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El envío de remesas resiste a todas las crisis: “Yo no podría comer aquí pensando que mi madre pasa hambre en Senegal”

En los últimos 20 años, los flujos de remesas se han quintuplicado pese a las crisis sucesivas. Según la ONU, 200 millones de personas trabajadoras migrantes envían dinero a más de 800 millones de familiares en sus países de origen

Salud Entre Culturas
Serigne Fall, migrante senegalés residente en España, posa en la sede de la ONG Salud entre Culturas, dentro del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, este febrero.Lucía Foraster
Lucía Foraster Garriga

Serigne Fall (Dakar, Senegal, 54 años) salió de su país en 2007, dejando atrás a toda una familia que puso en él la esperanza de un futuro más próspero para todos. “Si emigras de África es para mejorar tu situación, pero también para sustentar las necesidades de tu esposa, tus hijos, tus padres, tus hermanos, tus sobrinos, tus abuelos, tus tíos…”, explica. “De lo que gano al mes aquí en España, 400 euros los envío a mi extensa familia en Senegal. Al igual que mi esposa, que envía entre 200 y 250 euros a su madre”, continúa. Como ellos, en 2022 había 200 millones de personas trabajadoras migrantes que enviaban dinero a sus más de 800 millones de familiares en sus países de origen, según calcula la ONU.

A pesar de la crisis de la covid-19 y la inestabilidad política, los flujos de remesas han seguido creciendo y en los últimos 20 años se han multiplicado por cinco, según el Banco Mundial. Este organismo afirma que en 2022, los países de ingresos bajos y medianos recibieron 626.000 millones de dólares estadounidenses (585.000 millones de euros, aproximadamente) en envíos de dinero. “En los últimos 20 años, hemos tenido varias crisis (una de seguridad después del 11S, una económica en 2007, una de migración en 2015, una sanitaria en 2020, y la de ahora, derivada de la guerra de Ucrania), y siempre se repite la misma historia: las remesas son el flujo que se mantiene más equilibrado. Eso es lo que a mí me parece más impresionante, más humano”, señala Pedro De Vasconcelos, director del Fondo de Financiación para Remesas del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), en conversación con este periódico.

Alrededor del 75% de las remesas se utilizan para poner un plato sobre la mesa y cubrir los gastos de salud, de educación o de vivienda

Después de cinco años en situación irregular en Europa, primero en París y luego en Madrid, Fall consiguió la tarjeta de residencia española en 2012, y la reagrupación familiar en 2016. Ahora, vive en el madrileño distrito de Hortaleza junto a su esposa, Diarrá Ndiaye, y dos de sus cuatro hijos, Sally e Isseu, de 24 y 14 años. “Mi mujer y yo trabajamos para nuestras niñas, que viven con nosotros, pero también para nuestros otros dos niños y familiares en Senegal. Es lo normal en nuestra cultura. Aunque es una presión gigante, con la que cargas toda tu vida, la aceptamos casi como una obligación moral”, reconoce, y admite: “Entiendo que aquí, con la concepción tan individualista de la sociedad que se tiene, esto no se comprenda”.

El locutorio Sant Pau, en Barcelona, donde se prestan servicios de envío de dinero, de transferencias, de llamadas telefónicas internacionales, recarga de móviles y acceso a Internet, generalmente a personas extranjeras residentes en España.
El locutorio Sant Pau, en Barcelona, donde se prestan servicios de envío de dinero, de transferencias, de llamadas telefónicas internacionales, recarga de móviles y acceso a Internet, generalmente a personas extranjeras residentes en España. aitor sáez

“Para poder enviar dinero, trabajo de siete de la mañana a dos de la tarde en la asociación Salud Entre Culturas del Hospital Universitario Ramón y Cajal, y de tres de la tarde a 10 de la noche como mediador social en la Cruz Roja Española, pero no me planteo dejar de hacerlo, bajo ninguna circunstancia”, insiste. “Porque las necesidades siguen allí, como cuando me fui, y yo no podría comer aquí pensando que mi madre pasa hambre en Senegal”. En este país del África Occidental, por ejemplo, las remesas internacionales representan el 10% del PIB y benefician a un tercio de las familias rurales, según datos del FIDA.

Un salvavidas para millones de familias

En más de 70 países, como en Senegal, las remesas equivalen al menos al 4% de su PIB. “Alrededor del 75% de estas se utilizan para poner un plato sobre la mesa y cubrir los gastos de salud, de educación o de vivienda. En tiempos de crisis, los trabajadores migrantes pueden enviar más dinero a su país de origen para pagar la pérdida de cultivos o emergencias familiares. El resto, alrededor del 25%, puede ahorrarse o invertirse en construcción de activos o en actividades que generen ingresos y empleos y transformar las economías, especialmente en las zonas rurales”, desgrana De Vasconcelos.

