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El maná para el Gobierno congoleño será una “catástrofe” para el planeta, alertan los ecologistas

Alentado por la crisis energética global, la República Democrática del Congo quiere explotar sus reservas de petróleo. Los ambientalistas alertan del impacto en ecosistemas clave para la lucha contra el cambio climático

Un gorila en el monte Mikeno, en el parque nacional Virunga (República Democrática del Congo).
Un gorila en el monte Mikeno, en el parque nacional Virunga (República Democrática del Congo).ROBERTO SCHMIDT (getty)

Fue un giro abrupto, un seco golpe de timón tras los estragos energéticos provocados por la guerra de Ucrania. Históricamente modesta en la extracción de hidrocarburos, la República Democrática del Congo (RDC) sacó el pasado julio a subasta los derechos para explorar (y, si se considera viable, explotar) 27 inmensos bloques de petróleo y otros tres de gas natural. El Gobierno del país centroafricano calcula que, de confirmarse sus estimaciones, la producción escalaría de los 25.000 barriles diarios actuales hasta casi un millón. Tremendo salto para catapultarse a la aristocracia petrolífera del continente.

En el peor escenario, la nueva apuesta por el oro negro podría desencadenar la madre de todas catástrofes medioambientales, alertan los ecologistas. Sus efectos potenciales son como un crescendo de la tragedia que va subiendo hasta alcanzar tintes apocalípticos. Polución en tierra, agua y aire. Frágiles ecosistemas, con cotas de biodiversidad en el top mundial, saltando en pedazos. Desarrollismo a ultranza que reventaría formas de vida humana ancestrales. La selva del Congo, uno de los pulmones del planeta, lentamente asfixiada por una maraña de oleoductos, perforaciones y carreteras. Alta probabilidad de que se liberen a la atmósfera (acelerando así el calentamiento global) las enormes cantidades de CO₂ que acumula el subsuelo congoleño.

El Gobierno del país centroafricano calcula que, de confirmarse sus estimaciones, la producción escalaría de los 25.000 barriles de petróleo diarios actuales hasta casi un millón

La otra versión, la de los ministros de la RDC (en especial el de Hidrocarburos, Didier Budimbu), ofrece un dibujo antagónico. Cirugía extractiva sin apenas impacto para la naturaleza. Un Estado soberano que utiliza sus recursos por el bien de su pueblo, en especial de los más vulnerables, ese 73% de congoleños que malvive con menos de dos euros al día. El petróleo como trampolín olímpico hacia el desarrollo, como maná que ataja el hambre, construye escuelas y hospitales, provee de electricidad a un país que sigue viviendo a oscuras. En definitiva, una fuente de ingresos irrenunciable que servirá también para combatir, precisamente, la gran amenaza –según el Gobierno– a la riqueza natural de la nación: la tala ilegal de bosques tropicales, una plaga incluso en zonas protegidas como el Parque Nacional de Virunga, donde habita una de las dos últimas reservas de gorilas de montaña que quedan en el mundo.

“No podemos morir de hambre, pero el camino no es perturbar la naturaleza hasta que deje de prestarnos sus servicios: fertilidad de los suelos, regulación de la temperatura, de las lluvias...”, asegura Bonaventure Bondo, coordinador nacional del Movimiento de Jóvenes por la Protección del Medioambiente en la RDC. Desde Greenpeace África, su jefa de comunicación, Mbong Akiy Fokwa Tsafack, teme ante todo por las comunidades que viven en los bloques sacados a subasta: “No son zonas deshabitadas, allí hay gente que pesca en sus ríos y lagos, que bebe su agua, que tiene sus pequeños huertos”.

Ambos activistas niegan que exista, hoy por hoy, una tecnología capaz de extraer petróleo sin “comprometer al medioambiente”, en palabras de Bondo. Y alertan de que cancelar oficialmente la virginidad de la Selva del Congo –el propio Virunga se solapa con uno de los bloques– supone tentar, recordando la famosa novela de Joseph Conrad, al mismísimo horror. Esta inabordable masa forestal absorbe el 4% de todo el CO₂ que se emite en el mundo cada año. E influye, explica Fokwa Tsafack, “en las precipitaciones de todo el continente, incluido el Cuerno de África, aquejado desde hace años de graves sequías”.

Tres años de emisiones globales

Otro foco de máxima preocupación son los bloques localizados en turberas, un tipo de humedal con intrincadas corrientes acuíferas y una peculiaridad medioambiental: bajo su superficie yacen capas mastodónticas de dióxido de carbono. Un equipo de la Universidad de Leeds (Reino Unido) investigó durante años este ecosistema en la RDC y concluyó que las turberas congoleñas (las mayores del mundo, más o menos del tamaño de Andalucía y Castilla-La Mancha juntas) guardan en su interior unos 30.000 millones de toneladas de carbono que, en contacto con el aire, podrían liberar 6.000 millones de toneladas de CO₂. La cifra equivale a 14 años de emisiones de gases de efecto invernadero en el Reino Unido.

Desde que la RDC anunciara el viraje en su política de hidrocarburos, los investigadores principales del proyecto, Simon Lewis y Bart Crezee, hacen campaña para evitar el desastre que, en su opinión, se avecina. Artículos en medios internacionales, conversaciones con el Gobierno de la RDC... “Obviamente no se liberaría todo el CO₂ al mismo tiempo, pero existe un elevado riesgo de que se inicie un proceso de degradación en las turberas que acabe exacerbando el cambio climático”, afirma Crezee.

