La inocentada de Vox
El antisanchismo histérico ya es únicamente gasolina para la ultraderecha a costa del PP


El antisanchismo maniaco lleva años abonando el territorio donde Vox, como una especie invasora, altera el ecosistema del centroderecha. Al tener como objetivo existencial la caída del presidente del Gobierno, caracterizado como el enemigo número 1 de España, buena parte del magma antisanchista ha desatendido o ha abandonado la crítica al discurso y la acción del partido de Santiago Abascal, que es la principal amenaza al Estado de 1978 tal y como fue concebido y se ha desarrollado.
Esta apuesta ideológica puede responder al cálculo militante o a la convicción partidista, a la desidia intelectual o a la ceguera fanática, pero la realidad es que hoy, contra Pedro Sánchez y con Vox más alguna decisión de la alta judicatura como mínimo controvertida, se vive mejor, mientras en el cuarto de atrás la influencia de los neofranquistas va en aumento, como se ha comprobado en Valencia y en Extremadura, luego será Aragón y más adelante Andalucía... Dicha influencia, que es la variante española del patriotismo reaccionario que como un fantasma recorre Occidente, no parece tan problemática porque Vox aún es visto más como un aliado que como una amenaza. Y lo es.
“Los jóvenes tenemos muy claro que lo que nos ha llevado a la ruina actual es el bipartidismo”. No son declaraciones del Pablo Iglesias desmelenado, sino que lo afirmó hace pocos meses Júlia Calvet Puig, portavoz de juventud de Vox y quien ha sustituido a Ortega Smith en la dirección nacional. Así respondía al presentador de ese mítico espacio de neutralidad informativa que es El gato al agua. Le había preguntado por qué ella, con su perfil de activista constitucionalista contra el independentismo, no se había afiliado al partido conservador tradicional. Su respuesta era la cruz de la impugnación del sistema de hace una década. Lo que ha ocurrido en España, según Calvet, han sido “años de políticas que nos han llevado a despilfarrar un montón de dinero público y de llevarnos a la situación actual”. A la imposibilidad del acceso a la vivienda y a los bajos salarios. Y los responsables de este desastre y la mejor alternativa ella sabe quiénes son: “Los jóvenes vemos claramente quienes son los culpables de esas políticas —el bipartidismo, PP y PSOE— y vemos en Vox esa solución, esa esperanza de políticas reales y de calle”. Es el manual populista leído por la extrema derecha.
Hoy expresidenta de la asociación de universitarios S’ha Acabat! —enfrentada al independentismo cegato en algunos campus, tan mimada por un constitucionalismo que tantas veces no se da cuenta de su transparente nacionalismo—, Calvet fue la primera oradora en el acto de agitación contra la amnistía que el tejido asociativo antisanchista organizó en Cibeles en noviembre de 2023. “La traición se ha consumado. Pedro Sánchez ha decidido vender España por siete votos”, proclamó ante miles de personas. “Lo has hecho muy bien”, le dijo Fernando Savater al bajar del escenario.
Había nacido una estrella que entonces negó querer vincularse a un partido político, pero cuyo nombre estaría al cabo de medio año en el número seis de la lista de Vox para las elecciones al Parlament de Cataluña. Desde entonces, la ascensión meteórica de Calvet a la cúpula del partido, paradigmática de la estrategia de captación del voto joven de Vox y con sus necesarias gotas de racismo, es la demostración del peligro de este silogismo que se viene aceptando de manera acrítica: los enemigos de mis enemigos son mis amigos. La táctica es nefasta: el antisanchismo histérico ya sólo es gasolina para Vox a costa del PP. Si suman a la operación de acoso y derribo, no importa que degraden la vida política con demagogia.
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