Aunque es una presión gigante, con la que cargas toda tu vida, estamos preparados para ello. La aceptamos, casi como una obligación moral
Serigne Fall, migrante senegalés residente en Madrid

“Los trabajadores migrantes envían a sus hogares, de media, entre 200 y 300 dólares cada uno o dos meses. Esa cantidad, que supone tan solo el 15% de sus ingresos, puede representar hasta el 60% de los ingresos totales de sus hogares de origen, por lo que constituye un salvavidas para millones de familias”, aclara. “Las remesas son una fuente vital de ingresos familiares para los países de ingresos bajos y medianos, pues alivian la pobreza, mejoran los resultados nutricionales y están asociados con un mayor peso al nacer y mayores tasas de matriculación escolar para niños en hogares desfavorecidos. Además, ayudan a los hogares receptores a desarrollar resiliencia, mediante la financiación de mejores viviendas y para hacer frente a las pérdidas posteriores a los desastres”, confirma Dilip Ratha, director de la Asociación Mundial de Conocimientos sobre Migración y Desarrollo (Knomad, por sus siglas en inglés) y economista de migración y remesas del Banco Mundial, en conversación con este periódico.

Ina Bah, maliense de 42 años, también manda dinero a su país mensualmente. “Trabajo muchísimas horas, para poder enviar, de media, 300 o 400 euros al mes. Para pagar el colegio de mi hijo, el desayuno, la comida y la cena, el transporte…”, explica. Llegó a Madrid hace dos años, huyendo de los grupos extremistas islamistas presentes en Malí. Partió de Bamako, la capital, en coche, cruzó Mauritania a pie y llegó a Marruecos en autobús. Desde Tánger, cogió un ferry a Algeciras, pues ya tenía visado. En su país de origen, dirigía una empresa, y aquí tiene dos empleos, uno como auxiliar de limpieza y otro como auxiliar de cocina. “Pero estoy tranquila, gracias a Dios tengo ingresos y no estoy amenazada de muerte. Lo único que me falta es que él esté aquí conmigo”, lamenta, refiriéndose a su hijo.

Cambiar la forma, pero no el fondo

Ni Fall ni Bah se plantean, “en ningún caso”, dejar de enviar dinero, pero sí les gustaría que fuera más barato hacerlo. El coste promedio de mandar 200 dólares a través de fronteras internacionales a países de ingresos bajos y medianos sigue siendo alto, del 6%, según cifras del Banco Mundial, aun cuando el décimo Objetivo de Desarrollo Sostenible aspira a reducirlo a menos del 3% para 2030. Cada mes, para enviar 400 euros, Fall tiene que pagar ocho. Ocho euros con los que, en Senegal, asegura, se podrían hacer “mil cosas”. “La alternativa a las agencias como Ria Money Transfer, MoneyGram o Western Union, que son las que uso, serían las remesas a través del canal móvil, pero no me fío”, reconoce Fall.

Las remesas ayudan a los hogares receptores a desarrollar resiliencia, por ejemplo, mediante la financiación de mejores viviendas y para hacer frente a las pérdidas posteriores a los desastres
Dilip Ratha, director de Knomad y economista principal de migración y remesas del Banco Mundial

Es más costoso enviar a través de bancos (11%) y más económico a través de operadores móviles (3,5%), asegura Ratha, del Banco Mundial, pero este último método representa menos del 1% del volumen total de las transacciones. Paola Peralta (Estelí, Nicaragua, 29 años) explica por qué, al igual que Fall, envía dinero a través de agencias, y no de aplicaciones. “Podría hacerlo a través de mi banco o de mi móvil, pero mi madre no tiene cuenta bancaria ni teléfono”. Peralta lleva ocho años en España, y trabaja como auxiliar sociosanitaria a domicilio. Vive en Irún, con sus dos hijos, Génesis, de 11, y Unai, de cinco.

“Ahora estoy bien, tranquila, pero al principio fue horrible. La hermana del padre de mi hija me había prestado 13.000 dólares para que pudiera venir a España, pero a cambio de que embargase la casa de mi madre en Nicaragua. Además, tuve que dejar un tiempo a mi hija Génesis allá, con su abuela. Por suerte, encontré un trabajo como interna, y podía enviar cada mes todo mi salario, para ir saldando la deuda”, relata. Hoy, una vez liquidada, lo que manda sirve para que su madre pueda comer o comprar medicamentos. Además, ya no es la única que envía dinero a Nicaragua porque su hermana y su tía siguieron su ejemplo, también migraron al País Vasco y ayudan desde allí a sus allegados en el país centroamericano. “Al final, se trata de la familia. Y la familia no entiende de crisis”.

“Hay migrantes que acaban descuidando sus necesidades más básicas, como la alimentación o la medicación, con tal de enviar dinero a los suyos, porque sienten que deben sacrificarse por los que han dejado atrás y por los que vienen”, apunta Guillermo Fouce, presidente de la Fundación Psicología sin fronteras. Él intenta que las personas a las que atiende encuentren “un equilibrio, un punto medio, que permita tener una vida digna y a la vez mandar dinero”.

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Sobre la firma

Lucía Foraster Garriga
Reportera en Sociedad y Planeta Futuro desde 2021. Licenciada en Relaciones Internacionales por la Blanquerna - Universitat Ramón Llull y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Cubre temas migratorios, de género, violencia sexual y derechos humanos. Premio Ortega y Gasset de Periodismo 2022 por la investigación de abusos sexuales en la Iglesia española.

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