“Los ingresos por petróleo ya representan el 8% de nuestro presupuesto. Si multiplicamos la producción por 40, imagine lo que supondría para las arcas del Estado”
Tosi Mpanu, negociador jefe sobre clima de la RDC ante Naciones Unidas

Tosi Mpanu, negociador jefe sobre clima de la RDC ante Naciones Unidas y estrecho colaborador del ministro Budimbu, reconoce que la convulsión en los mercados energéticos, efecto directo de la guerra en Europa, ha decantado la opción estratégica de su país: “El contexto internacional abre una ventana de oportunidad. Hemos visto cómo países productores de crudo considerados hasta entonces parias por Occidente, en especial Irán o Venezuela, dejaban repentinamente de serlo”. La esperanza de exportar, en pocos años, combustible fósil a espuertas perfila un horizonte que, según Mpanu, la RDC no se puede permitir el lujo de ignorar. “Los ingresos por petróleo ya representan el 8% de nuestro presupuesto. Si multiplicamos la producción por 40, imagine lo que supondría para las arcas del Estado”, continúa.

Mpanu subraya que Noruega será la referencia: el país escandinavo llena dos millones de barriles al día con tecnologías avanzadas que, según él, garantizan altos estándares de seguridad. “También pediremos un esfuerzo adicional para que las explotaciones creen valor añadido y beneficien a las poblaciones de los lugares donde se encuentren”, explica. El portavoz del Gobierno enfatiza la firme voluntad de que la responsabilidad social corporativa trascienda la mera cosmética. “Exigiremos la formación de técnicos locales o el apoyo a emprendedores. Y, por descontado, reparaciones en caso de vertidos tóxicos”, destaca.

Frente al discurso oficial, trufado de nobles intenciones, Bondo, del Movimiento de Jóvenes por la Protección del Medioambiente en la RDC, hace gala de total desconfianza. “Aquí hay un grave problema: desde la independencia se extraen minerales, pero los beneficios para la población han sido mínimos. En lugares donde más se explotan recursos, la gente se mantiene en niveles de pobreza atroces. ¿Cómo entender este misterio?”, se pregunta retóricamente. Para el joven ecologista, la triste historia del país –extraordinariamente dotado por la naturaleza– se resume en pocas palabras: gobiernos despreocupados del interés general haciendo negocios con multinacionales a las que se permite imponer condiciones abusivas.

La jefa de comunicación de Greenpeace África suscribe este relato y aporta un ejemplo nítido: “¿Qué ha pasado con el cobalto [la RDC es, con mucha diferencia, su primer productor mundial]? Solo ha servido para que las élites de Kinshasa [la capital del país] sigan llenándose los bolsillos. Lo mismo ocurrirá con el petróleo; las comunidades más afectadas serán las últimas de la fila”. Fokwa Tsafack extrapola el caso congoleño a todo el continente: “La economía extractiva apenas ha mejorado la vida de los pueblos africanos. Todo ha sido corrupción, avaricia y pésima gobernanza”.

Propósito de enmienda

Comprensivo ante lo que denomima “dudas legítimas”, Mpanu admite que en el pasado se han gestionado recursos de manera poco transparente. Pero asevera que el Gobierno actual, encabezado por el presidente Félix Tshisekedi, ha hecho propósito de enmienda y aspira a neutralizar “la maldición de los recursos naturales” que, desde hace décadas, persigue a la RDC. “Se ha avanzado mucho en la rendición de cuentas, la sociedad civil es mucho más poderosa que antes”, arguye. Y garantiza que todo ciudadano congoleño tendrá acceso a las cuentas sobre los ingresos del Estado por hidrocarburos y cómo se están redistribuyendo.

“¿Qué ha pasado con el cobalto? Solo ha servido para que las élites sigan llenándose los bolsillos. Lo mismo ocurrirá con el petróleo; las comunidades más afectadas serán las últimas de la fila”
Mbong Akiy Fokwa Tsafack, jefa de comunicación de Greenpeace África

Mpanu sostiene que el petróleo será en la RDC – paradoja mediante– el mejor amigo de la ecología. Dice que permitirá alcanzar la soberanía energética y lograr que todo congoleño tenga luz y calor sin necesidad de recurrir a la madera, frenando así la deforestación. “El 80% del país sigue utilizando los bosques como fuente de energía. Nuestro objetivo es que todo congoleño acceda a la electricidad, se genere esta con combustibles fósiles, plantas hidroeléctricas, paneles solares o molinos de viento. Cuando se haya conseguido esto, será el momento de pensar en eficiencia energética y transición verde”, explica.

En las críticas al proyecto desde países occidentales como Reino Unido, Mpanu detecta actitudes neocoloniales, con paternalismo a cielo abierto e hipocresía subyacente: “Nos dicen lo que hay que hacer para salvar al planeta, nos exigen que no hagamos lo que ellos han hecho y siguen haciendo”. Es decir, mantener estilos de vida con alta huella de carbono y salvaguardar a toda costa el ritmo de sus economías. “Incluso reabriendo centrales de carbón, las más contaminantes”, recuerda.

Desde lecturas opuestas, los grupos ecologistas también denuncian las grietas que la crisis energética ha abierto en la postura medioambiental de Occidente. “Hablan de emergencia climática, y, en cuanto hay escasez de petróleo y gas, presionan para que se encuentren cuanto antes nuevos yacimientos. El mensaje es terrible”, lamenta Fokwa Tsafack, de Greenpeace. Bondo, coordinador del Movimiento de Jóvenes por la Protección del Medioambiente en la RDC, se queja por su parte de lo mucho que se debate y lo poco que se actúa en dos vías clave –desde una óptica africana– hacia el desarrollo sostenible: transferencia de tecnología y financiación para que las energías limpias no ralenticen el progreso. Vagos compromisos y dinero escaso es lo que, según Bondo, ha obtenido hasta ahora el continente que menos contamina y más se expone a los azotes del clima.

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