españoles y parados inmigrantes”, y dijo que estos últimos son algo más de 1,2 millones de personas. ¿Por qué ha hecho esa diferenciación? ¿Acaso cree que podrá reducir sensiblemente la cifra de parados consiguiendo que se marche ese millón de inmigrantes? ¿Es ese su plan de choque para el empleo?
A todos nos convendría que el presidente tuviera éxito en su política, sin trampas ni ingenierías raras. Ojalá con su fórmula sea posible relanzar el crecimiento. Pero, ¿y si no? ¿Y si estamos sacrificando jóvenes, sanidad, educación, investigación a cambio de casi nada? ¿Y si con esa fórmula la recuperación tarda años y años y nos sumimos en una recesión prolongada? ¿Y si tiene razón el líder socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, y caemos en esa recesión habiendo roto además todos los consensos sociales, políticos y territoriales? El discurso del líder socialista gana en densidad cuando se lee. ¿Y si en la lucha contra la crisis el PP está mezclando una formidable dosis de ideología, pura y dura?
La pregunta que habría que hacerse después de escuchar al presidente del debate sobre el estado de la nación es: ¿Hasta cuándo? ¿Cuándo se inicia la recuperación? ¿Cuántos empleos va a poder crear nuestra economía en los tres próximos años? Es difícil que el presidente pueda responder a esa pregunta con precisión, pero, por eso mismo, debería mostrarse mucho más humilde, mucho más razonable. Por eso debería estar pensando en posibles Planes B y en posibles acuerdos nacionales. Por eso debería estar maquinando qué aliados puede conseguir en lugar de la señora Merkel para lograr que la política europea cambie y para que nos dé el impulso necesario.
El presidente del Gobierno no dio la menor señal de pensar en nada de esto. Cree que cumple con su deber y eso siempre ha sido muy peligroso. Cumpliendo estrictamente con su deber, muchos líderes europeos llevaron a su país a la desgracia. No se trata un régimen militar, en el que todos a una muramos en Alhucemas. Son los líderes que saben flexibilizar esos mandatos brutales, los que merecen el respeto de los ciudadanos.
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