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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado
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Las últimas 600 páginas de rebeldía de Wole Soyinka

‘Crónicas desde el país de la gente más feliz de la tierra’, la más reciente novela del nigeriano, nos devuelve un autor con la genialidad para la ironía intacta

Wole Soyinka
Wole Soyinka, Premio Nobel de Literatura en 1986, fotografiado en noviembre del año pasado.Olmo Calvo

Más de 600 páginas ha necesitado el Nobel de Literatura de 1986, Wole Soyinka (Abeokuta, Nigeria, 87 años) para volcar la necesidad de expresar su ansiedad y sus preocupaciones actuales. Tras casi 50 años de silencio, su regreso a la novela como vehículo de compromiso activo frente al abuso de poder ha sido así de contundente. Podríamos usar esta obra de arma arrojadiza si no fuera porque leerla abre mucho, mucho más, aunque no sin dificultad, la cabeza.

Crónicas desde el país de la gente más feliz de la tierra (Alfaguara, 2021), cuya publicación, deliberada por parte del escritor, coincidió con el 60º aniversario de la independencia de Nigeria, es un libro escrito desde la mirada de un hombre que ha vivido bajo una constante exigencia de defensa activa de todo lo que merma al ser humano. Lo que vino antes pasó desde 24 meses de cárcel hasta soportar una huida improvisada en moto hacia el exilio. Se trata, entonces, de la última constatación de que el nigeriano se resiste a dejar de ser fiel a sí mismo y por esa razón trata de poner bajo los focos, mediante la ficción, las nuevas maneras en las que se esconde el poder y sus tenebrosos tentáculos. Lo cual, con sus casi 90 años, en un mundo en el que mucha gente se declara derrotada y echa la toalla mucho antes, es muy de agradecer y admirar.

Soyinka ha elegido en esta ocasión la novela, sin ser el género literario en el que se mueve con más comodidad. Tras Los intérpretes (1974) y La estación del caos (1972), este auténtico titán literario ha pertrechado una obra mastodóntica, brillante e imperfecta. Una inmersión, llena de meandros y profundidades en una Nigeria contemporánea donde todo parece diferente para constatar que nada lo es en realidad. Usando de nuevo la ironía, que defiende a capa y espada, y el humor como herramientas imprescindibles para poder penetrar en las realidades sociales y políticas que, con su insobornable actitud de rebeldía, nos obliga a mirar.

En línea con las obras anteriores mencionadas, Soyinka no elude la realidad que le rodea y la plasma con honestidad por muy incómodo e incluso peligroso que pueda ser para él mismo, llamando siempre a la urgencia de dinamitar un punto de vista único, ya sea religioso o político. Al comenzar a leer esta su tercera y última novela, calificada de thriller, análisis del alma de un país y sobre todo de sátira, puede aparecer un cierto déjà vu con Los intérpretes. En aquella obra eran cinco los amigos, graduados universitarios, que habían estudiado y viajado al extranjero y que regresaban a la Nigeria independiente, tratando de encontrar su camino dentro de la nueva estructura política, en una sociedad dominada por la confusión, la hipocresía, el materialismo y la corrupción.

Magníficas son las páginas que narran las tribulaciones que pasa Menka para hacer regresar el cuerpo del amigo frente a su familia y la sociedad desde tierras lejanas

No muy lejos de aquella realidad, en Crónicas desde el país de la gente más feliz de la tierra, son cuatro amigos de la infancia los que hacen avanzar la trama en un país que no se nombra, pero que tiene demasiadas conexiones con Nigeria. Uno de los grandes hitos de esta novela es la amistad de dos de ellos; Duyole, el ingeniero, y Menka, el cirujano. Completan el retablo el político corrupto y el falso predicador en un ambiente en el que se respira la presión continúa sobre los individuos para ceder bajo el peso de la amenaza o la muerte. “La religión, como siempre, es la excusa”, dice uno de los personajes al analizar el nacimiento del fundamentalismo justo en el lugar donde empieza a manar el oro.

En el magma del universo yoruba, Soyinka nos ofrece una trama que habla del tráfico de órganos humanos y del tráfico de almas en su país. El cuerpo deja de ser sagrado para esparcirse en pedazos tras la explosión de las bombas de Boko Haram, mientras el cirujano intenta recomponer la atrocidad. El cuerpo vuelve a ser sagrado cuando se intenta recuperarlo, magníficas las páginas que narran las tribulaciones que pasa Menka para hacer regresar el cuerpo del amigo frente a su familia y la sociedad desde tierras lejanas y la necesidad de los ritos; de dar descanso en el lugar que merece.

Absorbidos por los meandros de una narración que indaga en el interior de una masa de individuos que hacen perdurar el fanatismo, la locura, la aberración y la muerte, frente a otra que trata de reconstruir, curar e iniciar, nos preguntamos decenas de cuestiones. Soyinka nos transmite que algo se ha roto en su país y de la dificultad de volver a recomponerlo. A todos nos suena lo anterior y Soyinka lo sabe. Por eso ha vuelto a sacar sus obsesiones, en un intento de encontrar posibles salidas para una encrucijada llena de desajustes y desencuentros entre seres humanos, sin falsas promesas, desde los cimientos de un tejido dañado que él observa con dolor, pero al que este gigante no permite nunca que deje de palpitar.

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