Pocos se escapan del hambre en Cabo Delgado
El conflicto armado, el cambio climático y la pobreza están detrás de las elevadas tasas de inseguridad alimentaria en la región septentrional de Mozambique, que rozan el 90% entre la población migrante. Los expertos piden un enfoque de largo plazo en la ayuda humanitaria
Últimamente, es difícil encontrar buenas noticias en Mozambique. La mayoría de las estadísticas que esculpen el país africano son negativas: antes de la pandemia, ya ocupaba el puesto 181 de 189 en el Índice de Desarrollo Humano, y más del 41% de su población vive desde entonces bajo la línea de la pobreza. El conflicto armado que explotó en 2017 ha dejado 3.000 muertos y un flujo de desplazamiento interno sin precedentes, que acumula más de 1,3 millones de personas en necesidad de asistencia humanitaria urgente tan solo en las provincias del norte. En Cabo Delgado, una de ellas, limítrofe con Tanzania, el hambre es la consecuencia más notoria de tanta violencia. Un reciente informe de Ayuda en Acción y el Instituto de Estudios Sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH) pone el foco en esta zona pesquera que concentra casi todos los males del mundo.
Las desigualdades siempre afectan a los más vulnerables. Los niños son la primera pieza del dominó. En Cabo Delgado, el 53% de los menores de cinco años mostraban retraso en el crecimiento antes incluso de la covid, frente a un 43% de la tasa nacional. Esta provincia suele aparecer como la peor parada de las estadísticas de desarrollo, sobre todo en lo concerniente a la seguridad alimentaria. En esta región, junto con las de Niassa y Nampula, hay más de 900.000 personas en una situación crítica, según los autores del estudio. De ellas, 227.000 necesitan ayuda inminente para sobrevivir. “Nos preocupa que esta realidad se cronifique en el tiempo”, explica Beatriz Abellán, investigadora del IECAH y coautora del estudio Emergencia en Cabo Delgado. Mozambique: Conflicto armado y desplazamiento forzado como motores de la inseguridad alimentaria. “La población más empobrecida suele tener terrenos demasiado pequeños y poca capacidad para guardar grano o diversificar cultivos”, agrega.
La agricultura y la ganadería de subsistencia, la pesca artesanal, el pequeño comercio y la explotación forestal son las actividades que sostienen la alimentación y los medios de vida de los hogares en esta provincia. El maíz y la yuca (y, en zonas fluviales, el arroz) son los principales cosechas y también los alimentos básicos de la dieta diaria, sin embargo, apenas tienen valor nutritivo. “No son zonas en las que se consuman muchas frutas o verduras. Y hay que tener en cuenta lo difícil que es introducir elementos más nutritivos cuando no los han comido nunca”, explica la experta, quien también lamenta que el cambio climático se cebe con el país. “Mozambique es un país muy vulnerable y eso hace que los terrenos queden destrozados de repente y que genere mucho estrés e inestabilidad entre los que dependen de ellos”.
Son zonas en las que no se consumen frutas o verduras. Y hay que tener en cuenta lo difícil que es introducir elementos más nutritivos cuando no los han comido nunca
La única constante de Cabo Delgado es la incertidumbre. En esta zona que se enfrenta a una esperanza de vida casi 10 años menor que la media nacional de Mozambique, una administración frágil, el descontento de la juventud que solo piensa en emigrar, la influencia del extremismo yihadista y los intereses económicos sobre los recursos minerales y gasísticos, sus 2,3 millones de habitantes son los desafortunados entre desafortunados.
En la presentación de esta investigación, Alberto Casado, director de incidencia de Ayuda en Acción, explicó que “la violencia y el hambre se refuerzan mutuamente”. “En los últimos años, los datos reflejan cómo la situación de hambre ha aumentado en 10 países desde 2012, lo que genera una preocupación de cara al segundo objetivo de Desarrollo Sostenible, previsto para 2030”. La meta de este reto es erradicar el hambre en los próximos ocho años.
Aunque más del 70% de la población sufre una situación alimentaria “inaceptable”, la brecha es mucho más ancha si se discierne entre locales y migrantes. Las tasas de este último grupo asciende al 90%. Muy pocos se libran del hambre. “Uno de los datos más alarmantes es que estas cifras no disminuyen, sino que aumentan, mientras más tiempo lleven migrando. Es decir, la condición de las familias que tuvieron que dejar sus casas hace meses, e incluso años, no ha mejorado”, critica Abellán. Médicos sin Fronteras (MSF) critica también esta frágil situación. “Llegan en un estado deplorable”, explicó en una conferencia Paulo Milanesio, coordinador de MSF en Mueda, uno de los distritos más afectados de Cabo Delgado, “muchos han comido lo que encontraron en el camino: plantas, verduras, algunos animales que han cazado... Suelen ser personas mayores y presentan desnutrición y anemia”, agregó.
Los hogares que conviven con estas dificultades de acceso recurren a diversos tipos de estrategias para hacer frente a la escasez. Las principales medidas que toman sin distinción entre ambas poblaciones son: restringir el consumo por parte de los adultos para favorecer el de los niños y niñas; disminuir las porciones; y sustituir ciertas comidas por otras más baratas. Según el informe, estas alternativas son muy perjudiciales, pues pueden erosionar la capacidad para obtenerlos en el futuro, ponen en riesgo los medios de vida o la salud de los miembros del hogar.
“Ya no es tiempo de asistencialismo”
A principios de junio, las organizaciones humanitarias habían asistido a más de 710.000 personas en las tres regiones en riesgo del norte de Mozambique. Sin embargo, esta cifra está muy por debajo de la cantidad de personas que necesitan algún tipo de ayuda, que estiman en 1,1 millones. “Se necesitan más fondos y otra visión; una menos asistencialista”, dice Abellán. “Lo ideal es que sean las propias comunidades quienes sean parte de la respuesta. Esto no significa que sean los encargados de distribuir la ayuda, sino que se apropien de su situación y lideren, siendo ellos quienes reciben el dinero. Solo así se evita la dependencia”.
Hasta ahora, la ayuda humanitaria en el terreno ha sido “puntual, de emergencia y cortoplacista”, critica la coautora de informe. “Se ha utilizado lo que se conoce como un blanket approach. Es decir, una distribución de alimentos global, sin tener en cuenta la situación de cada uno. Es un enfoque que sirve mucho para después de la catástrofe, pero ahora necesitamos la distribución focalizada. Ya no es tiempo de asistencialismo”.
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